Thomas Perez, hijo de emigrantes hispanos, ha sido elegido líder del aparato demócrata. El intenso deslizamiento de este partido hacia la izquierda, aunque genere muchos titulares en los medios internacionales, seguramente no vaya a mejorar sus escasas posibilidades electorales para noviembre de 2018. Los demócratas tras victoria Trump.
Los demócratas tras victoria Trump
Ayer, día 25 de febrero, el Partido Demócrata ha elegido en la ciudad de Atlanta a su nuevo líder, Thomas Perez, que es el primer hispano que dirigirá el partido en su calidad de presidente del Comité Nacional Demócrata (CND).
Como es sabido, en Estados Unidos las direcciones nacionales de los partidos políticos ejercen una influencia muchísimo menor que en España. El poder está mucho más repartido, entre el Presidente del país, los congresistas y senadores, los Gobernadores de los Estados, los miembros de las cámaras estatales, etc. Puede decirse que en este país no existe una partitocracia.
No obstante, la dirección del Comité Nacional Demócrata (CND) hace notar su peso en el rumbo político nacional que siga el partido y en la elección de los candidatos presidenciales y financia -parcialmente- las campañas electorales de los candidatos al Capitolio que estime más convenientes. Las organizaciones del partido en los Estados gozan de una gran autonomía (en ambos partidos), que está en camino de agrandarse en las actuales circunstancias.
Thomas Perez ocupará el tercer puesto de relevancia dentro del campo demócrata a escala nacional, tras el líder del grupo demócrata en el Senado, el que ha sido moderado Chuck Schumer (de Nueva York) –pero radicalizado tras la toma de posesión de Trump- y tras la cabeza del grupo demócrata en la Cámara de Representantes, la fracasada Nancy Pelosi (de California). Thomas Perez, de 55 años, es hijo de emigrantes de la República Dominicana.
Thomas Perez ha sido el candidato del establishment demócrata y, por tanto, del ex-Presidente Obama; lo que significa que es un dirigente del ala izquierda de su partido, nada centrista –si es que queda alguno de éstos-. Se trata de un político experimentado, pero en puestos para los que casi nunca tuvo que presentarse ante los electores para conseguirlos. Perez trabajó en la división de Derechos Civiles del Departamento de Justicia en la época de Bill Clinton, repitiendo el cargo en los comienzos de la Administración Obama; durante el segundo mandato de éste Perez desempeñó el puesto de Secretario de Trabajo.
Esta votación de ayer ha supuesto un sonado fracaso del ala todavía más izquierdista (liberal) del Partido Demócrata, cuyo candidato era el congresista Keith Ellison. Este parlamentario de raza negra y de religión musulmana estuvo apoyado en todo momento durante los pasados meses por el Senador de Vermont y precandidato fracasado a las presidenciales, Bernie Sanders. Este senador está registrado en el Senado como independiente (ajeno al partido), así lleva varias décadas. El movimiento de activistas radicales del Partido Demócrata puesto en marcha por Bernie Sanders desde 2015, se ha volcado ahora en favor de Ellison y llegaron a creer que la victoria era suya, así como el dominio sobre el partido a escala nacional. Lo cierto, es que en innumerables organizaciones estatales y de condados, a lo largo y ancho del país, esta ala radical ya ha tomado el control de los respectivos comités demócratas. Ciertamente, este movimiento está progresando en el partido de abajo hacia arriba.
Al candidato derrotado, Keith Ellison, le adornan rasgos de extremismo que en EE.UU. no son fácilmente aceptados y que hubiesen ahuyentado a un buen número de donantes de fondos al Partido Demócrata en 2018 y más allá. En un pasado no lejano Keith Ellison tuvo estrechos lazos con una organización supremacista negra y de extremismo musulmán denominada la Nación del Islam (Nation of Islam). Además, ha realizado declaraciones claramente anti-israelíes.
