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Los preparativos para la prevista cumbre entre el Presidente Trump y el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-Un, parecen avanzar a buen ritmo. Sería la primera cumbre entre los máximos dirigentes de ambos países. Acaba de hacerse público que el Director de la CIA, Mike Pompeo, que es la persona propuesta por Trump para ser el nuevo Secretario de Estado, se reunió con Kim Jong Un a finales de marzo para hacer progresar la preparación de la cumbre, seguramente “no más tarde de comienzos de junio”, en palabras de Trump. La fuerte y continuada presión sobre Corea Norte que Trump ha ejercido desde comienzos de su presidencia, está dando sus primeros frutos.
Nunca se ha estado más cerca que ahora de poder alcanzar una solución negociada al peligro que representa una Corea del Norte en posesión del arma nuclear y de misiles de corto, medio y largo alcance. Dentro de un año podrían alcanzar la costa Oeste de EE.UU. Por eso el carácter perentorio de este problema, que Obama dejó agravarse.
También puede decirse que nunca antes se había ejercido semejante presión sobre Corea Norte como la que Trump ha desplegado desde comienzos de 2017. Presión militar, diplomática y económica.
Que sea la ocasión en que existen más posibilidades de acuerdo, no implica en absoluto que logarlo vaya a ser fácil, ni que se vaya a conseguir.
El pasado 6 de marzo se hizo pública la disposición de Kim Jong-Un de emprender negociaciones directas con EE.UU. para tratar sobre el posible abandono de sus armas nucleares.
Trump aceptó enseguida, pero los altos dirigentes militares y de seguridad nacional, respondieron con manifiesta cautela. El Departamento de Estado impuso nuevas sanciones contra Pyonyang, a los pocos días, para mantener la presión sobre el régimen comunista.
Uno de los requisitos para continuar ejerciendo una fuerte presión sobre Corea Norte y actuar con contundencia durante la cumbre es mantener firmemente alineados a EE.UU., Japón y Corea del Sur, aunque tan sólo el primero vaya a tomar parte en la negociación.
Pyonyang está intentando sembrar discordia entre aquellos aliados, pero en realidad su única posibilidad reside en su vecino del sur, ya que el actual Gobierno japonés, dirigido por el primer ministro Shinzo Abe (del conservador Partido Liberal) viene manteniendo una firme postura de acuerdo con la “máximo presión” de Donald Trump.
Shinzo Abe reclama a Trump que los misiles de corto alcance (ya plenamente operativos), queden también limitados en un eventual acuerdo.
El Primer Ministro de Corea del Sur, Moon Jae-in (del partido de izquierda), es quien podría crear problemas, dejándose atraer por Corea del Norte.
Donald Trump, a diferencia de alguno de sus antecesores en el cargo, ha dejado claro desde el comienzo que “ninguna de las (diversas tandas de) sanciones serán retiradas hasta que se alcance un acuerdo”.
Seguramente, Pyonyang contempla la desnuclearización como un lejano objetivo, al contrario que Donald Trump.
Kim Jong-Un se opondrá tenazmente a procedimientos de verificación de los compromisos de desarme que sean efectivos y profundos, como hizo la República Islámica de Irán. Los dirigentes de la actual Administración de Washington, cuya crítica a este aspecto del acuerdo con Irán es constante, es seguro que no cederán en esta cuestión.
Las contrapartidas que exija Pyonyang, serán otro duro escollo a esquivar. La total retirada de las fuerzas militares estadounidenses de Corea del Sur y el abandono de los ejercicios militares conjuntos entre esos dos países, figurarán entre sus primeras demandas, que EE.UU. no está dispuesto a conceder.
El escaso tiempo del que se está disponiendo para preparar la cumbre -en torno al comienzo de junio- no hace factible esperar grandes resultados, más allá de declaraciones generales, etc.
En ausencia de resultados positivos relevantes, ninguna sanción deberá ser levantada en esos momentos.
Al finalizar la cumbre, ambos dirigentes deberán encomendar a sus gobiernos el inicio de negociaciones y el nombramiento de los respectivos negociadores en jefe.
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La presión sobre Corea del Norte está dando frutos
Los preparativos para la prevista cumbre entre el Presidente Trump y el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-Un, parecen avanzar a buen ritmo. Sería la primera cumbre entre los máximos dirigentes de ambos países.
Acaba de hacerse público que el Director de la CIA, Mike Pompeo, que es la persona propuesta por Trump para ser el nuevo Secretario de Estado, se reunió con Kim Jong Un a finales de marzo para hacer progresar la preparación de la cumbre, seguramente “no más tarde de comienzos de junio”, en palabras de Trump. La fuerte y continuada presión sobre Corea Norte que Trump ha ejercido desde comienzos de su presidencia, está dando sus primeros frutos.
