El Acuerdo de Paris prácticamente no va a evitar el calentamiento mundial, tan sólo 0,2ºC, a final de siglo. Pero el coste de esta política para los países desarrollados sería de unos 3 millones de millones de dólares, por año, durante varias generaciones. La economía de EE.UU. va a crecer más rápidamente colocándose fuera de dicho acuerdo, creándose millones de nuevos empleos, gracias a que Trump rechaza Acuerdo Paris. Las Bolsas de NY y Londres reaccionaron con optimismo a la decisión de Trump.
Introducción
La tarde del día 1 de junio de 2017 era apacible y soleada en Washington, DC. El Presidente Trump pudo recibir a las autoridades y a los medios en el jardín de las rosas de la Casa Blanca y anunciar tranquilamente que Estados Unidos dejaba en suspenso en ese mismo momento todas sus obligaciones derivadas del Acuerdo del Clima que se alcanzó en Paris en diciembre de 2015. El Presidente también informó de que su Administración hará todo lo posible en los próximos meses por renegociar aquel acuerdo mundial o negociar otro distinto que les resulte satisfactorio, pero en cualquier caso emprenderán de inmediato la tramitación –que requiere cuatro años (hasta 2021)- para abandonar formalmente el Acuerdo de Paris. Nadie opina que vaya a ser fácil renegociar nada, empezando por los líderes de la Unión Europea y de sus estados miembros más proclives (Alemania, Francia e Italia) a tratar de conseguir su liderazgo internacional en los asuntos climáticos, quienes se pronunciaron en contra de reconsiderar Paris a los pocos minutos de la alocución presidencial en la Casa Blanca.
«El Presidente excede sus atribuciones», exclamaron algunos en las redacciones de medios de izquierda y de la izquierda extrema, como el New York Times. «El Presidente Trump no ha contado con el Congreso, ni con el sentir de los ciudadanos en tan importante asunto», añadían, echando mano de ciertas encuestas de opinión. Seria acusación, en un país serio. Tan seria, como falsa.
El Presidente Trump ha dispuesto de plena legitimidad constitucional para decidir por sí mismo, mediante sus atribuciones ejecutivas, sin consultar al Capitolio, porque el anterior presidente se negó a someter el Acuerdo de Paris a la consideración y votación del Senado, como establece la Constitución para los tratados internacionales. Fue una triquiñuela que le valió a Obama para aparecer en una foto estampando su firma en el acuerdo y pretender construirse una pieza clave de su legado de 8 años, pero que ahora permite a Trump anularlo con su única firma. Hacer trampas con las formas, puede tener estas consecuencias en una democracia.
En cuanto a la legitimidad ciudadana de Trump para sacar a EE.UU. de Paris (Trump rechaza Acuerdo Paris), dispone de ella con total plenitud. Durante año y medio de precampaña, primarias y campaña propiamente dicha, Donald Trump colocó el asunto del Acuerdo de Paris en el centro de su programa, llegando a comprometerse abiertamente en varias ocasiones a dar el paso que ahora ha dado. Ese era, claramente, uno de sus compromisos con sus electores y éstos le votaron sabiendo lo que Trump tenía la intención de hacer.
Quien carecía de legitimidad ciudadana para impulsar y asumir los compromisos de Paris fue el entonces Presidente Obama. En su segunda campaña, de 2012 apenas mencionó el cambio climático (porque no interesaba a los votantes) y, mucho menos, expuso su plan de someter a muy duras obligaciones económicas a los estadounidenses, durante varias generaciones (a lo largo del resto del siglo XXI). Obama ocultó sus planes en este terreno a los electores, hasta su discurso de toma de posesión (el 20 de enero de 2013), ya que no tenía que volver a pedirles el voto. Y cuando llegó el momento de adoptar el Acuerdo de Paris, como Obama sabía que el Senado no iba a darle los votos necesarios, lo sustrajo también de la representación nacional. A ese tipo de comportamiento, en España se le denomina propio de un fullero.
