Su alocución tuvo un marcado carácter nacionalista y populista, pero Trump necesitará para gobernar la ayuda de muchos de quienes estaban sentados en el estrado del Capitolio. En estos momentos existen ya motivos de cierto sosiego de cara al porvenir.
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Ayer, Estados Unidos y con él el mundo occidental se ha embarcado en un profundo cambio. Donald Trump ha accedido a la presidencia de la primera potencia mundial.
El traspaso de poderes ha sido ordenado y pacífico, a pesar de la enorme distancia que separa los fundamentos de las dos Administraciones. Pequeños rifirrafes por uno y otro lado no han enturbiado el funcionamiento de la democracia. La Administración saliente ha tomado multitud de medidas en las últimas semanas, violando lo acordado a mitad de noviembre, tras las elecciones. Donald Trump, saltándose costumbres establecidas y aconsejables, ha interferido en asuntos de política internacional, sin esperar al día de hoy. Como ha escrito el editorialista del Wall Street Journal, “El pacífico traspaso de poderes es uno de nuestros mejores ritos civiles”.
[Nota posterior: Pinchando aquí accederá al artículo sobre el discurso del Estado de la Unión un año después, en enero de 2018]
En la ceremonia de ayer ambos Presidentes cumplieron su papel. El presidente entrante declaró en el comienzo de la intervención su gran agradecimiento al matrimonio Obama por su “fantástica colaboración” durante la transición. Quienes cuentan con larga memoria, han indicado que Ronald Reagan y otros se prodigaron más en sus palabras al antecesor. Por su parte, Obama felicitó a su sucesor al concluir el discurso, también de forma escueta.
Cuatro de los cinco Presidentes vivos estuvieron presentes; Bush padre estaba hospitalizado. Es digno de reconocimiento que Hillary Clinton hiciera el esfuerzo de asistir a la ceremonia.
Como cada cuatro años por estas fechas, literalmente todo el mundo estaba siguiendo la inauguración de la nueva presidencia, en Estados Unidos y alrededor del planeta. Según el recuento de las redes sociales y de los canales internacionales de televisión, la audiencia foránea ha batido esta vez las cifras del pasado: han sido cerca de cien millones de espectadores.
Quienes anticiparon que Trump adoptaría un tono más presidencialista, se equivocaron. Su alocución tuvo un marcado carácter nacionalista y populista. Hablo prácticamente cómo había hecho durante la dura campaña electoral.
Todo indica que con su discurso Trump quería dirigirse directamente a sus votantes, para darles confianza en que su propósito de alterar el statu quo seguía presente. “Hoy … estamos transfiriendo el poder de Washington DC y dándooslo a vosotros, el pueblo”. Nadie cuestiona que su electorado habrá quedado muy satisfecho.
Y repitió su duro ataque al establishment (congresistas, senadores, gobernadores, etc.), cuyos integrantes estaban sentados a su alrededor. “El establishment se ha protegido a sí mismo pero no a las familias de nuestro país. Sus victorias no han sido vuestras victorias”. “Los olvidados, no volverán a serlo”. El Wall Street Journal ha señalado la “ironía … de que (Trump) necesitará para gobernar … la ayuda de muchos de quienes estaban sentados en el estrado del Capitolio”, concluyendo: “ojala que tenga la sabiduría de darse cuenta de esto”.
El editorial del londinense The Telegraph ha advertido de la repercusión internacional de las palabras de Trump. “Este mensaje (contra la clase política) tendrá una resonancia alrededor del planeta. Muchos millones reconocerán la descripción (que Trump hace) de los políticos profesionales que velan por ellos mismos y sus amigos pero hacen poco por los votantes”.
Ambos diarios venían a concluir algo parecido: dentro de cuatro años habrá un gran número de votantes muy decepcionados si aquellas palabras (de Trump) resultaran también vacías. En realidad, ese descontento se haría notar en menos de dos años (noviembre de 2018), en las elecciones parlamentarias de mitad de mandato (midterm).
