Tras el terremoto político que se produjo a comienzos de mayo con la retirada de los últimos contrincantes de Trump en las primarias del Partido Republicano, este partido entró en una profunda crisis, apareciendo cuatro posturas para hacer frente a esta grave situación.
Ted Cruz. John Kasich. Donald Trump
Tras el terremoto político que se produjo a comienzos de mayo con la retirada de los últimos contrincantes de Trump en las primarias del Partido Republicano, este partido entró en una profunda crisis, apareciendo cuatro posturas para hacer frente a esta grave situación.
La primera semana de mayo 2016, tras la decisiva victoria de Donald Trump en las primarias del estado de Indiana (donde obtuvo el 53%), se retiraron de la campaña electoral los dos precandidatos que aún le disputaban la candidatura a la Presidencia de Estados Unidos: el senador por Tejas Ted Cruz (que representa, básicamente, a lo que queda del Tea Party) y el gobernador de Ohio, el republicano centrista John Kasich.
Tanto ambos candidatos como las fuerzas vivas del Partido Republicano (el establishment, que comprende a la dirección del partido, sus congresistas y gobernadores y las organizaciones que les respaldan) habían echado el resto en Indiana para que Trump quedara bien por debajo del 50% de los votos, lo que hubiera facilitado una convención nacional “abierta” (“disputada”) en Cleveland en el mes de julio donde intentar elegir un candidato alternativo a Trump. La votación de las bases republicanas en Indiana cerró definitivamente aquella vía de escape, haciendo inevitable la elección de Donald Trump como candidato oficial del Partido Republicano (PR) a medida que se celebren las primarias en los nueve restantes Estados.
Hasta mediados de abril Trump había ido recibiendo el apoyo de entre el 35% y el 45% de los votantes republicanos, esto es, una minoría que no le legitimaba plenamente como representante del partido, aunque ocupase el primer lugar. Su arrollador triunfo en Nueva York el 19 de abril (con el 60%) y en otros varios Estados de la costa este (con resultados en torno al 50%) supusieron un vuelco en favor de Trump, que los votantes ratificaron en Indiana.
El extraordinariamente complejo y democrático proceso de las primarias ha cumplido su función: las bases republicanas han expresado su voluntad y la dirección nacional del P.R. (el presidente de su Comité Nacional, Reince Priebus) ha tenido que aceptar (al día siguiente de la votación en Indiana) el veredicto de sus bases, toda vez que se han cumplido las normas del partido.
Pero, lo más grave para el Partido Republicano no ha hecho más que comenzar, porque una cosa es que el proceso se haya desarrollado conforme a las normas y, otra muy diferente que la decisión de las bases sea no ya la más apropiada, sino simplemente aceptable. Como ha proclamado Henry Olsen, analista de un think tank conservador: “Estamos presenciando el suicidio político de un partido de 160 años de antigüedad … el partido de Abraham Lincoln” (el autor de la emancipación de los esclavos). Y es que este desenlace ha llenado de estupor a las fuerzas vivas del partido, haciendo peligrar su futuro como nunca antes durante el siglo XX.
El símil más atinado respecto al dilema actual de los republicanos proviene de la pluma de Eugene Robinson (en el Washington Post): “Esta semana el PR se encuentra como debió estar Roma en el siglo V tras la conquista de la ciudad por los visigodos. La anarquía y la confusión reinando por doquier, mientras se percibían angustiados lamentos y los líderes políticos calibraban urgentemente su respuesta: resistencia o colaboración”.
En más de un siglo el Partido Republicano nunca se encontró tan dividido como en la actualidad.
No se debe olvidar que hasta las primarias de Indiana, cuando quedaban 9 de los 50 Estados por votar, Trump sólo había obtenido en total el 40,2% de los votantes republicanos que participaron en las primarias desde febrero, quedando muy por debajo de la mitad del sufragio. Aquella cifra es históricamente baja, a estas alturas de las primarias; en los anteriores comicios presidenciales alguno de los aspirantes había ganado ya en la misma época, por lo menos, 17 puntos más, esto es 57% de los votos emitidos o bastante más.
Nadie discute que la próxima elección de Trump como candidato oficial no haya sido legal, pero su programa político -si es que se le puede llamar de este modo-, su populismo, su ignorancia e inexperiencia políticas, suponen –en opinión de muchos- un grave peligro para la seguridad nacional de EE.UU. en caso de que fuese elegido Presidente pero es que además de eso está destruyendo al Partido Republicano.
La ascendente progresía estadounidense, encabezada por el radical New York Times, no ha dejado pasar la oportunidad de lanzar a los cuatro vientos que “el PR es ahora el partido de Trump”, lo que como veremos, no es cierto, por ahora.
Nada más conocerse los cambios tras las primarias en Indiana, los dos ex-Presidentes republicanos vivos, Bush padre e hijo, anunciaron pura y simplemente que no respaldarían (endorse) a Trump. Paul Ryan, el presidente (speaker) de la Cámara de Representantes -que es el cargo federal de más alto nivel ocupado actualmente por un republicano (segundo en la línea de sustitución de un Presidente en caso de incapacidad) declaró que “no estoy preparado (para apoyar a Trump), por ahora” y que necesitaría recibir pruebas de que Trump comparte los “principios y valores” conservadores; estas palabras exasperaron al multimillonario neoyorquino quien -iracundo- le amenazó con retirarle del puesto, lo que está fuera de su alcance. Se da, además, la circunstancia de que, por su cargo, corresponderá a Paul Ryan presidir la Convención Nacional del PR en Cleveland.