Antes de entrar en detalles, conviene destacar la paradoja de la actual coyuntura. Desde que Trump accedió a la Casa Blanca, a finales de enero de 2017, han salido de su boca un sinnúmero de disparates e, incluso, de insultos hacia el dictador del norte.
Ahora bien, al mismo tiempo, nunca se ha estado más cerca que ahora de poder alcanzar una solución negociada al peligro que representa una Corea del Norte en posesión del arma nuclear y de los misiles necesarios para colocarlas (en la actualidad) sobre Corea del Sur, Japón y la estadounidense isla Guam, en el Pacífico occidental (a unos 3.500 km de Pyonyang). Dentro de un año, casi con toda seguridad Corea del Norte podrá alcanzar con sus misiles toda la Costa Oeste estadounidense, además de Alaska. Por eso el carácter perentorio de este problema, que Obama dejó agravarse.
También puede decirse que nunca antes se había ejercido semejante presión sobre Corea Norte como la que Trump ha desplegado desde comienzos de 2017. Presión militar, diplomática y económica.
Antes de proseguir, son precisas palabras de precaución. Que sea la ocasión en que existen más posibilidades de acuerdo, no implica en absoluto que logarlo vaya a ser fácil, ni que se vaya a conseguir. Todo está en el aire.
En la revista Foreign Affairs (de mayo-junio 2018) los autores Victor Cha y Katrin Fraser Katz (ambos con larga experiencia en este conflicto) exponen lo siguiente: “El carácter imprevisible de Trump ha tenido algunas ventajas. Su autoproclamado comportamiento de una “persona loca” puede haber jugado un papel en traer a la mesa a los coreanos (del norte) y la política de la Administración Trump de aplicar -según palabras de la Casa Blanca- “máxima presión” ha proporcionado algunos resultados impresionantes. Una cumbre sin precedentes entre los líderes de EE.UU. y Corea del Norte podría realmente proporcionar a Asia una paz duradera. Pero también podría salir mal …” Más adelante veremos qué podría implicar un fracaso en la cumbre.
Durante los pasados año, desde las conversaciones de 2007, Pyonyang no había dejado la puerta abierta a discutir el desmantelamiento de su arsenal nuclear y de misiles.
Inicio del proceso hacia la cumbre bilateral
El pasado 6 de marzo, un día después de que una delegación surcoreana -dirigida por el consejero de seguridad nacional de este país- se reuniera en Pyonyang con el dirigente Kim Jong-Un, se hizo pública la disposición de éste de emprender negociaciones directas con EE.UU. para tratar sobre el posible abandono de sus armas nucleares.
En palabras del alto funcionario de Corea del Sur, el dirigente del Norte mostró una “clara intención de considerar la desnuclearización”, siempre que la seguridad de Corea del Norte y de su régimen sea garantizada. A este vínculo del WSJ se accede únicamente mediante suscripción.
Trump, para sorpresa de sus más cercanos colaboradores en política exterior, se subió al carro a la carrera, aceptando la eventualidad de dicha cumbre, expresando su confianza en alcanzar “un resultado muy positivo”. Los altos dirigentes militares y de seguridad nacional, unánimemente respondieron con manifiesta cautela y continuaron presionando Corea. 30 años de malas experiencias con el régimen comunista coreano, hacía necesaria esa prudencia. Como explicaba el Wall Street Journal (WSJ) del 6 de marzo, los altos responsables de la Administración “temían que Corea del Norte tratara ahora de vincular su desnuclearización con exigencias inaceptables, como la retirada de todas las tropas estadounidense de la Península de Corea”.
Y el WSJ remataba: “Este sorpresivo suceso parecía suponer una relajación de las tensiones en la fuertemente armada Península de Corea, pero los expertos advirtieron de que subsistían grandes obstáculos diplomáticos”.
Para que no pudiera haber ninguna duda sobre la determinación del Gobierno Trump en proseguir su política de “máxima presión” hasta que hubiera pasos efectivos y de importancia hacia la desnuclearización de Pyonyang, a los pocos días el Departamento de Estado anunció nuevas sanciones contra el régimen comunista, esta vez por el asesinato de un hermano de Kim Jong-Un en 2017, mediante el uso de un agente para la guerra química.
La presión sobre Corea Norte, decisiva
En el terreno militar, la dictadura de Corea del Norte tomó la iniciativa, desplegando una gran actividad nuclear y sobre misiles durante el primer año de presidencia de Trump: 2017. Durante ese primer año las pruebas (20) fueron más del doble que las recibidas por Obama (8) en 2009, su primer año.
Inmediatamente Donald Trump reaccionó a esas provocaciones, desplegando una sistemática retórica de condena de dichas pruebas (acertada) y de amenazas (excesivas y con malas formas).
