Cuando la izquierda estadounidense ya no puede negar por más tiempo la intensidad de la recuperación económica EEUU, tiene la osadía de pretender adjudicar este éxito al presidente que durante 8 años atenazó la actividad productiva nacional con una infinidad de reglamentaciones y normas (sobre la energía, el cambio climático, el sector financiero, etc.): Barack Obama.
A los progresistas no les gusta nada que Donald Trump les pueda dar lecciones efectivas, en base a resultados prácticos, de cómo mejorar la situación de muchas decenas de millones de personas y de empresas. No aprenderán; les preocupa prioritariamente la redistribución de la renta, como a Obama, y eso se consigue a costa de menoscabar las condiciones que propician el crecimiento económico. O lo uno, o lo otro.
Chuck Schumer, el jefe de la minoría demócrata en el Senado (y, por tanto, el principal demócrata en las instituciones federales, actualmente), hablando a finales de enero declaró con toda frescura lo siguiente: “El Presidente Trump recibió de su predecesor una economía floreciente … Mucho del crecimiento (económico) de 2017 fue creado por las políticas y las medidas tomadas por el Presidente Obama …”.
El pobre Schumer no ha acertado en ninguna de sus dos afirmaciones. Pero no iba a dejar que la realidad le estropeara su jugada política: atribuir a su bando una situación de la economía en plena recuperación económica EEUU; aunque todavía no se puede hablar de boom económico, ya veremos qué sucede en 2018.
Veamos las cifras, Sr. Schumer.
El crecimiento económico trimestral de EE.UU.
El último trimestre en que Obama estaba a la cabeza del Gabinete de EE.UU. (el 4º trim. de 2016) la tasa de crecimiento fue de tan sólo el 1,8% (Cuadro 1).
Existe la convención de que la actividad económica del primer trimestre de un nuevo presidente (en este caso, el 1º trim. de 2017) se atribuya a la política económica del predecesor: Obama, en este caso. Lo cierto es que la toma de posesión se realiza en torno al día 20 de enero y, además, el efecto de una nueva política económica no es nunca inmediato. El crecimiento en el primer trimestre de 2017 (atribuible a Obama) fue aún más débil que en el anterior: 1,2%.
Por tanto, es falsa la primera afirmación del senador demócrata Schumer, de que “El Presidente Trump recibió de su predecesor una economía floreciente”.
Como puede verse fácilmente en el Cuadro 1, el comportamiento de la economía nacional cambió sensiblemente a partir del 2º trimestre de 2017, bajo Donald Trump. Las tasas han sido del 3,1%, el 3,2% y el 2,6%; esta última cifra es aún provisional y será revisada dos veces más.
El senador Schumer también pretende que “Mucho del crecimiento (económico) de 2017 fue creado por las políticas y las medidas tomadas por el Presidente Obama”. Si fuese así y hubiera habido un impulso previo de crecimiento –como teóricamente podría suceder-, ¿no se habría mostrado en los dos últimos trimestres de los que Obama fue responsable? Segunda falsedad.
Hasta aproximadamente 2005, durante las anteriores décadas (en los 70s, 80s, 90s …) el crecimiento económico medio de EE.UU., tomando varios periodos de tiempo, siempre había oscilado entre 3,5% y 4%.
Ese era el comportamiento “normal” de la economía estadounidense, con el que la gran mayoría de su población se consideraba satisfecha.
Las políticas y medidas tomadas por Obama han llevado a un crecimiento tendencial del 2%. Las que ha adoptado Trump parece que apuntan al 3 y pico por ciento. Son dos políticas económicas distintas, con resultados que apuntan a dos diferentes comportamientos de la economía, Sr. Schumer.
Los últimos años de George Bush (2006 a 2008) –con la irrupción de la crisis financiera en el otoño de 2008, al derrumbarse Lehman Brothers- y a lo largo de todo el periodo de Barack Obama (2009 – 2016) la situación nunca ha recuperado aquel ritmo de actividad.
Desde que en junio de 2009 se dio por superada la crisis financiera, la media de crecimiento económico hasta la salida de Obama de la Casa Blanca en enero de 2017 ha sido del 2,1% (Cuadro 2). Casi la mitad que en los anteriores periodos.
En el último año de Obama, 2016, el crecimiento del conjunto del año fue particularmente débil, el 1,5%, lo que nuevamente refuta las afirmaciones de Schumer; Obama dejó la economía en una situación de especial debilidad, no de fortaleza.
En términos anuales, el primer año de Trump (2017) apunta a un cambio alcista de tendencia creciendo el 2,3% (Cuadro 2), en contraste con el 1,5% del año anterior (2016, bajo Obama).
En apariencia, el resultado obtenido por Trump (2,3% en 2017) apenas mejora la tasa media de la época Obama posterior a la crisis: 2,1%. Pero la cifra de 2017 está lastrada por el mal dato del primer trimestre de 2017: el 1,2%.
