Durante medio siglo EE.UU. no ha conseguido contener el programa nuclear de Corea del Norte. En muy pocos años este país podría alcanzar Alaska, Hawái y la costa continental de EE.UU. con misiles balísticos dotados de cabezas nucleares. Se impone un cambio de política, incrementando la presión sobre el régimen de Pyonyang y de China, lo que acarrea serios riesgos. No hay soluciones fáciles, pero hay que afrontar ya la crisis con Corea Norte.
Situación actual
En febrero de 2016 Corea del Norte colocó un satélite –para usos pacíficos, dijo- en una órbita baja, lo que hizo pensar a EE.UU. que, en realidad, se trataba de probar un misil balístico intercontinental (ICBM, en inglés). Incluso China protestó por este lanzamiento, al representar un paso adelante en el programa norcoreano de misiles.
Dos meses después, en abril de 2016, Pyonyang efectuó una prueba de lanzamiento de un ICBM desde un submarino que, a pesar de haber avanzado solo 30 kilómetros, suponía un notable progreso. La CNN consideró que mientras “hasta ahora este tipo de ensayos habían sido de broma, éste debe tomarse en serio”.
Un par de meses antes de las elecciones presidenciales del 8 de noviembre, el 9 de septiembre de 2016 Corea del Norte llevó a cabo su quinta prueba nuclear subterránea. La potencia fue algo superior a la de Hiroshima, pero más o menos el doble de la de su anterior prueba (enero 2016).
Las mencionadas pruebas y otras menores efectuadas durante 2016, suponían la mayor aceleración de ambos programas: el de ingenios nucleares y el de misiles balísticos.
Dicha intensificación se está manteniendo a lo largo de 2017, destacando dos de los muchos ensayos habidos.
Uno, es la sexta (y por ahora, última) prueba nuclear, en septiembre de 2017. Aunque no es cierta la pretensión de que se tratase de una bomba de hidrógeno (unas 100 veces la de Hiroshima), EE.UU. valora que su potencia tuvo que ser unas 10 veces la de 1945 lo que, en cualquier caso, es la mayor efectuada por Pyonyang hasta el presente y resulta muy preocupante.
El segundo, realizado precisamente el 4 de julio de 2017, fiesta nacional de EE.UU., el régimen comunista coreano lanzó un misil balístico intercontinental (ICBM, en inglés) que recorrió 930 km, cayendo en el Mar de Japón. No obstante, sus características le permitirían desplazarse hasta 6.600 km, colocando a Alaska y las islas Hawái en su radio de acción, por primera vez.
Durante décadas Washington había especulado con la posibilidad de que, algún día, Corea del Norte dispusiera de los medios para alcanzar su territorio continental con un misil balístico intercontinental (ICBM, en inglés) que portara una cabeza nuclear. Desde el 4 de julio de 2017 se sabe con certeza que es cuestión de unos cuantos meses –quizá un año- hasta que Pyonyang disponga de la capacidad de colocar en Alaska un misil ICBM. En uno o dos años más, podría tener San Francisco a tiro y, poco después, Los Angeles. La miniaturización de un artefacto nuclear y los demás problemas para poder colocarlo en la cabeza de un misil intercontinental, no debería llevarle más de dos o tres años.
La pesadilla para EE.UU. está ya al alcance de la mano del régimen comunista norcoreano. Además, desde 2016 Pyonyang está ensayando el lanzamiento de misiles desde submarinos, acercando mucho la amenaza a la costa estadounidense del Pacífico (San Francisco, Seattle y Los Angeles).
Por otro lado, desde 2017 –si no ha sido antes- Corea del Norte es capaz de situar misiles balísticos de corto alcance sobre Seúl -con bastante precisión-, aunque aún no puede incorporarles una cabeza nuclear, sino explosivos convencionales. Respecto a Tokio y a otras grandes metrópolis niponas, Pyonyang está muy cerca de disponer de dicha capacidad, con misiles de medio alcance. En suelo de esos dos aliados de EEUU hay bases militares estadounidenses que, con toda seguridad, serían objetivos norcoreanos y están ya al alcance de los misiles norcoreanos o a punto de estarlo.