Que un personaje con estas credenciales haya estado a punto de encabezar el Partido Demócrata a nivel nacional, dice mucho sobre cuál es la verdadera situación de este partido y su radicalización sin precedentes.
Thomas Pérez venció a su contrincante musulmán por un escaso margen de votos: 235 a 200.
Ante la indiscutible fuerza del ala más radical dentro del Partido Demócrata, Thomas Perez ofreció la vicepresidencia del CND a su contrincante, nada más ser elegido, quien la aceptó.
En cualquier caso, aunque representan visiones muy discrepantes, en estos pasados meses han ido aproximando sus propuestas políticas, por lo que no es de prever enfrentamientos en lo táctico. Fuerte y constante oposición a cualquier propuesta de Trump y un cierto continuismo con el programa general un tanto radical de Obama.
Pero este continuismo y ausencia de interés en repensar lo que debería ser el Partido Demócrata del futuro corresponde con lo que reclaman los agitados tiempos presentes.
Actuales circunstancias políticas para los demócratas
Esta elección ha tenido lugar en un momento de gran debilidad y desconcierto en las filas progresistas de EE.UU., a pesar de las apariencias. Desde la toma de posesión del Presidente Trump, el 20 de enero, se han puesto en marcha una serie de movilizaciones –que se autodenominan “Resist Trump”-, que están teniendo incluso eco internacional.
Al día siguiente de la toma de posesión, tuvo lugar una amplia concentración en Washington D.C. aparentemente en rechazo de las declaraciones machistas de Trump al final de la campaña. En realidad, consistió en una movilización general de la izquierda contra Trump, cada uno por sus motivos propios, fuese el feminismo, el ecologismo, los partidarios de la ideología de género, o los del pensamiento único en las universidades …
Una semana después, a finales de enero, se pusieron en marcha concentraciones en varios aeropuertos internacionales del país, en protesta por la orden ejecutiva de Trump que paralizaba transitoriamente la entrada de ciudadanos de siete países musulmanes y el bloqueo indefinido en la acogida de refugiados sirios.
Acabando ya febrero, se sumaron al “Resist Trump” los activistas de izquierda que consideran que no privilegiar a los estudiantes transexuales (un porcentaje ínfimo del total, menos del 0,3%) equivale a cuando se negaba los derechos civiles básicos al 15% de la población negra de Estados Unidos. La derogación por Trump de unas directrices –posiblemente ilegales- de Obama sobre el uso de los baños escolares, ha sido ahora la excusa.
Algunos de quienes trabajan en la investigación científica, que sienten peligrar la condición privilegiada de quienes actúan en el ámbito del cambio climático (y los miles de millones de dólares que la Administración Obama ha dedicado cada año a este reducido número de investigadores), han anunciado también su numerito para la primavera, por las calles del Distrito de Columbia, pero está por ver quien les secundará en su movilización por intereses tan elitistas como los suyos. Muchos de ellos, ya temen un efecto boomerang, no sin razón.
El impulso del autollamado movimiento de “Resistencia” contra Trump, unido al modo sesgado en que la prensa occidental de izquierda –y de otras orientaciones- informa sobre todo lo relativo al Presidente Trump, ha hecho creer a algunos que el Partido Demócrata y la izquierda estadounidense en general, atraviesa una fase de gran pujanza y excelentes perspectivas. Nada más lejos de la realidad.
El diario centrista, pro-demócrata, The Washington Post ha expresado ayer la situación del siguiente modo: “El nuevo presidente (del CND) deberá reconstruir el partido, que en una década ha perdido 1.000 cargos electos en el país, desde la Casa Blanca al Capitolio, a los 50 parlamentos estatales, lo que constituye un “déficit de poder” que los demócratas no habían experimentado en 90 años” (esto es, desde el año electoral de 1926).