Si, como se dijo, este primer trimestre de 2017 cae bajo la responsabilidad de Obama, los 3 restantes trimestres (3,1%, 3,2% y 2,6%. Cuadro 1) ofrecen un crecimiento medio muy cercano al 3%, que debe concederse a la acción de gobierno de Trump. Esto sí que constituye un fuerte indicio de un cambio favorable de la tendencia en la economía de EE.UU., que apunta a retomar las tasas históricas del 3% o algo superior.
Este valoración, provisional, habrá de ser enfrentada al crecimiento de los próximos trimestres, para que pueda adquirir una suficiente validez. De momento puede decirse que el modelo econométrico de la Reserva Federal de Atlanta está previendo un crecimiento (anualizado) del 4% para el presente trimestre (el 1º de 2018).
En definitiva, no hay riesgo al afirmar que el actual relanzamiento de la economía es producto muy principalmente del Presidente Trump, sin que Obama haya aportado a este triunfo más allá de su tasa del 1,5% o 2%.
¿Qué hacer si Obama no lograba alcanzar la pauta normal de la economía nacional?
A medida que pasaron los años, a la Administración Obama se le iba agravando un problema: ¿cómo explicar que no era capaz de recuperar la senda de crecimiento de las décadas anteriores, del 3,5% o el 4%?
El Cuadro 3 pone en evidencia la grave desviación de la economía real con respecto a la previsión que la Administración hizo en el verano de 2009, a los pocos meses de haber salido de la crisis, en junio de ese año.
Salvo en 2010 y en 2015, durante los otros 5 años el crecimiento nunca se acercó siquiera a la cifra prevista. La economía de Obama transitaba ya, durante la presente década, de manera sistemática bastante por debajo de lo que fue normal a lo largo de varias décadas.
¿Podría ser que la política económica aplicada por la Administración Obama fuese equivocada? Ni hablar; eso no se consideraba, ni como hipótesis.
En su lugar se pensó que, si nosotros no logramos alcanzar la cima de la montaña, rebajaremos dicha cima para que se note menos nuestra insuficiencia.
Economistas como Larry Summers, profesor de Harvard, entonces director del Consejo de Economía Nacional del Presidente Obama, hacia 2013 formularon la teoría de “una nueva (pauta) de normalidad” de la economía. Los cambios producidos en la economía y en la sociedad a comienzos del actual siglo, habrían convertido en imposible que un país desarrollado como EE.UU. creciera por encima de, aproximadamente, el 2,5%.
El truco exculpatorio estaba lanzado y, con él, la política económica de Obama quedaba a salvo de su responsabilidad.
A pesar de su aparente refinamiento conceptual, la artimaña se vino abajo por una sola razón (aparte de que era falsa, claro): la mayoría de la sociedad estadounidense y las fuerzas conservadoras no se tragaron el subterfugio, no toleraron aquella situación económica y, para intentar solucionarlo, votaron a Donald Trump el 8 de noviembre de 2016.
Hoy por hoy, parece que acertaron con su elección, a menos que se piense que los puestos de trabajo y las mejoras salariales favorecidas por las políticas de Trump, en realidad no benefician a las condiciones de vida de los trabajadores, sino sólo a los políticos de derecha …
La insatisfacción popular por la deficiente gobernación de la economía, fue uno de los principales motivos de que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca. Los más insatisfechos eran los trabajadores, con poca titulación académica –bachillerato-, y blancos –que no reciben “discriminaciones positivas” de ningún tipo, sino que sufren las concedidas a todos los demás colectivos a quienes se privilegia: negros, hispanos, mujeres, colectivo LGBT, a veces inmigrantes, etc.-.
En España, a comienzos de la década de los años 90 se vivía la etapa de agonía económica y política de la presidencia del gobierno de Felipe González. Durante el periodo 1992 a 1994 el PIB creció un promedio del 1% anual y el desempleo se disparó: en 1993 alcanzó un máximo histórico del 24,5%. El final del largo dominio socialista se respiraba en el ambiente. Pues bien, los economistas españoles adeptos al poder -20 años antes que los de Obama- inventaron ya aquel mismo truco. “La maduración de la economía española, el progreso obtenido, … no permite que se mantengan las tasas de crecimiento logradas hasta 1990, en torno al 4%”. Había que “repensar el modelo”, “buscar nuevas soluciones” … pero siempre bajo los presupuestos ideológicos del socialismo actual.
Tampoco funcionó en España aquella estratagema. En mayo de 1996 ganó las elecciones José María Aznar (habiendo aun una tasa de desempleo del 21%) y a partir de 1997 la economía española retomó a la senda de crecimiento en el entorno del 4% hasta 2001, bajando luego al 3% en 2002 y 2003 (7 años de bonanza, en total). En el momento de las elecciones de marzo de 2003, cuando entró Rodríguez Zapatero, el desempleo se situaba en el 10,6% y el optimismo económico era desbordante en toda la sociedad. Obscuros motivos, no los económicos, motivaron aquel funesto cambio de gobierno.
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