Las islas Guam, emplazamiento de varias importantes bases aéreas y navales estratégicas estadounidenses para el Lejano Oriente, se encuentran a unos 3.400 km de Pyonyang, al sudeste de Japón. Por tanto, en uno o dos años estarán al alcance de los misiles ICBM norcoreanos, que podrán portar cabezas nucleares, a lo sumo, en 3 años.
La situación de (in)seguridad en el Lejano Oriente ha traspasado durante 2017 un amenazador umbral. Japón y Corea del Sur no podrán sentirse inatacables en ningún momento.
Japón, además, tiene otro motivo para el gran malestar que vienen expresando los representantes de su Estado. Desde 1998, en por lo menos cuatro ocasiones (la última en septiembre de 2017), un misil norcoreano ha pasado por encima de territorio japonés, concretamente en la zona norte, más o menos sobre el estrecho entre las dos principales islas: Hokkaido y Honshu.
El intenso desarrollo y despliegue de armamento ofensivo por parte de Corea del Norte ha llevado las relaciones bilaterales entre ese país y Estados Unidos al nivel de máxima tensión en décadas, desde abril de 2017.
No debe olvidarse que se estima que el régimen comunista cuenta ya con cerca de 1.000 misiles de diversas características y alcances. Además, se cree que dispone de suficiente cantidad de plutonio para fabricar cinco o seis bombas nucleares.
EE.UU. mantiene actualmente unos 23.500 efectivos en Corea del Sur y 39.000 en las islas de Japón, éste último constituye el mayor despliegue estadounidense fuera de sus fronteras.
Antecedentes históricos de la crisis con Corea Norte
En 1953 se firmó el armisticio entre los Estados del Sur y el Norte de la península de Corea, aunque no se firmó un acuerdo de paz; jurídicamente, ambos Estados siguen hoy en estado de guerra.
A los pocos años, a finales de la década de los 50s el régimen comunista emprendió los primeros pasos de su programa nuclear, con la obtención de información básica y el adiestramiento de los primeros especialistas, con ayuda de la URSS, ayuda que continuó hasta el hundimiento de la Unión Soviética en 1991. En las décadas de los 60s y hasta los 80s Corea del Norte se concentró en la producción de uranio y, luego, de plutonio, que es el material necesario para la construcción de bombas atómicas de mayor potencia. El Yongbyon Nuclear Scientific Research Center, a 100 km al norte de la capital, fue el primer reactor en entrar en funcionamiento, en 1986, oficialmente para fines civiles.
En 1985 Corea del Norte se adhiere al Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT, en inglés), paso que era -en principio- tranquilizador, pero dificultó y retrasó más de 4 años las inspecciones de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Bajo aquella tapadera, el régimen comunista aceleró encubiertamente sus planes nucleares y el desarrollo de sus capacidades para la construcción de misiles. En 1993 tuvo lugar su primera prueba exitosa de un misil, dejando en evidencia sus propósitos ofensivos a largo plazo. En enero de 2003 Pyonyang se retiró definitivamente del Tratado de no proliferación (NPT). Tres años más tarde, en 2006, realizó su primera prueba nuclear.
Desde 1993 tres presidentes estadounidenses se enfrentaron al avance de los planes coreanos: Bill Clinton, George Bush y Barack Obama, dos demócratas y un republicano. Los tres, con diferencias menores, adoptaron la estrategia denominada “paciencia estratégica” (strategic patience).
Dicha política suponía, en términos simplificados, dejar pasar el tiempo sin hacer frente verdaderamente al problema que se intuía en aumento, combinando alguna presión con mucha laxitud e incluso ayuda, pensando que finalmente el régimen se hundiría o cualquier circunstancia exterior –como la presión de China- haría que el Estado abandonase sus pretensiones nucleares y de desarrollo de misiles.