Tras casi 30 años de alarmismo climático en los países occidentales, todos quedamos sorprendidos de que tras el anuncio de Trump en el jardín de las rosas (que se pudo seguir en directo por televisión) los cielos no se abrieran en canal dando lugar a un diluvio universal, ni se desencadenaran siete plagas. Los votantes de Trump (prácticamente la mitad del total), más que contentos, estaban exultantes. El Presidente había cumplido limpiamente una de sus promesas electorales, a diferencia de lo que suelen hacer los políticos al uso, y por cierto una promesa nada fácil de cumplir ya que le enfrentaba –aparentemente- al mundo entero e incluso a buena parte de su Administración (dos de sus Secretarios, el de Estado y el de Energía) y a varios de sus consejeros de la Casa Blanca (incluida su hija, Ivanka y su yerno Jared Kushner).
Reacciones inmediatas de las Bolsas y del mercado del petróleo, ante que Trump rechaza Acuerdo Paris
Con esta decisión Estados Unidos se adentra en una nueva etapa de fortalecimiento de su poderío energético y económico, cuyas potencialidades estaban seriamente amenazadas por el Acuerdo del Clima de Paris.
Por eso, el día siguiente al anuncio de Trump, el 2 de junio las Bolsas (a) y (b) de Wall Street (sus índices S&P 500 y Dow Jones) y la londinense (su índice FTSE 100) alcanzaban máximos históricos de las pasadas tres décadas.
Con independencia de las declaraciones grandilocuentes de algunos multimillonarios progres en contra de lo decidido por Trump, el conjunto de los principales inversores mundiales “votaron con su dinero» confiando en una perspectiva alcista en las Bolsas de Nueva York y Londres.
Algo parecido sucedió con la reacción en los mercados del petróleo. El precio del crudo cayó un 1% el día 2 de junio tras conocerse la decisión de Trump, dando por sentado que la producción petrolífera de EE.UU. va a continuar creciendo a largo plazo, favorecida por las reservas existentes y las políticas del nuevo presidente. Esta creciente afluencia de oferta tenderá a mantener bajos los precios del petróleo a medio plazo (infligiendo de paso una derrota histórica al cártel de la OPEP y a Rusia). Ni que decir tiene, que esta tendencia de contención de los precios de la energía favorecerá el crecimiento económico nacional y a los consumidores de Estados Unidos y de todos los países (que no sean grandes productores de crudo). Aunque a menudo los europeos arrogantes desprecian a los ciudadanos estadounidenses, éstos sí que suelen saber lo que les conviene y buscar a quien se lo proporcione.
Qué es lo que se perdería sin el Acuerdo de París
“El abandono del Acuerdo de Paris es una enorme irresponsabilidad”. “El bienestar de nuestros hijos está en peligro”. “Paris es el único futuro”. «Trump rechaza Acuerdo Paris».
Estas acusaciones y previsiones parecen rotundas, irrefutables. Pero, ¿cuál es ese futuro mundial, imprescindible, que Trump hace peligrar? 0,2º centígrados de la temperatura media global a fines de este siglo.
Esto no es una broma, aunque lo parezca. En caso de que se cumpliesen todas las “aportaciones”, meramente voluntarias, que los casi 200 países han anunciado que se proponen adoptar –de forma unilateral- para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en relación al Acuerdo del Clima de Paris, hacia el año 2100 se evitaría una subida de la temperatura media del planeta de 0,2ºC.
Cuando los verdaderos creyentes del calentamiento global conocieron hace un año dicho cálculo, exclamaron unánimemente que “el Acuerdo de Paris es inservible”, “apenas reduce la temperatura”, “hacen falta muchas más reducciones del CO2”.
Quien efectuó aquella previsión de los 0,2ºC es el Joint Programme del Massachusetts Institute of Technology (MIT), una entidad compuesta por convencidos del cambio climático … pero no hay más cera que la que arde y no hay más adonde rascar.
Como el verdadero objetivo final del Acuerdo de Paris es que la temperatura mundial no se incremente más de 1,1ºC con respecto al nivel actual (2ºC, en relación a la temperatura anterior a la industrialización, a mediados del s. XIX), las iniciativas de emisiones que figuran ya en el Acuerdo de Paris deberían intensificarse más de 4 veces en su valor antes de que acabe este siglo.
Paris sería sólo el aperitivo del atracón de costes que nos aguardaría: cada cinco años, en una nueva Conferencia mundial, “objetivos más ambiciosos”, esto es, más ruinosos.
