La rápida expansión de la producción mundial de biocombustibles, contribuyó decisivamente a la crisis alimentaria mundial de 2008 y al encarecimiento permanente de los alimentos, llevando al hambre a unos cien millones de personas de los países más pobres.
La rápida expansión de la producción mundial de biocombustibles, impulsada principalmente por las políticas contra el cambio climático de la Unión Europea y Estados Unidos, contribuyó decisivamente a la crisis alimentaria mundial de 2008 y al encarecimiento permanente de los alimentos, llevando al hambre a unos cien millones de personas, según denuncian estudios del Banco Mundial y de una ONG.
La organización internacional de ayuda contra la pobreza Actionaid, ha publicado el 15 de febrero 2010 un estudio titulado “El impacto de los biocombustibles en los pueblos y en el hambre mundial”. Las preocupantes conclusiones a las que llega acerca del futuro impacto de estos carburantes sobre la disponibilidad de alimentos y su encarecimiento se suman al creciente cuestionamiento internacional de las actuales políticas de apoyo a este tipo de agrocombustibles.
El lunes día 8 de marzo 2010 varias ONGs han presentado una demanda ante el Tribunal de la UE, contra la Comisión Europea por violar las normas europeas de transparencia por negarse a hacer públicas 8.000 páginas de estudios sobre los biocombustibles que, al parecer, confirman muchos de los efectos contraproducentes que están siendo denunciados estos años. El estudio de Actionaid expone que durante la primera década de este siglo, el gran crecimiento de los biocombustibles se ha basado en el empleo como materia prima de alimentos agrícolas tales como el maíz, la caña de azúcar, el trigo, y semillas oleaginosas como la colza y la soja y el aceite de palma. Se trata de los agrocombustibles de primera generación. Su producción mundial se ha multiplicado 3,5 veces desde 2000, hasta alcanzar 70.000 millones de litros en 2008.
Este rápido desvío de producciones agrícolas para usos energéticos, contribuyó decisivamente a la subida de los precios internacionales de los alimentos en 2007 y 2008, causando la crisis alimentaria internacional. El índice mundial de precios de los alimentos (FAO) aumentó 75% en esos dos años.
El Banco Mundial ha estimado que dicha crisis ocasionó 100 millones de nuevos pobres en el mundo y que el 70% del aumento de los precios internacionales de los alimentos fue debido a los biocombustibles (Donald Mitchel, 2008).
Como afirma el estudio de ActionAid “los biocombustibles no son algo nuevo; Brasil y EE.UU. los llevan produciendo”, en pequeñas cantidades, desde los años 80. Lo que ha disparado la producción de estos nuevos carburantes durante la pasada década han sido las políticas públicas de apoyo adoptadas por las principales economías, principalmente la Unión Europea y Estados Unidos, por razones de lucha contra el cambio climático.
La UE se propuso para 2010 el objetivo de que el 5,75% de los combustibles vendidos, procedieran de materias vegetales. Este objetivo suponía multiplicar por 25 la cifra de 2000, que era sólo 0,2%.
La UE y sus estados miembros, además, pusieron en marcha cuantiosos programas de incentivos financieros y fiscales a la industria europea de biocombustibles, con el propósito de ocupar una posición destacada en el mercado internacional. Según Actionaid, en 2006 los apoyos financieros en la UE ascendieron a 4.400 millones de euros y han continuado creciendo.
Por otra parte, según Actionaid, que está presente en 42 países en desarrollo, “la industria de agrocombustibles está teniendo desastrosos impactos en la seguridad alimentaria y en los derechos sobre la tierra” en infinidad de comunidades.
Al ser muy insuficiente el aprovisionamiento de materias primas para la producción de biocombustibles dentro de la propia UE, su mayor parte está siendo importada. De acuerdo al informe “compañías europeas han adquirido o están tramitando la compra de cinco millones de hectáreas en países en desarrollo para la producción de agrocombustibles -un área equivalente a la de Dinamarca-“. Esta nueva demanda está empujando al alza el precio de la tierra, desplazando a poblaciones y fomentando la deforestación de amplias zonas de selva tropical en Brasil, Indonesia, Malasia y en países africanos.
De cara al futuro la Unión Europea aprobó en 2008, dentro de su paquete climático, una intensificación de la política de apoyo a los biocombustibles, de forma que en 2020 deberán representar el 10% de los carburantes para el transporte.
Por esta razón, el informe de ActionAid concluye que “nos encontramos en una encrucijada. O bien reconocemos ahora los problemas inherentes a la producción industrial de biocarburantes, o damos paso a un futuro en el que el hambre aumente entre los pobres”.
Para evitar esta sombría perspectiva, la ONG propone que la UE reconsidere sus actuales políticas de expansión y subvención del uso de los biocombustibles, llegando a proponer una moratoria en su aplicación.
Todo indica que la Unión Europea se precipitó la pasada década al introducir estas nuevas políticas y desarrollarlas a un ritmo desmedido, sin evaluar suficientemente las posibles consecuencias sociales, alimentarias y económicas que podrían ocasionar. Enfrentada ahora con graves problemas se enroca en sus posiciones, pretendiendo minimizar los inconvenientes y eludir sus responsabilidades, lo que no crea las condiciones para llevar a cabo un debate amplio para la rectificación de sus programas en favor de los biocombustibles.
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