Bill Clinton, como era de suponer, aplicó mucho más la zanahoria que el palo. En 1994 se firmó el Marco Acordado (Agreed Framework) que obligaba a Pyonyang a cerrar la central Yongbyon (pero sin desmantelarla), obteniendo a cambio suministros de petróleo, la paulatina reducción de las sanciones tomadas en el periodo anterior y, ¡no es broma!, casi se le regalaba la construcción de una central nuclear de agua ligera para mejorar su suministro de electricidad, para usos civiles, en compensación por la energía que no producirían las centrales coreanas que no serían construidas. Dos años más tarde, en 1996, el Capitolio (con las dos Cámaras en manos republicanas) mantuvo parte de las sanciones, se habían efectuado dos o tres entregas anuales de crudo y el reactor no llegó a construirse; Corea del Norte reabrió, sin esfuerzo, Yongbyon y prosiguió abiertamente con su programa nuclear.
No solo Bill Clinton, sino también George Bush y Barack Obama, a su manera, prosiguieron con la política de paciencia estratégica o, como se dice en inglés, dándole patadas a una lata calle abajo. Ya no existía la URSS y los dirigentes comunistas coreanos podían verse tentados a seguir el camino de China, incorporándose a los mercados internacionales, reformando el sistema de planificación centralizada y abriendo la sociedad al exterior.
A fin de cuentas, no resultaba tan irracional esta postura diletante, a la vista de las malas opciones existentes para afrontar a fondo esta amenaza: o bien se aceptaba que Corea del Norte se hiciera con el arma nuclear o se aplicaba una dura diplomacia que pudiese disuadirle de abandonar sus planes, con el peligro de que se desencadenase una segunda guerra de Corea.
De todos modos, siempre se ha considerado en EE.UU. que la solución al problema coreano debía pasar por China, que es su más estrecho aliado y quien le sostiene económicamente; más del 80% de las exportaciones norcoreanas van destinadas a China, al tiempo que proceden de este país el 85% de sus importaciones totales. Pero hasta ahora esta operación triangular no ha funcionado. A veces China, como en la actualidad, no veta las sanciones en el Consejo de Seguridad, pero en la frontera chino-norcoreana ha seguido desarrollándose un intenso mercado negro (en violación de las sanciones de NNUU), que incluye abundantes equipos militares.
Por qué sería muy costoso un enfrentamiento militar, incluso convencional
La primera razón es que la capital de la república del Sur, Seúl, se encuentra a muy escasa distancia de la frontera, que más o menos sigue el paralelo 38 y que, con 4 km. de ancho, constituye la Zona Desmilitarizada entre ambos países. Seúl está a sólo 55 km de la frontera.
Los dirigentes de Corea del Sur, tras el armisticio de 1953, cometieron el fatal error de mantener la capital en una localización tan desventajosa. Otros gobernantes, como Mustafá Kemal Ataturk tuvieron la visión de trasladar su capital tras la guerra de independencia, en 1923, a cientos de km. de las fronteras, situándola en la provinciana ciudad de Ankara, en el centro de la meseta de Anatolia, en vez de mantenerla en la bella Estambul, sobre el estrecho del Bósforo, abierto a las Armadas enemigas.
El Estado comunista, lógicamente, ha construido una gran fuerza artillera, compuesta de obuses (esto es, cañones) remolcados y autopropulsados, así como de lanzaderas autopropulsadas de cohetes (no dirigidos). Se estima que totalizarán unas 13.000 piezas de artillería y lanzaderas. Abundan los obuses de calibres superiores a 155 mm que, dependiendo de la munición empleada y de ciertas adaptaciones, pueden sobrepasar los 55 km, quedando sometida toda el área de Seúl a su campo de tiro. La artillería más pesada la constituyen los cohetes de 240mm y 300mm, disparados desde lanzaderas múltiples, cuyo alcance llega a los 90 km.