El Consejero de Seguridad Nacional, McMaster (expulsado por Trump a comienzos de este mes de abril) habló de la conveniencia de un golpe militar preventivo a las armas ofensivas coreanas.
Además, como dicen los autores del Foreign Affairs: “Mientras tanto, corrieron rumores de que el Jefe Conjunto de las Fuerzas Armadas y el Comando para el Pacífico (estadounidense) estaban elaborando planes para un ataque militar limitado para dejarle a Kim “con la nariz sangrando””. Prosiguiendo, “nunca antes habíamos presenciado semejante discusión sobre la posible escalada militar”, hasta el pasado año, 2017.
Los otros campos en los que se ha ejercido presión sobre Corea Norte, ya fueron tratados en lo fundamental en mi artículo del 23 de noviembre de 2017.
El camino hacia la cumbre
Uno de los requisitos para continuar ejerciendo una fuerte presión sobre Corea Norte y actuar con contundencia durante la cumbre es mantener firmemente alineados a EE.UU, Japón y Corea del Sur, aunque tan sólo el primero vaya a tomar parte en la negociación. Pyonyang, naturalmente, ya ha estado haciendo todo lo posible por crear divisiones entre estos tres aliados. En realidad, su única posibilidad reside en su vecino del sur, ya que el actual Gobierno japonés, dirigido por el primer ministro Shinzo Abe (del conservador Partido Liberal) viene manteniendo una firme postura de acuerdo con la “máximo presión” de Donald Trump.
El principal objetivo de Japón es que, en su caso, no se cierre la cumbre con un acuerdo que defienda exclusivamente a EE.UU., impidiendo la viabilidad de los misiles de largo alcance. Shinzo Abe reclama a Trump que los misiles de corto alcance (ya plenamente operativos), queden también limitados en un eventual acuerdo en la cumbre.
Ambos gobiernos y ambos dirigentes han establecido desde comienzos de 2017 una estrecha alianza diplomática y militar.
En el encuentro bilateral que estos días está teniendo lugar en Palm Beach (Florida) el Presidente Trump, que se encontraba sentado junto al Primer Ministro Abe, ha declarado rotundo que EE.UU. y Japón “están muy unidos con respecto a Corea del Norte”. También en el hotel Mar-a-Lago, hace un año, Trump afirmó ya que EE.UU. “está con Japón un 100%”.
Por su parte, el dirigente japonés Shinzo Abe, en las actuales reuniones bilaterales, reconoció el mérito de Trump en haber llevado a Pyonyang hacia la mesa negociadora: “Su posición (Sr. Trump) ha hecho posible este gran cambio”, dijo en referencia a la política de “máxima presión”.
Es el Primer Ministro de Corea del Sur, Moon Jae-in, quien podría crear problemas, dejándose atraer por Corea del Norte. Este personaje, del partido de izquierda, llegó a la Casa Azul (residencia del primer ministro) en mayo de 2017, con un programa electoral orientado al entendimiento a toda costa con Pyonyang, de tono claramente apaciguador. Washington es bien consciente de este riesgo, por cuanto ha extendido sus relaciones con Seúl por diversos canales y de manera muy intensa.
Sobre el contenido de un acuerdo
En los temas previos a la apertura de las negociaciones, EE.UU. probablemente saldrá ganando. Una de estas cuestiones previas, obligada en estas circunstancias, es la detención de toda prueba nuclear o lanzamiento de misiles como ejercicio de prueba.
Esta moratoria en ambas cuestiones, ya está favoreciendo a EE.UU. Desde el 29 de noviembre de 2017, Corea del Norte no ha realizado ninguna prueba de misiles y en septiembre de ese año tuvo lugar la única prueba nuclear, la 6ª.
Se sabe que Pyonyang necesita más pruebas de misiles para alcanzar seguridad en la precisión y alcance de sus misiles intercontinentales (ICBM, de sus siglas inglesas). En este sentido, la simple prolongación de las negociaciones le permite ganar tiempo a Washington.
El líder norcoreano, por su parte, pretende que EE.UU. suspenda sus maniobras conjuntas de primavera, pero finalmente una de ellas se emprendió desde finales de marzo. Abarcan fuerzas terrestres, navales, aéreas y de operaciones especiales. Las segundas maniobras, comenzarán a mediados de abril.
Donald Trump, a diferencia de alguno de sus antecesores en el cargo, ha dejado claro desde el comienzo que “ninguna de las (diversas tandas de) sanciones serán retiradas hasta que se alcance un acuerdo”. Como ha valorado el editorial del WSJ del 9 de marzo, esta posición “resulta bastante tranquilizadora”.
