Iniciado el proceso de primarias, se ha reforzado en ambos partidos la repulsa hacia sus respectivos establishments y un cierto radicalismo. El origen histórico del GOP y los peligros que comporta el precandidato Donald Trump.
Iniciado el proceso de primarias, se ha reforzado en ambos partidos la repulsa hacia sus respectivos establishments y un cierto radicalismo. El origen histórico del GOP y los peligros que comporta el precandidato Donald Trump. ¿Qué sucede en el Partido Republicano? ¿Qué tipo de movimiento ha despertado Trump? La cohabiltación política en tiempos de Obama y de Reagan. Las posibilidades de Trump para las presidenciales de noviembre.
Tras el denominado Super Tuesday, que este año ha caído en el 1 de marzo 2016, la campaña electoral para la designación de los candidatos presidenciales ha entrado en una fase decisiva y, esta vez, ha adquirido un carácter inquietante por lo que respecta al campo republicano.
El proceso de primarias del Partido Demócrata la campaña no presenta graves sobresaltos, pero si rasgos preocupantes. Hillary Clinton lleva ganados 11 Estados y Bernie Sanders 8. El recuento del conjunto de los compromisarios obtenidos hasta ahora por H. Clinton es de 1.130, frente a 499 de Bernie Sanders.
Hay abundantes indicios de que Hillary Clinton obtendrá suficiente número de compromisarios antes de la Convención del mes de julio para ser elegida la candidata por su partido.
No obstante, la participación de B. Sanders en la precampaña y el inesperado y amplio respaldo que está obteniendo ha producido un cambio relevante en el campo demócrata: la precandidata Hillary Clinton se ha visto presionada para radicalizar su programa político, lo que viene haciendo desde el verano de 2015. Hoy en día, sus propuestas políticas se han alejado considerablemente del programa moderado que definió la Presidencia de su marido en los años 90.
La radicalización de las bases activistas del Partido Demócrata, sobre todo los jóvenes y los blancos en general, han aportado el apoyo entusiasta al único precandidato a la Presidencia de EE.UU. durante el siglo XX y comienzos del XXI que se ha definido a sí mismo como un “socialista democrático”, quien basa su estrategia en llevar a cabo una “revolución política” en el país. El origen inmediato de esta radicalización está bien definido: la Presidencia de Barak Obama, que ha sido la más escorada a la izquierda de la historia de este país forzando, además, una y otra vez los límites constitucionales de su autoridad. Naturalmente, hay circunstancias en la sociedad que han favorecido esta evolución, entre las que cabe mencionar la débil salida de la crisis financiera (con tasas de crecimiento -en torno a 1,8%- la mitad que en el periodo anterior), la lenta recuperación de los ingresos de muchos sectores de las clases medias …
No deja de ser muy paradójico que tras siete años de Obama en el poder la confianza de los ciudadanos respecto a las instituciones federales se encuentra en los niveles más bajos en medio siglo[1], a pesar -o quizá porque- Obama ha practicado una gran expansión del sector público (big goverment), introduciendo un gran número de nuevas reglamentaciones (particularmente, pero no solo, en el campo medioambiental), relegando la esfera de la iniciativa privada que siempre ha ocupado una posición central en la sociedad y en el sistema político de EE.UU., a diferencia de lo que sucede en Europa.
De forma muy resumida, la situación actual en el campo republicano es la siguiente. A día de hoy, Trump ha ganado en 12 Estados, Ted Cruz en 6 y Marco Rubio en 2. Los compromisarios acumulados por Trump desde el inicio de las primarias son 384, Ted Cruz tiene 300 y Marco Rubio 151.