Como es patente, en caso de enfrentamiento militar aún sin considerar el armamento nuclear, los cañones y lanzacohetes someterían a toda el área de la capital a un intensísimo bombardeo que destruiría barrios enteros y causarían un elevadísimo número de víctimas civiles en escasos días. Las piezas autopropulsadas harán más difícil su eliminación.
A la desventaja de la cercanía a la frontera, se ha añadido la extrema concentración en Seúl y en un pequeño radio a su alrededor de la población (el 48% del total), unos 25,6 millones de personas y la mitad de la producción nacional de bienes y servicios.
Finalmente, el régimen norcoreano ha ido construyendo unas considerables fuerzas armadas. Aunque gran parte de sus equipos y armamento pesado están muy obsoletos, representarían una gran fuerza de desgaste de los ejércitos de Corea del Sur y del contingente estadounidense, que sufrirían un importante número de bajas, aunque acabasen venciendo. Todo esto, sin considerar el uso por Pyonyang de armas tácticas nucleares.
Se sabe con certeza, aunque no se pueda cuantificar, que Corea del Norte dispone de un gran número de armas químicas y biológicas.
El Ejército de tierra norcoreano cuenta con un millón de efectivos, frente a los 630.000 de Corea del Sur.
Frente a las cerca de 13.000 piezas de artillería de Pyonyang, la república del Sur tiene 7.500.
El Norte también goza de ventaja numérica en carros de combate: unos 3.500, frente a 2.650.
Sin embargo, la fuerza aérea de la república del Sur supera a la de Pyonyang tanto en número como en modernidad: 850 cazas y bombarderos, de no más de 30 años, con un alto porcentaje de modelos recientes. Las aeronaves de Corea del Norte son unas 560, en su gran mayoría de fabricación china y casi medio siglo de antigüedad, salvo 35 Mig-29 rusos, muy recientes.
La superioridad aérea occidental sería aún mayor, al tomar en cuenta los cientos de cazas estadounidenses que operarían desde varios portaviones.
Para concluir, es de sobra conocida la capacidad ofensiva de Corea del Norte en el ciberespacio, al disponer de una unidad de unos 6.000 hackers.
Actuaciones de la Administración Trump
Según se ha sabido, la comunidad de inteligencia de EE.UU. –esto es, la coordinación de todos sus órganos de inteligencia- preparó al Presidente Obama en 2016 un informe pesimista, según el cual el dictador comunista Kim Jong-un está convencido de que únicamente el programa nuclear podrá asegurar la supervivencia de su régimen. La suerte que corrió el coronel Muamar el Gadafi en Libia es la principal inspiración para el líder de Corea del Norte. Gadafi abandonó su programa nuclear a finales de 2003 (persiguiendo la integración de su país en los mercados internacionales) y ocho años después (2011), con motivo de la Primavera Árabe, los países occidentales favorecieron su derrocamiento, siendo matado por milicias incontroladas tras sacarle de un estrecho agujero en el suelo en el que se escondía.
Según parece, este problema fue uno en los que más incidió Barack Obama al hacer el traspaso del poder a Donald Trump el pasado enero.
Fuera por este o por otros motivos, lo cierto es que desde la constitución de la nueva Administración, el Presidente Trump situó a Corea del Norte en un primerísimo lugar de sus preocupaciones internacionales.
A las dos semanas de la toma de posesión del nuevo presidente, el nuevo Secretario de Defensa James Mattis emprendió a comienzos de febrero de 2017 su primer viaje al extranjero, trasladándose al Lejano Oriente para reafirmar en Tokio y Seúl el compromiso de EE.UU. con la defensa de la seguridad en esa zona.
Al mes siguiente, el 17 de marzo de 2017, Rex Tillerson, el nuevo Secretario de Estado, declaró en Seúl que “La política de paciencia estratégica ha concluido”, añadiendo que las negociaciones “sólo podrían emprenderse tras la desnuclearización (de Corea del Norte), entregando sus armas de destrucción masiva”. Sin embargo, ya en 1992 el régimen norcoreano dijo asumir dicha obligación, que nunca llegó a cumplir.
