La sesión abierta y televisada que se celebró durante todo el día de ayer (8,5 h.) en el Senado sobre la acusación -en el último minuto- de supuestos abusos sexuales del juez propuesto por Trump para el Tribunal Supremo, Brett Kavannaugh, deja en evidencia la degradación ética de la izquierda política estadounidense (ávida de poder, como el insaciable y despreciable joven senador de color Cory Booker) y ahonda la división política del país hasta un punto no conocido en varias décadas. La mujer que, con ayuda de los senadores demócratas, acusa a Kavanaugh -Christine Ford- o bien es una consumada actriz e impostora o una persona con desequilibrios que le hacen volcar hacia este destacado juez católico (quizá este sea su mayor pecado para los radicales) la agresión que dice haber sufrido hace 36 años (cuando ellos tenían 16 años) de no se sabe quién, ni se sabe dónde ocurrió (en que casa, ni barrio), ni cómo fue y regresó de allí, ni el día, ni el mes, ni el año, ni quienes estaban presentes, porque todos los indicados por ella han jurado formalmente desconocer dicha fiesta, ni dicha agresión.
Para la mayoría de los senadores de izquierda que intervinieron, con alguna honrosa excepción (como la senadora Amy Klobuchar y el senador Chris Coons), si una mujer efectúa una acusación de agresión sexual, prácticamente siempre hay que creerla. El veredicto viene casi determinado por el sexo de los implicados. A este disparate ha conducido el feminismo radical.
El grave problema de las agresiones sexuales (aun de las menores, como sería este caso) es una cuestión a tomarla muy seriamente por la sociedad y las posibles víctimas deben ser adecuadamente escuchadas y considerarse sus cargos. Pero de esto a fijar como criterio básico -tal como prácticamente ha hecho la muy feminista senadora de Hawái Mazie Hirono- que siempre hay que creer a la mujer acusante (al menos cuando el acusado es un hombre conservador, se da a entender), hay un mundo, un mundo de intolerancia y de manipulación política, que no debe ser aceptado por más tiempo.
Dentro de unas horas, hoy viernes, el Comité Judicial del Senado votará si respalda o no la propuesta de nombramiento de Kavanaugh para el Supremo. Si la votación es positiva, a comienzos de la próxima semana se votaría de forma definitiva en el pleno de la cámara. En ambas instancias la mayoría republicana es ahora mínima: 11 a 10 en el comité y 51 a 49 en el pleno. Tras las elecciones legislativas del 6 de noviembre la izquierda podría tomar el control del Senado, lo que le permitiría bloquear cualquier nombramiento de Trump para el Supremo durante dos años, creando un grave problema al Alto Tribunal.
Que los demócratas hagan estos cálculos electorales, no es el problema. Eso es normal, es parte del juego político. Lo que no es aceptable es la retorcida manipulación que han hecho de esta cuestión, ni los métodos espurios que están desplegando para retrasar la tramitación de este nombramiento. Como dije, aquellos dos senadores demócratas (Klobuchar y Coons) se comportaron de un modo digno, aunque persiguieran el mismo objetivo que sus colegas.
Casi todas las intervenciones de la izquierda se centraron en reclamar una sola cosa: dilatar el proceso, haciendo intervenir al FBI. Bien. Pero acusaban sin cesar a la mayoría republicana del comité de impedir maliciosamente que se investigara de un modo apropiado … cuando han sido los demócratas los que han impedido deliberadamente esa investigación al ocultar durante 45 días la acusación de la Sra. Ford. El 30 de julio dicha señora entregó una carta con su acusación a la jefe de la minoría demócrata (Dianne Feinstein) y ésta la retuvo hasta el 14 de septiembre, el día en que concluían las audiencias en torno al nombramiento e iba a pasarse a las votaciones. Esta hipocresía resulta insultante.
Por otro lado, en los trece días desde que los demócratas sacaron a relucir la acusación contra Kavannaugh, uno de ellos -el precandidato presidencial, de raza negra y ambicioso por excelencia- Cory Booker llamó “perverso” al juez -antes de escuchar las explicaciones verbales de ayer-. Otro, dijo que la entrada de Kavanaugh en el Tribunal Supremo provocaría muertes, cuando las muertes de inocentes se producen por los abortos a los que Kavanaugh es opuesto y que casi toda la izquierda defiende por encima de todo, asumiendo el programa histórico del feminismo radical. Las vilezas han estado a la orden del día, desde la izquierda. Todo valía para intentar cobrarse esta pieza de su cacería.
Suceda lo que suceda con las dos próximas votaciones en el Senado para la confirmación de Kavanaugh, el profundo daño a la convivencia social de los estadounidenses, ya está hecho. ¿Cómo van a poder colaborar en adelante los senadores de ambos bandos para sacar adelante iniciativas parlamentarias bipartidistas -como se hace con frecuencia en EE.UU.- tras una jornada aciaga como la de ayer?
Los medios han dado cuenta de que ayer en todo el país muchos millones de personas dejaron un tiempo sus actividades cotidianas para observar en directo, por sí mismos, lo que se estaba debatiendo en el Senado. Esto no es algo que suceda con frecuencia.
El 27 de septiembre de 2018 permanecerá -desgraciadamente- por mucho tiempo como el día en que se consumó la fractura política de esa sociedad, que es lo que ha venido persiguiendo activamente el ala más izquierdista del Partido Demócrata con su sectario movimiento de “resistencia”. Llevará años regresar a una sana vida política nacional.
Afortunadamente en EE.UU., a diferencia de lo que sucede en otros países, la derecha no se deja amedrentar, ni tolera el intento de marginarlos de la vida política, ni abandona sus valores, aunque como cualquier otro grupo humano cometa errores. Esto es una esperanza y un ejemplo para los conservadores de todo el mundo. Con la excepción de la Presidencia de Ronald Reagan en los años 80, nunca antes el buenismo internacional ha tenido que hacer frente a un contrincante tan poderoso como los Estados Unidos de hoy en día.
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