Contemplando lo que está sucediendo en el Partido Republicano (GOP, el grand old party) desde 2015, no se encuentra precedente alguno durante todo el siglo XX. Algunos tratan de engañarse aludiendo a los comicios presidenciales de 1940, cuando un candidato totalmente ajeno al establishment (Wendell Willkie) fue el elegido por el GOP, siendo derrotado en noviembre; cuatro años más tarde todo había vuelto a la normalidad, aunque volvieron a perder las elecciones. Por el contrario, ahora prácticamente nadie opina que el fenómeno Trump vaya a constituir un sobresalto pasajero, del que el Partido Republicano se recuperará en poco tiempo tras su muy previsible derrota en noviembre 2016.
En realidad, ¿qué es lo que está sucediendo en el Partido Republicano?
Conviene empezar por una breve introducción histórica, recordando que tras su fundación en 1854 el Partido Republicano se convirtió en la fuerza política hegemónica en EE.UU. hasta la Gran Depresión que comenzó en 1929, esto es, durante setenta años. El partido se constituyó en el norte del país, con un programa de rechazo a la esclavitud y favorable a los negocios y a la modernización de la economía. Con figuras como Abraham Lincoln, encabezó la lucha contra el intento de Secesión sudista e impulsó decisivamente la proclamación de emancipación de los esclavos en 1862. En la actualidad, el GOP es uno de los partidos políticos más antiguos del mundo.
Sobre la situación actual, un primer fenómeno salta a la vista; se está evidenciando una profundísima división entre la dirección del partido y sus bases militantes. Esta disociación no es inédita, pero nunca alcanzó la gravedad de ahora. Por otro lado, un fenómeno parecido se aprecia en la actualidad en el Partido Demócrata; sin él no podría entenderse el ascenso de un candidato como Bernie Sanders.
Como se analiza estos días, el sistema político en EE.UU. está pasando a estar dominado por una dinámica entre los establishments y las fuerzas anti-estatus quo en cada partido. Aunque es en el GOP donde esta mutación está siendo más acusada y peligrosa.
Por este motivo, todas las prácticas establecidas y las previsiones electorales bien asentadas hasta 2014, han pasado a ser casi irrelevantes, sustituidas por la incertidumbre y lo desconocido.
Conforme a la “sabiduría política convencional” un precandidato como Donald Trump, con su actitud grotesca, inexperiencia política, populismo y vaciedad de sus propuestas no debía haber llegado al otoño de 2015, autodestruyéndose en los primeros meses de su precampaña. No era una suposición infundada; lo sucedido durante las pasadas décadas apuntaba en esta dirección.
Probablemente por eso las fuerzas vivas del GOP prestaron muy poca atención a Donald Trump durante casi todo el año 2015, casi le ignoraron, al tiempo que no le combatían, de lo que ahora se lamentan. Los otros precandidatos republicanos tampoco le tomaron en serio, hasta que se aproximaron las primarias de febrero 2016, cuando ya está siendo muy tarde para ponerle en evidencia.
A finales de enero 2016 Trump llevaba medio año en lo más alto de las encuestas, sobre el conjunto de los votantes republicanos, y poco después se confirmó la misma situación en las primarias de New Hampshire, Carolina del Sur y Nevada, en las que toman parte las personas más activas de los respectivos electorados.
Como Trump no deja de recordar, sus victorias en las primarias no se están produciendo en un ambiente de desmovilización sino de aumento de la participación. Hay algo de verdad en sus declaraciones de que “estoy trayendo muchas personas (millones) al GOP”, pero la experiencia histórica (como el caso de la movilización demócrata en 1980 y 1984 contra Reagan) muestra que una elevada participación partidista en las primarías no tiene que traducirse necesariamente en algo análogo en los comicios generales de noviembre. También hay que concederle a Trump cierta verdad en su declaración de que está encabezando un movimiento. Esto mismo puede afirmarse respecto al otro lado del espectro, en relación a Bernie Sanders.
Pero, ¿qué movimiento es ese, en el GOP?