El propio Presidente Trump ha venido incidiendo directamente en el abandono definitivo de la anterior política de paciencia estratégica. Ahora bien, todavía se echa en falta una consistente alternativa política que, con toda seguridad, debe estarse debatiendo en los ámbitos de seguridad nacional, defensa y relaciones exteriores de la Administración, con la Casa Blanca.
A lo largo de 2017 se han repetido maniobras militares conjuntas de EE.UU. y Corea del Sur, según se viene haciendo desde hace muchos años. Maniobras que atraen las protestas de Pyonynag, en su propósito de debilitar las alianzas de EE.UU. con Seúl y Tokio.
Es preciso llamar la atención sobre el diferente posicionamiento de los Gobiernos de los dos aliados de EE.UU. en la región del nordeste de Asia.
En Japón, durante todo el presente año Shinzo Abe (del partido conservador) ha sido el Primer Ministro, siendo reelegido a finales de octubre, cuyo mandato debe finalizar en 2021. Desde hace varios años Shinzo Abe busca expandir la proyección exterior de su país y asumir mayores responsabilidades en el campo militar. Este proyecto se está viendo reforzado por la actitud agresiva de Corea del Norte y los sobrevuelos de sus misiles. Desde su primer encuentro con el Presidente Trump en Washington, adonde se trasladó a las dos semanas de su toma de posesión, a comienzos de febrero de 2017, se produjo un estrecho entendimiento entre ambos líderes. Sus posiciones frente a la amenaza norcoreana, son muy próximas.
Algo muy distinto ha sucedido en Corea del Sur, donde venían gobernando los conservadores pero estaban convocadas las elecciones presidenciales para mayo de 2017. Como advertían las encuestas triunfó el candidato de izquierda Moon Jae-in, convirtiéndose en el nuevo Presidente. Su programa electoral, aunque triunfó en las urnas, parecía diseñado para otra época, ya que colocaba en primer plano el ofrecimiento de un acercamiento en múltiples campos al dictador del Norte; esto es, una política de apaciguamiento … en mitad del agravamiento de las amenazas del régimen comunista y del rápido desarrollo de sus armas ofensivas.
Nada más tomar posesión, el Presidente Moon Jae-in pretendió que EE.UU. retirara las lanzaderas de cohetes antimisiles THADD, que constituyen la más eficaz defensa frente a los misiles de Corea del Norte. También efectuó algún otro gesto poco amistoso hacia la potencia que puede protegerla del enemigo del Norte, para regocijo de estos dirigentes. Como es fácil de entender, aquellos misiles interceptores tienen una exclusiva utilidad defensiva: destruyen los misiles entrantes en el país y no pueden transportar cabezas nucleares.
A pesar de este comienzo de fiasco, la peligrosa realidad existente fue haciendo cambiar de postura al nuevo Presidente surcoreano y en la actualidad tiene una relación más fluida con Washington, aunque se perciben sus suspicacias hacia el “amigo estadounidense”.
A mediados de noviembre 2017 Trump realizó su primer viaje por el Lejano Oriente, cuyo principal objetivo ha sido aislar diplomáticamente al régimen de Pionyang y presionar a las autoridades de China para que consigan paralizar la nuclearización de la península. La gira tuvo lugar sin que se produjeran incidentes, salvo la curiosidad de que en las calles de Seúl se produjeron manifestaciones en contra y a favor de la presencia de Trump. Coincidiendo con esta visita, la Armada estadounidense situó tres portaviones, con sus respectivos grupos de combate, en el Mar de Japón no muy lejos de las aguas norcoreanas.