A este descomunal proceso destructivo de riqueza se le denomina con la atractiva expresión de “descarbonizar” totalmente la economía de los países más desarrollados, y de una parte de la de los 150 países en desarrollo.
Y, ¿cuánto costaría cada año llevar a cabo el “reverdecimiento” de la economía mundial, a lo largo de las próximas 8 décadas? Lo acaban de calcular en un estudio patrocinado por el Banco Mundial y dirigido por el tristemente famoso británico profesor Nicholas Stern (el del erróneo informe de 2006) y el premio Nobel de economía, el profesor estadounidense Joseph Stiglitz.
El coste mundial, a lo largo de cada uno de los próximos 80 años, sería la bonita cifra de 4 billones (continentales) de dólares. Billones de doce ceros; 4 millones de millones de dólares. Esto es, una cifra superior a la producción anual (PIB) de Alemania, cada año. A tomarse en serio este tipo de alternativas, algunos lo llaman la demencia verde, por muchos premios nobel que las hayan diseñado.
Naturalmente, la mayor parte de este coste lo soportaríamos los países más desarrollados.
Dicho de otro modo, lo que todos los dirigentes políticos que intervienen en este asunto y los activistas del ecologismo radical (Greenpeace a la cabeza) saben, pero evitan informarlo a los ciudadanos, es que con la tecnología actual (ni la eólica ni la solar son rentables, ni lo serán pronto) cada plan para descarbonizar la economía supone una considerable reducción del crecimiento económico potencial … que ya estamos experimentando. Y para alcanzar la total sustitución de los combustibles fósiles, Occidente debería asumir una prolongada recesión económica y una considerable reducción de nuestro nivel de vida. El nuevo fenómeno de la pobreza energética (cientos de miles de personas en país como Alemania, Reino Unido y España que no pueden calentar o enfriar suficientemente sus hogares por el encarecimiento de la electricidad) es una primera manifestación de lo que nos aguardaría con el Acuerdo de Paris.
Impactos en la economía de EE.UU. de la reducción de CO2 ofrecida por Obama
El ex-Presidente Obama ofreció en Paris reducir las emisiones nacionales de gases de efecto invernadero entre un 26% y un 28% en 2025, en comparación con el nivel de 2005.
Conforme a un estudio realizado hace un par de meses por la National Economic Research Associates (NERA), el empleo total en EE.UU. en 2025 podría reducirse hasta en 2,7 millones, de ellos 440.000 empleos industriales. Lo que subyace es que son muchos más los puestos que desaparecen en varios sectores por el encarecimiento de los precios energéticos, a los cacareados “empleos verdes” creados sobre todo en las instalaciones eólicas y solares sostenidas siempre por subvenciones públicas, y en la fabricación de sus equipos (aunque cada vez, estos empleos se concentran más en China).
A medida que transcurriera el siglo XXI se adoptarían nuevas medidas de sustitución de los combustibles fósiles, provocando aumentos adicionales de los precios de la energía; el anterior estudio llega a los siguientes resultados para EE.UU. en 2040. La minería del carbón disminuiría su producción el 86%, la producción de los derivados del petróleo (gasolina, gasóleo, keroseno para aviación, etc.) se contraería el 45%, la fabricación de hierro y acero caería el 38%, la extracción de gas natural retrocedería el 31%, el cemento el 23%, y la fabricación de papel y de productos químicos básicos, ambos, el 12%. En el conjunto del sector industrial se llegarían a perder unos 6,5 millones de puestos de trabajo y más de 20 millones en los servicios y en el sector primario. De media, los hogares estadounidenses dispondrían de unos 7.000 dólares menos de renta anual. Dicho de otra manera, en 2040 la producción económica anual de EE.UU. sería inferior en casi 3 billones (con doce ceros) de US$ que de no haberse tomado las medidas del Acuerdo de Paris y las que tendrían que venir posteriormente. Aquella cifra es cercana a toda la producción actual de bienes y servicios de Alemania.
Por tanto, bienvenida sea que Trump rechaza Acuerdo Paris.