Una parte de los móviles de este movimiento populista que encabeza Trump deriva de los mismos factores que mencionamos para la radicalización que representa Bernie Sanders en el Partido Demócrata. Análogas causas pero que han engendrado reacciones de singo contrario: la lenta recuperación económica y la débil evolución de los salarios de capas de la clase media. De hecho, hace una década que parte de los trabajadores manuales, blancos, se pasaron del Partido Demócrata al GOP, al sentirse olvidados por la coalición socialdemócrata, en la que los ecologistas, feministas radicales, LGBT y otros colectivos han pasado a ocupar el centro de las preocupaciones del Partido Demócrata. Ahora, esos mismos sectores, se están rebelando en el Partido Republicano ante lo que viven como una segunda y definitiva marginación. Por otra parte, estos trabajadores que se sienten relegados han conseguido extender en el seno del GOP (que ha sido partidario del libre comercio desde hace más de treinta años) la oposición al libre comercio al sentirse perjudicados por los acuerdos de libre cambio como el NAFTA, con Canadá y Méjico, que ha propiciado un gran crecimiento de la actividad económica en EE.UU., y en sus dos socios comerciales. Trump, en particular, se opone sistemáticamente al libre comercio -aunque de palabra no lo admita-. Algo muy parecido sucede con Ted Cruz.
Los siete años de Presidencia de Barack Obama también está jugando un papel relevante sobre el electorado republicano, pero de signo contrario al movimiento inspirado por Bernie Sanders. Desde el comienzo en enero de 2009 las políticas y la retórica de Obama provocaron un amplio rechazo en los ciudadanos conservadores, surgiendo el movimiento Tea Party -básicamente en el seno del Partido Republicano- cosechando los demócratas un gran fracaso en las elecciones legislativas de noviembre 2010 (de mitad de mandato), pasando la Cámara Baja a estar controlada por la oposición. En noviembre 2014 los demócratas recibieron otro sonado revés, perdiendo también el Senado.
En estos más de cinco años, desde noviembre de 2010, los electores conservadores han percibido que su voto apenas ha alterado el rumbo de la política de EE.UU. El Presidente Obama, con su actitud un tanto displicente hacia sus oponentes, buscando solo su claudicación en vez de acuerdos pragmáticos en el Capitolio, recurriendo en exceso a sus potestades “ejecutivas” presidenciales (las executive orders), no ha dejado prácticamente que se perciba el predominio republicano en el Capitolio. No obstante, es también cierto que la actitud de los nuevos llegados del Tea Party a Washington (en 2010 y 2012), no facilitó mucho el acuerdo al buscar habitualmente el enfrentamiento frontal con los demócratas. Con los años, esta nueva hornada de senadores y congresistas ha evolucionado en su mayoría a actitudes más moderadas y conciliadoras.
Pero conviene recordar que la cohabitación (divided goverment) en el poder entre ambos partidos no siempre ha provocado la parálisis legislativa que se está produciendo bajo Obama. Ronald Reagan no contó en ningún momento (1981 a 1988) con la Cámara Baja y, en los dos últimos años, perdió también el Senado, sin que esto paralizara la aprobación de importantes leyes interiores[2] y sobre política exterior[3], practicando la búsqueda de acuerdos con los demócratas, con cesiones por ambas partes.
Los ciudadanos conservadores, además de culpar a Obama por el bloqueo legislativo y específicamente por ignorar sus preocupaciones y propuestas, también han vuelto su enfado hacia el establishment republicano, esto es hacia el Comité Nacional Republicano, los senadores y congresistas republicanos, las organizaciones de estudio (think tanks) de este signo y, de modo especial, contra los grandes donantes tradicionales, a quienes se acusa de tener secuestrado al partido.
Parece que cualquier idea o propuesta que proceda de la dirección republicana, será inmediatamente rechazada por esa circunstancia. De este modo, el partido está siendo vaciado de gran parte de su autoridad, habiendo desplazado las bases conservadoras su lealtad -exclusivamente- hacia una sola persona, el precandidato Trump.
En paralelo a esto, el éxito imprevisto de Bernie Sanders en esta campaña se interpreta también como un alejamiento de las bases del establishment demócrata, del que Hillary Clinton es su representante más reconocido.