El 19 de noviembre el Presidente Trump anunció que volvería a incluir al régimen del Norte en la categoría de Estado que colabora con el terrorismo internacional. Ronald Reagan ya lo hizo a partir de 1988, tras el asesinato en Birmania de 4 ministros de Corea del Sur y el derribo de un vuelo comercial de la compañía de bandera del Sur, acabando con la vida de los 115 pasajeros. George Bush hijo, con el propósito de facilitar la desnuclearización, cometió el error de sacar a Corea del Norte de esa lista en 2008. El padre del actual dictador comunista, Kim Jong-il, continuó en secreto con el programa nuclear, desembocando en la situación actual.
Se ha sabido que la Administración no está considerando el emplazamiento en la región de armas nucleares tácticas para su uso contra Corea del Norte. Dicho tipo de armas fueron sacadas de Corea del Sur en 1991, por el Presidente George Bush padre como estímulo a que Pyonyang permitiese las inspecciones internacionales de sus centrales nucleares y por no considerarlas necesarias en aquellas circunstancias.
Todo lo dicho anteriormente supone que la Administración Trump está prosiguiendo el llamado pivote o giro de la acción exterior de EE.UU. hacia Asia, que iniciara Obama en 2011, teniendo en cuenta el creciente poder de China –económica, diplomática y militarmente- y la necesidad de hacerle frente en varios campos.
Por último, cabe resaltar que durante el largo periodo de desarrollo del programa nuclear de Corea del Norte, EE.UU. ha logrado mantener la credibilidad de su política de disuasión expandida, esto es de su paraguas nuclear, evitando que sus aliados -Japón y Corea del Sur- emprendiesen sendos proyectos en pos del arma nuclear.
Opciones de política
Durante estos pasados años la posición oficial de las Administraciones estadounidenses ha sido exigir de Corea del Norte la completa, verificable e irreversible abandono de su programa nuclear y de los ingenios nucleares con los que ya cuente, como punto de partida para negociar una solución definitiva. No debe olvidarse que todavía no hay un tratado de paz para la guerra que concluyó en 1953, tratado que formaría parte de la solución final, sino tan solo un armisticio. Este aspecto de la crisis con Corea Norte, sigue abierto.
Como nunca se ha estado cerca de conseguir estos resultados, es lógico plantear si esta postura ha sido realista y si puede servir para el futuro. Hay que plantearse cuales son los móviles por los que los dirigentes del Norte se aferran a las armas nucleares y a los misiles que les permitirán usarlas de manera ofensiva.
De modo general puede decirse que las personas que adopten posturas denominadas de “palomas” –que en España son legión y en Estados Unidos comprende a buena parte de la izquierda- verían los motivos en las actitudes amenazantes de EE.UU. y Corea del Sur, lo que es especialmente poco creíble en este conflicto.
Quienes, por el contrario, creemos que su política nuclear responde a factores endógenos al régimen comunista, a su supervivencia, inherentes a su carácter, se nos suele llamar “halcones”.
Llegados a este momento de cierto impasse –lo ya aplicado no funcionó y la Administración aún no ha definido una nueva respuesta sistemática- Robert Gates delineó su propuesta en una entrevista al Wall Street Journal en el mes de julio.
Robert Gates fue Secretario de Defensa con el Presidente George Bush y con su sucesor, Barack Obama. En total, ha trabajado 27 años en puestos de seguridad nacional, incluido como director de la CIA.
Comienza por el reconocimiento de que no hay buenas soluciones ante este problema. Concretamente, no cree que haya la posibilidad de un buen plan de ataque militar contra Corea del Norte.
Por otro lado, como se ha dicho tantas veces, reitera que la solución debe pasar por la intervención de China, pero se aparta de la opinión más extendida –aproximándose a la postura del Presidente Trump- en que ya es momento de abandonar la anterior política e intentar un enfoque alternativo hacia China. A través de presiones diplomáticas y militares debe negociarse al más alto nivel un acuerdo para la crisis de Corea Norte que, posteriormente, se negociaría directamente con el líder norcoreano Kim Jong Un.