Por otro lado, el Wall Street Journal ha recordado que “una de las razones por las que Trump ganó las elecciones es porque millones de americanos han tenido la sensación de que el Estado federal (y las administraciones) han optado durante los pasados ocho años por actuar en el margen de la ley”. Por este motivo Trump debía haberse comprometido ayer a respetar siempre la Constitución, cosa que no hizo.
El Wall Street Journal llama también la atención a que “Los discursos de toma de posesión, por su naturaleza, tratan más de propósitos y determinación que sobre proyectos concretos”.
Trump repitió su propósito de colocar en el centro de su acción de gobierno sus consignas “América, lo primero” y “Hacer América grande nuevamente”. En el plano interior esto comporta políticas como llevar a cabo un extenso plan de obras de infraestructuras de transporte, impulsar al sector de la energía (hidrocarburos y carbón), etc.
Mediante lo anterior tratará de recuperar puestos de trabajo desaparecidos en muchas zonas del país y, lo que puede hacerlo posible, volver a alcanzar altas tasas de crecimiento económico (que deberán de ser de entre 3% y 4%, cabe añadirse), centrándose en cuanto impulse la actividad y la productividad de la economía de forma sostenida. Bien sabe él que en esto se juega el éxito o fracaso de su presidencia. El énfasis de Obama en sus dos mandatos ha estado en otras cuestiones: la redistribución nacional de la riqueza y la sobrerregulación en multitud de campos, por motivos medioambientales y otros, por lo que el crecimiento medio bajo su presidencia ha sido solo de 1,8% desde que EE.UU. salió de la recesión.
Pero “para los extranjeros” aquella parte del “discurso (América, lo primero) resulta inquietante por presagiar unos Estados Unidos con la vista vuelta hacia el interior, una América aislacionista” (The Telegraph). En su discurso “Trump a veces parece presentar a EE.UU. como una víctima de un mundo indigno y hostil” (WSJ). Y tras los ocho años de retraimiento de Obama de la escena internacional, ha quedado en evidencia cómo se puede extender por amplias zonas del planeta el caos y las catástrofes; el mundo necesita del liderazgo de EE.UU. para recobrar cierto equilibrio y paz.
Junto al riesgo del aislacionismo, no es menos inquietante la repetición por parte de Trump de sus amenazas proteccionistas en materia de comercio internacional, que podrían desembocar en guerras comerciales con China, Méjico u otras economías emergentes, que empobrecerían a todos los implicados y, en caso extremo, podrían provocar una nueva recisión internacional. El extraño estilo de Trump y el impulso propio del neófito, podría precipitar alguna crisis en el campo comercial.
A título de conclusión respecto a la Presidencia de Trump, para el Wall Street Journal “lo que contará será lo que consiga llevar a cabo”, mientras el diario londinense ha dado a Trump un cierto margen de confianza, aplazando su juicio para más adelante: “Veremos” lo que sucede.
Cabe añadir que a pesar de la intranquilidad que produce el nuevo inquilino de la Casa Blanca, en estos momentos existen ya motivos de cierto sosiego de cara al porvenir. Para comenzar, Trump ha decidido ya quienes serán sus más próximos colaboradores del gabinete, y bastantes de ellos dan tranquilidad, mucha tranquilidad. Por ejemplo, los Secretarios (ministros) de Defensa y de Seguridad Nacional han obtenido 98 y 88 votos, respectivamente, de los 100 senadores, obteniendo el respaldo de la casi totalidad de los demócratas, además del de todos los republicanos (52).
En segundo lugar, Trump necesita el concurso de los congresistas y senadores republicanos para llevar a la práctica sus políticas, y estos podrán ejercer un considerable efecto moderador sobre las propuestas erróneas o poco equilibradas que la Casa Blanca pueda hacerles llegar. Tanto el jefe de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, como el del Senado, Mitch MacConnell, han ido desarrollando durante 2016 sólidos programas legislativos propios, en casi todas las principales materias. De todos modos, nadie se ha olvidado de los comportamientos de bandería en que de vez en cuando han incurrido los parlamentarios republicanos, empequeñeciendo su eficacia legislativa y política
Veremos.
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