Pero al mismo tiempo, varios periodistas de derecha están echando en cara al establishment del partido GOP haber perdido mucho contacto con sus bases, ya que mantener esa relación es una de sus responsabilidades, lo que les habría permitido ver venir los problemas que ahora han aflorado de manera descontrolada, viéndose abocados a una situación muy comprometida. Un cambio de rumbo y de estilo resultan imprescindibles.
Por otro lado, el propio Trump lleva meses ufanándose de que “diga lo que diga” (incluso cualquier barbaridad), “nada me pasa factura” con el electorado. Y esto viene sucediendo desde hace medio año (otoño de 2015). Sus seguidores no quieren saber nada negativo sobre él y apartan sin más cualquier crítica o denuncia (fundada) en su contra. Esto (el seguimiento ciego al líder) es un rasgo común de los populismos, pero en EE.UU. nunca había adquirido semejante extensión y duración, lo que resulta inquietante.
Un fenómeno particular, pero de cierta relevancia, es el relativo al posicionamiento de los votantes evangélicos. Con este término se alude no solo a los seguidores de esta corriente sino también a otros grupos protestantes de similares convicciones, de carácter bastante conservador, a quienes preocupa mucho el derecho a la vida, la familia convencional, la libertad religiosa, etc. Es un grupo predominantemente blanco que, desde hace muchas décadas se sitúa casi exclusivamente en el Partido Republicano. Desde hace más de un lustro percibe que sus convicciones de corte conservador son desoídas por la dirección de dicho partido –que pone más atención en los votantes centristas-, lo que está causando resentimiento hacia esa dirección. Sus creencias les sitúan en el campo de Ted Cruz, pero en gran parte se están echando en brazos de Trump. Esto no deja de ser contradictorio, teniendo en cuenta los dos divorcios del multimillonario, su anterior apoyo a Planned Parenthood (la principal organización abortista del país) y a otras causas progresistas, a comienzos de este siglo.
Un factor de mucha mayor incidencia en la generación de la actual revuelta populista, que procede desde aproximadamente 1990 pero que se ha intensificado bajo Barack Obama, está siendo la rebelión en contra del bozal político e ideológico que ha supuesto el encumbramiento del pensamiento políticamente correcto. Como dice una columnista del WSJ (que en su día redactaba discursos a Reagan – Peggy Noonan-): “durante el pasado cuarto de siglo nadie en nuestro país se ha librado de ser reprobado o humillado alguna vez por usar un concepto equivocado o por tener ideas consideradas inapropiadas”[4]. Una vez más, la elección de Trump como líder contra esa forma de opresión mental e ideológica es cuestionable.
Las posibilidades de Trump para las presidenciales
El sorprendente y prolongado éxito de Trump en las encuestas y más recientemente en las primarias del GOP, no puede ocultar sus debilidades como candidato en noviembre. De los tres principales precandidatos republicanos, Trump es el que peores resultados obtiene, en las encuestas, frente a Hillary Clinton al ser preguntado el conjunto de los votantes; Ted Cruz y Marco Rubio cosechan mejores resultados y batirían a la ex Secretaría de Estado, aunque por poco margen.
El motivo está claro al observar que Trump es el precandidato que suscita un mayor rechazo (very negative feelings) en el conjunto del cuerpo electoral: un 49%. Clinton, aun siendo una política que provoca bastante rechazo, tiene un índice de 39%. Ambos precandidatos dan idea de la profunda división política que existe ahora en el país.
En definitiva, a pesar de la movilización de activistas que la presencia de Trump está produciendo en las primarias republicanas, su atractivo para los electores independientes o demócratas es escasísimo. A esto se suma que un porcentaje no desdeñable de los tradicionales votantes del GOP no acudiría a dar su sufragio en favor de Trump en noviembre.