La derrota electoral del pasado 8 de noviembre 2016 ha dejado al Partido Demócrata en la peor situación institucional desde hace 90 años. Su candidata fue abatida por quien habían definido ellos como el peor contrincante de los últimos cien años. El Partido Republicano ha conservado la mayoría en ambas cámaras del Congreso. Los demócratas nunca habían controlado un menor número de Estados, unos 15 (según se mida esto) de los 50.
Este ha sido el triste legado que Obama ha dejado a la izquierda de su país, del que le llevará años –no meses- recuperarse. Quien lo dude, solo tiene que esperar y ver.
Tras la victoria de Obama en noviembre 2008, el que era un incipiente y confuso movimiento de vuelta a los fundamentos del conservadurismo, al que se conocía ya como el Tea Party (aunque no se constituyó nunca como partido ni asociación política) adquirió gran dinamismo y extensión, incorporando a multitud de nuevos y jóvenes dirigentes de la derecha, constituyendo un movimiento de renovación de abajo hacia arriba. Naturalmente, cometieron no pocos errores, algunos muy graves (como el “abismo fiscal”, en enero de 2013).
La izquierda de EE.UU. siempre denigró al Tea Party, en bloque, pero ahora intenta darse ánimos buscando paralelismo entre el “Resist Trump” y el triunfo inicial de aquel movimiento conservador. ¡Qué ironía!
Las perspectivas electorales
Baste ahora con fijarnos en una gran diferencia entre ambas reacciones políticas. Dos años después de la victoria de Obama, en las elecciones a mitad de mandato (midterm) de noviembre 2010 el movimiento Tea Party mostró que no era un simple fenómeno de minorías, sino que había conseguido el respaldo y el voto de amplios sectores del electorado conservador: produjo un vuelco en esas elecciones intermedias. Los demócratas, que habían controlado con facilidad la Cámara Baja, con una amplia mayoría (256 congresistas), perdieron 63 escaños, quedando en 193 (frente a los 242 de los conservadores). En el Senado los demócratas vieron muy recortada su mayoría, de 61 a 53; 51 es -normalmente- el mínimo para controlar la cámara alta.
Además, para que no queden dudas de quienes habían ganado en 2010 dentro del Partido Republicano, el 32% de los candidatos que pertenecían al Tea Party o se habían identificado públicamente con dicho movimiento salieron elegidos, lo que constituye un porcentaje muy elevado. Y ello, tanto en la Cámara Baja como en el Senado.
El sector más progre de la izquierda estadounidense pretende que en noviembre 2018 ellos lograrán también un vuelco electoral –semejante al del Tea Party en 2010-, pero no les cree casi nadie, ni entre el establishment demócrata. Más bien, puede suceder lo contrario.
Como ha afirmado el periódico digital progresista Politico: “El mapa electoral del Senado para 2018 resulta “innavegable” para los demócratas”. Dicho de otro modo, su deseo de obtener el control de esta cámara en 2018 –ganando 3 escaños a los republicanos- es casi imposible, salvo que Trump cometiese graves y continuos errores, que defraudasen a su propio electorado, lo que de momento no está sucediendo.
En 2018 se elegirán 34 escaños del Senado (un tercio), de los que 25 están ocupados ahora por demócratas, mientras que los republicanos sólo deberán defender 9 puestos. El mandato en esta cámara es de seis años, eligiendo dos escaños por cada Estado.
10 de los 25 escaños que la izquierda deberá defender corresponden a Estados en los que Trump ha obtenido victorias de hasta dos dígitos. De ellos,
5 Estados tienen una base electoral muy conservadora: Virginia Occidental (minería del carbón), Dakota del Norte (petróleo y gas), Montana, Indiana y Misuri.
Por tanto, es muy posible que en 2018 los conservadores amplíen su mayoría en el Senado, siempre a expensas de qué suceda con la presidencia de Trump. En el caso –poco probable- de que ganasen 8 escaños, totalizando 60 de los 100, quedarían a salvo de la obstrucción del grupo de la oposición (esto es, del mecanismo del filibuster) pudiendo sacar adelante cualquier tipo de legislación, siempre que no se fracturasen los escaños republicanos.