EE.UU. debería ofrecer a China el reconocimiento del régimen comunista y la renuncia a políticas de cambio de régimen, del mismo modo a como se hizo con Cuba en la crisis de los misiles rusos. La oferta comprendería también la firma de un tratado de paz que pusiera jurídicamente fin a la guerra de los años 50. Por último, podrían realizarse ciertos cambios en las estructuras militares de Corea del Sur, que el Norte viene reclamando, pero no admitiendo otras peticiones -inaceptables- como forma de buscar un atajo a esta crisis con Corea Norte.
A cambio, EE.UU. reclamaría la fijación de estrictos límites a los programas nuclear y de misiles, supervisados por la comunidad internacional y la propia China. Ya que Robert Gates considera imposible que Pyonyang entregue o destruya sus armas nucleares, debería congelarse su actual desarrollo y su número. Para reducir drásticamente el peligro que suponen, se limitaría drásticamente el alcance de sus misiles.
Para forzar a China a asumir dicho acuerdo, en caso de no hacerlo prontamente, EE.UU. habría de desplegar un amplísimo sistema de cohetes antimisiles en torno a Corea del Norte, pero que afectaría también a China. Como ya se dijo, estos cohetes no tienen ninguna capacidad ofensiva, pero al tiempo que podrían interceptar y destruir misiles lanzados desde Corea del Norte, servirían también para interceptar en su caso misiles lanzados por China, gracias al potente sistema de radares en que se apoyan.
Hoy en día, ya hay lanzaderas THADDs controladas por EE.UU. en Corea del Sur. Japón, durante los pasados años, han comprado de EE.UU. toda una serie de sistemas de defensa contra misiles, que también servirían para destruir misiles chinos, si llegara el caso. Actualmente, el sistema antimisiles de Japón es el más potente, tras el estadounidense. Sistemas Aegis manejados desde barcos de guerra, sistemas Patriot, interceptores de misiles balísticos SM-3, etc.
Naturalmente, esas defensas en esos dos países pueden reforzarse. EE.UU., por su cuenta, podría ampliar el número de sistema de interceptación a bordo de naves de su Marina.
China, para contrarrestar dicha tupida red de defensas y hacer creíble su amenaza nuclear, debería efectuar un gran esfuerzo tecnológico y soportar un enorme aumento en sus gastos de defensa.
Semejantes escudos resultan insuficientes ante un hipotético enfrentamiento generalizado entre, por ejemplo, EEUU y Rusia que pusiera en el aire centenares o miles de misiles. Sin embargo, como se dice en la obra El Futuro de la Disuasión Expandida (The Future of Extended Deterrence. Stéfanie Von Hlatky. 2015): “En teatros de operaciones acotados (con un reducido número de misiles tácticos, como los que Corea del Norte conseguirá próximamente), pueden ser posibles defensas contra misiles efectivas”, destruyendo con seguridad todos los misiles entrantes en Corea del Sur o Japón. Y añade: “Al mismo tiempo, no supone una amenaza para otros agentes internacionales tal como Rusia” y, podemos añadir en el caso que nos ocupa, tampoco para China. No obstante, durante el verano de 2017 China ha comenzado a sentir la presión a su alrededor, protestando repetidamente.
Finalmente, EE.UU. podría comenzar a derribar los misiles balísticos intercontinentales lanzados por Pyonyang para sus pruebas, retrasando en años el progreso técnico que necesita. Sea cual sea la opción que se elija frente a la crisis con Corea Norte, habrá que perseguirla sin interrupciones.
De hecho, la Administración Trump ya está acometiendo el refuerzo de los sistemas antimisiles en torno a Corea del Norte y, por tanto, parcialmente frente a China.
Semejante política estadounidense de ejercer presión sobre China y sobre Corea del Norte, causaría también un grave problema económico a Pyonyang. El Departamento de Estado ha estimado que ya en la actualidad (2014) el régimen comunista dedica el 24% de su PIB a gastos militares. Estas cifras pueden verse en el informe WMEAT 2016, en la Table I. ¿Cuánto más podría gastarse Corea del Norte para superar los sistemas de defensa antimisiles a los que tendría que hacer frente?
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