Estos tres destacados rechazos suponen una seria descalificación de Trump, por una importante parte del establishment del partido. Esta constituye la primera postura en respuesta al inminente triunfo de Trump, a la que se han apuntado varios senadores, congresista y gobernadores: negarle pura y simplemente su apoyo. Entre estos personajes hay que citar al candidato republicano que se enfrentó a Obama en 2012, Mitt Romney.
El segundo tipo de reacción está siendo la de otros muchos componentes de las fuerzas vivas del PR que están comenzando a dar su apoyo a Trump (con mucho o ningún entusiasmo), intentando subirse a su tren ganador y, quizá, traten de enderezar la errática actuación de este personaje, lo que no les va a resultar nada fácil. Entre los más destacados figuran el presidente del Senado, Mitch McConnell, y dos anteriores speakers de la Cámara Baja, John Boehner y Newt Gingrich. Varios gobernadores también están dando este paso, a lo que se resistieron durante meses. Previsiblemente este grupo crecerá con rapidez, ya que supone el intento de recuperar la unidad del Partido Republicano, lo que sería imprescindible para tener alguna posibilidad ante la candidata Hillary Clinton en noviembre.
En tercer lugar, un cierto número de dirigentes y analistas republicanos -difícil de ser cuantificados-, en un movimiento inusual, llevados por la desesperación están propugnando organizar una tercera candidatura -al margen del PR- para evitar la elección de Trump como Presidente y como forma de cerrar el camino a su control del partido en el futuro o bien, para otros, como plataforma del lanzamiento de un tercer partido, centrista, alejado del Tea Party y de Trump. Esta táctica -de una tercera candidatura- es la que ya había anunciado Trump que seguiría en caso de perder la Convención Nacional en julio, aunque el verano pasado se había comprometido a lo contrario. Comprensiblemente, estos promotores están actuando en la sombra, sin darse a conocer, buscando el mejor momento de poner en marcha su proyecto, que podría ser tras la Convención de julio. El presunto candidato no se desvelaría hasta el último momento, pero el diario conservador Chicago Tribuna menciona la posibilidad de Mitt Romney (que hace cuatro años disputó la Presidencia a Obama), Michael Bloomberg (poderoso empresario judío que fue alcalde de Nueva York tres veces, que ya sonó en 2015 como candidato demócrata), y el general retirado David Petraeus (que fue comandante de la fuerza ISAF en Afganistán y director de la CIA, a comienzos de la presente década).
Existe una cuarta corriente de opinión respecto a lo que necesita hoy el Partido Republicano, algo que si bien ya ha quedado explicitada por varios columnistas, destaca entre ellos un editorialista del Wall Street Journal, Bret Stephens. En su opinión “para lo que queda de movimiento conservador serio en EE.UU. la mayor esperanza sería la elección en noviembre de un Presidente demócrata (esto es, Hillary Clinton), tutelado por un Congreso “republicano” y mencionaba el precedente del desastroso Presidente demócrata Jimmy Carter, a quien sucedió -como reacción- un dirigente republicano excepcional: Ronald Reagan. Añadía que “los republicanos pueden sobrevivir a otra Administración progresista … pero una Presidencia de Trump implicaría perder el Partido Republicano” para siempre y “demoler las mejores ideas de la derecha (estadounidense) durante una generación”. A esta actitud (de parte de los conservadores) se la conoce como la corriente NeverTrump.
Durante las próximas semanas y meses presenciaremos cómo se perfilan y toman fuerza o fracasan estas cuatro corrientes, teniendo en cuenta que faltan todavía seis meses para las elecciones del 8 de noviembre y aun son posibles acontecimientos inesperados. En esta campaña, más que en ninguna otra de las pasadas décadas, han caído por tierra gran parte de los pronósticos y formas de actuar que venían siendo habituales. Como ha declarado Peggy Noonan (redactora de discursos del Presidente Reagan) cuando “Trump sea elegido candidato oficial a la Presidencia nada volverá a ser igual que antes. La forma en que se hace política en EE.UU. ha cambiado y no habrá vuelta al pasado”.
Por otro lado, se impone marcar las grandes diferencias del sistema político de EE.UU. respecto del español. Aquí, en EE.UU., la dirección de los partidos carece del poder omnímodo del que gozan en España pero, por otro lado, el candidato presidencial tampoco dispone de ese tipo de poder. Dicho de modo más directo, la dirección del Partido Republicano no ha podido detener a un precandidato como Trump, pero éste tampoco va a tener a su entera disposición a las fuerzas vivas (el establishment) del PR, que gozan de considerable autonomía y vida propia y continuarán ejerciendo una firme resistencia al liderazgo al que Trump aspira. En definitiva, en Estados Unidos el poder político en los partidos está muy repartido en comparación a la lamentable concentración que sufrimos en España.
Por último la misma analista, Peggy Noonan, ha señalado que “las bases del Partido Demócrata han acentuado su progresismo -como todos sabemos- pero en cierta forma también lo han hecho las bases republicanas … aunque ha pasado bastante desapercibido”. Pero esto ya es otra historia.
Deja una respuesta