Dicho esto, por escaso que sea la probabilidad de que se llegase a sufrir un Presidente Trump, nada puede descartarse de manera completa en las actuales circunstancias.
Finalmente, la muy probable derrota en noviembre del posible candidato Trump no dejaría de suponer serios perjuicios a la imagen internacional de EE.UU.
El Partido Republicano
Internamente en Estados Unidos, los daños que están a punto de producirse, de proseguir el avance de Trump hacia su elección como candidato oficial a la presidencia, serían verdaderamente serios. Como es de conocimiento público, la mayoría de las democracias necesitan de dos principales partidos para lograr su estabilidad y fortaleza: uno de centro derecha y otro de centro izquierda. Esto es tanto más cierto en Estados Unidos, cuyo sistema político casi siempre se ha basado en un estricto bipartidismo. Pues bien, en EE.UU. está a punto de producirse el hundimiento del Partido Republicano, si no consiguen una reorientación de las primarias en las próximas semanas y meses, hasta la convención a celebrase en Cleveland a mediados de julio 2016.
Se vive la sensación de que Trump está teniendo éxito en su Opa hostil al Partido Republicano. Trump no es solo un outsider (de los que han habido varios, como los dos Goldwater), sino alguien que persigue el total sometimiento de las estructuras nacionales del GOP y su vaciamiento de los principios y valores que han guiado su actuación durante el pasado medio siglo, sin ofrecer un programa coherente alternativo. Trump sometería la maquinaria republicana, subordinándola a su proyecto personal, de tal manera que resultaría irreconocible con su historia, dejando cojo el sistema político nacional.
Hasta fínales de febrero 2016, tras las primeras primarias, el único apoyo formal (endorsement) que había obtenido Trump de alguna persona destacada del GOP había sido Sarah Palin (antigua gobernadora de Alaska, poco reputada), en enero. Esto da idea del vacío que el establishment le ha hecho a Trump.
La tardía reacción del establishment contempla varias opciones, todas ellas con el fin principal de evitar la elección de Trump como el candidato oficial a las elecciones presidenciales. Aparte de activar una campaña de anuncios de crítica a este precandidato, en los Estados clave como Florida, Ohio …, se ha barajado la posibilidad de respaldar a un candidato independiente –lo que podría fracturar el partido-, aunque se orientan sobre todo a que Trump llegue a la convención en Cleveland en julio sin el mínimo de 1.237 compromisarios que le convertirían automáticamente en el candidato oficial. Si en la convención ningún aspirante consiguiese aquel mínimo en la primera votación, todos los compromisarios quedarían libres de votar a cualquier aspirante, incluso a alguno que no se hubiera presentado hasta entonces, lo que ofrecería bastantes posibilidades a los oponentes de Trump.
Dicho lo dicho, es obligado reconocer que todavía no disponemos, o no soy consciente, de todos los principales factores que están determinando una evolución tan anómala del electorado republicano.
- La confianza en la Presidencia ha caído 10 puntos en los pasados años –respecto a la media de varias décadas-, situándose en el 33%. El índice de confianza para el Congreso es casi imposible de empeorar, estando en el 8% de los encuestados. ↑
- Como ejemplo, sirven las siguientes leyes: Omnibus Tariff and Trade Act of 1984, which provided bilateral trade negotiating authority. Federal Employees’ Retirement System Act of 1986. In 1986, Ronald Reagan signed a sweeping immigration reform bill into law. Insider Trading and Securities Fraud Enforcement Act of 1988. ↑
- In December 1987 U.S. and USSR signed the Intermediate-Range and Shorter-Range Missiles Nuclear Forces Treaty, which eliminated an entire class of missiles, which the U.S. Senate approved on May 27, 1988. ↑
- En el año 63 AC el político romano Catón el Joven se lamentaba de que “hace tiempo que dejamos de llamar a las cosas por su nombre”, lo que había conducido a la confusión política. No es Peggy Noonan quien hace esta alusión, sino una historiadora estadounidense, Mary Beard. ↑
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