Pero dicho editorial también recordaba que Trump “como sus predecesores, está proporcionando a Kim Jong-Un una considerable gratificación … Incluso una breve reunión (con EE.UU.) refuerza la reclamación de Corea del Norte de ser una potencia nuclear que ha de ser tratada con respeto y reconocimiento”. Por sí mismo, una reunión con el Presidente de Estados Unidos resulta sumamente beneficiosa para un régimen paria como el comunista de Corea del Norte.
El editorialista del WSJ, por otro lado, aprovecha para ironizar sobre los numerosos críticos sin límite del progresismo estadounidense. “Los críticos de Trump que proclamaron que se disponía a hacer volar el mundo (entero) … ahora no reconocerían sus méritos aunque (el dictador norcoreano) se desmantelara por completo” (en poco tiempo).
Naturalmente, en la cumbre se partirá de un gran alejamiento entre los objetivos a los que aspira Washington y los que se propone el régimen comunista.
Seguramente, Pyonyang contempla la desnuclearización como un lejano objetivo, al contrario que Donald Trump y su Gobierno que reclama un proceso con pasos inmediatos y plazos estrictos para los siguientes.
Kim Jong-Un se opondrá tenazmente a procedimientos de verificación de los compromisos de desarme que sean efectivos y profundos, como hizo la República Islámica de Irán, consiguiendo que el melifluo Barack Obama aceptase y con él, los poco decidido estados europeos: Francia, Alemania y Reino Unido. Los dirigentes de la actual Administración de Washington, cuya crítica a este aspecto del acuerdo con Irán es intenso y constante, es seguro que no cederán en esta cuestión.
Las contrapartidas que exija Pyonyang, serán otro duro escollo a esquivar. La total retirada de las fuerzas militares estadounidenses de Corea del Sur y el abandono de los ejercicios militares conjuntos entre esos dos países, figurarán entre sus primeras demandas, que EE.UU. no está dispuesto a conceder, a riesgo de un gran debilitamiento de Corea del Sur y su posible derrota en una futura guerra, aunque tuviera lugar sólo con armas convencionales.
No son pocos quienes en la alta dirección del Gobierno de Trump siguen opinando que el dirigente norcoreano pretende simplemente una maniobra táctica para retomar fuerzas y, sobre todo, abrir una brecha entre Corea del Sur y EE.UU. Sus objetivos a largo plazo no habrían cambiado: preservar su régimen político, fortalecer sus fuerzas armadas, suscribir un tratado de paz con EE.UU. (que no se hizo en los 50s, firmando simplemente un armisticio vigente hasta hoy), expulsar a los militares estadounidenses y, finalmente, conquistar y someter la parte sur de la Península de Corea. No obstante, aunque se carezca de seguridad, parece que algo más se está moviendo en la cúpula del poder en el norte. Es sumamente intrincado saber qué está realmente pasando en Pyonyang.
Para el consejo editorial del WSJ, “el verdadero peligro de una cumbre (es que) infla tanto las expectativas que la Administración Trump estará tentada de aceptar el consejo de los diplomáticos de carrera quienes creen que EE.UU. debería aceptar al Norte como una potencia nuclear”. Luego, ““se gestionaría el problema” mediante una combinación de disuasión y apaciguamiento”.
Los efectos de unas expectativas excesivas (amplificadas por los medios de comunicación convencionales) supondría sobre todo un problema para el Gobierno de EE.UU., mientras Kim Jong-Un se colocaría cómodamente a sotavento sin mayores dificultades.
Por el contrario, para los dos autores del artículo citado de la revista Foreign Affairs (uno de los cuales fue un candidato de Trump para embajador en Seúl), “si las negociaciones fracasan, la Administración puede concluir que un ataque militar sería la única vía de solución, lo que incrementaría mucho la posibilidad de una guerra”.
Luego, concluyen que “para el caso nada improbable de que las conversaciones se malogren, EE.UU. necesitará (disponer de) una estrategia que evite que las partes se deslicen hacia una guerra desastrosa”.
Por otro lado, el escaso tiempo del que se está disponiendo para preparar la cumbre -en torno al comienzo de junio- no hace factible esperar grandes resultados, más allá de declaraciones generales, etc.
En ausencia de resultados positivos relevantes, ninguna sanción deberá ser levantada en esos momentos.
EE.UU. habrá de hacer todo lo posible a lo largo de la cumbre, para dejar establecido como objetivo conjunto que en la Península de Corea no podrán haber almacenadas armas nucleares de ningún tipo. También, que no se desplegarán misiles de alcance medio y largo, llamándose a una sustancial reducción del número de misiles de corto alcance que ya están operativos.
Al finalizar la cumbre, ambos dirigentes deberán encomendar a sus gobiernos el inicio de negociaciones y el nombramiento de los respectivos negociadores en jefe.
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