Las previsiones tampoco son muy favorables para la izquierda en la Cámara de Representantes, aunque sí menos adversas que en el Senado. En 2018, como cada 2 años, se renueva la totalidad de los 435 escaños. Los demócratas deberían ganar 24 asientos para conseguir el control. Es cierto que en estas elecciones intermedias (midterm) el partido que no ocupa la Casa Blanca suele mejorar su representación: ha sucedido en 18 de los 20 pasadas convocatorias de este tipo.
No obstante, en noviembre de 2018 habrá sólo 23 congresistas conservadores que se presenten por distritos electorales en los que Hillary Clinton ganó el pasado noviembre donde, por consiguiente, arriesgan una derrota. En los distritos de otros 10 republicanos, Hillary Clinton perdió en 2016 por menos de cuatro puntos. Por tanto, la izquierda tendría que salir vencedora en 2018 en más de dos de cada tres de estos distritos, lo que no es nada fácil. Que los votantes de Trump queden o no satisfechos en estos dos años es clave para el desenlace en 2018.
El previsible avance de la izquierda en la Cámara Baja en 2018, probablemente no le dé su control.
Como se ha visto, las anteriores consideraciones tienen que ver con circunstancias que vienen dadas, pero la fortuna electoral de la izquierda en 2018 dependerá mucho del modo en que decidan ahora posicionarse ante la nueva Administración.
El desplazamiento hacia una izquierda extrema del Partido Demócrata, que puso en marcha Bernie Sanders desde 2015, al inicio de la precampaña presidencial, seguramente no vaya a atraer el voto de muchos de los electores independientes, incluso si discrepan de Trump.
En palabras de la prestigiosa revista independiente The Atlantic (9 noviembre 2016): “Obama logró mantener unida una alianza (coalition) de demócratas izquierdistas y centristas, pero ahora se está desmoronando (crumbling)”.
Como nunca antes en 90 años, la izquierda estadounidense se encuentra fuera de la Casa Blanca, sin control sobre ninguna de la dos Cámaras del Capitolio y lo mismo le sucede en la gran mayoría de las asambleas estatales. Por consiguiente, los demócratas carecen de casi toda capacidad de iniciativa legislativa y ejecutiva a casi todos los niveles del poder. Su disyuntiva es muy nítida: pueden adoptar –en el fondo- una actitud constructiva que les permita incidir en la legislación y en los programas que ponga en marcha la nueva Administración, consiguiendo que parte de sus propuestas queden reflejadas en las leyes y reglamentaciones que van a prosperar; tendrían algunos trofeos políticos, positivos, con los que pedir el voto de los electores centristas e independientes. Esta primera opción podría ir acompañada de hacer mucho ruido en contra de los poderes y dirigentes conservadores, pero sin cortar los puentes con ellos. Por el contrario, llevados por el radicalismo de sus bases y de dirigentes como
A pesar de la alegre muchachada que sigue ciegamente al senador septuagenario Bernie Sanders y al ahora vicepresidente del CND, Keith Elisson, es llamativo el verdadero inmovilismo que caracteriza al establishment demócrata: los tres congresistas con puestos de mayores responsabilidades en la Cámara Baja, superan los 75 años … cada uno. Como jefe del grupo parlamentario han vuelto a confirmar a Nancy Pelosi, quien lleva perdiendo elecciones en esa cámara desde 2010 … y ya van cuatro. Entre los equivalentes tres dirigentes conservadores de la Cámara Baja, el de más edad tiene 52 años (Kevin McCarthy); parece que cuentan con más banquillo que los demócratas tras victoria Trump.
Quien quiera olvidar la nada halagüeña perspectiva que tienen ante sí los demócratas, puede consolarse pensando en cuantas coloridas concentraciones van a tener lugar en los próximos meses y años. Las movilizaciones generan muchos titulares en los medios pero los votos, seguramente, serán harina de otro costal.
Deja una respuesta