El Acuerdo de Paris y el mundo en desarrollo
Como todos los países que hoy son ricos, el progreso de los países más pobres depende de forma crítica de la disponibilidad de un abundante suministro de energía barata. El carbón fue el recurso que permitió la industrialización de Europa, Norteamérica y, luego, de otros muchos países.
En los países pobres, entre otras muchas carencias energéticas, 1.350 millones de personas no disponen todavía de suministro eléctrico en sus hogares. Las centrales térmicas de carbón siguen siendo las que pueden proporcionarles energía eléctrica al precio más barato y con seguridad en el suministro del combustible, al ser muy abundante.
Los dos países más poblados del mundo (China e India) están consiguiendo elevar rápidamente su producción eléctrica y la electrificación de las zonas rurales, sobre todo por la instalación de centenares de centrales de carbón.
Sin embargo, los países occidentales (los europeos, el EE.UU. de Obama y otros) y, por su influencia, el Banco Mundial, el Banco Asiático de Desarrollo y las demás instituciones financieras internacionales hace décadas que no financian ni una sola central de carbón en los países que más las necesitan, retrasando el progreso de esas naciones y la salida de la pobreza de sus poblaciones.
El empeño occidental en que los países en desarrollo vayan aplazando su progreso material al sólo proporcionarles financiación y ayuda técnica para las centrales eólicas y solares (cuya electricidad es, y seguirá siendo, mucho más cara que la del carbón) resulta una verdadera inmoralidad y la gran mayoría de los dirigentes del tercer mundo no estaban dispuestos a aceptar la imposición occidental … a menos que el mundo en desarrollo recibiese cifras astronómicas en ayudas.
En la fracasada Conferencia del Clima de Copenhague, en diciembre 2009, los dirigentes occidentales compraron el voto de las naciones pobres en favor de su programa climático ofreciéndoles 100.000 millones de dólares anuales de ayuda climática a partir de 2020, a lo largo de varias décadas.
Dicha cifra equivale al total anual de la ayuda al desarrollo de todo tipo (con fines sanitarios, educativos, mejora de cultivos, agua potable, infraestructuras …) que ya reciben en la actualidad. Por ello, numerosas organizaciones y personalidades (como Bill Gates) temen que la prioridad concedida ahora al asunto climático vaya a provocar una reducción paralela en los otros tipos de ayuda. Y, ¿qué es más urgente, reducir la mortalidad infantil y de las madres o prevenir un 0,2ºC de calentamiento global?, ¿reducir drásticamente el analfabetismo o prepararse para una subida de los océanos que apenas es perceptible? (19 cm. durante todo el s. XX).
En tres años, a partir de 2020, veremos si los países ricos realmente satisfacen aquel compromiso de los 100.000 millones de dólares al año. De no hacerlo, como es seguro (y lógico), los países en desarrollo comenzarán a distanciarse del Acuerdo de Paris y de todo este asunto, al sentirse engañados.
El enfoque alternativo de la actual Administración de EE.UU. para la cuestión climática
Como se expuso antes, el Acuerdo de Paris (y su posterior desarrollo, continuado) apenas consigue modificar el clima mundial, y ello a costa de un perjuicio económico descomunal en las cifras de producción y en el nivel de vida, tanto en los países desarrollados como los en desarrollo. En las actuales circunstancias de la tecnología energética descarbonizar significa empobrecer a los países que sigan la senda de Paris, debilitándolos ante los riesgos climáticos o de otro orden (militar, epidemias, precariedad de los sistemas sanitarios en los países en desarrollo, terrorismo, insuficiencia de suministro de agua …) a los que deban hacer frente.
El planteamiento de la Administración Trump y de las fuerzas conservadoras de EE.UU. desde hace mucho tiempo, es casi el inverso al de Paris: fortalecer todo lo posible la economía del país, elevando el nivel de vida de la población, de manera que si dentro de unas cuantas décadas se materializaran los peligros del calentamiento global (que hoy apenas afectan a las sociedades y a sus economías, más que en la propaganda de sus creyentes) se dispondrían de recursos financieros suficientes para aplicar las medidas de adaptación a las mayores temperaturas o a la elevación del nivel de los océanos, etc., tanto con gasto público como privado.
Al mismo tiempo, a lo largo de estas próximas décadas, se debe intensificar la búsqueda de soluciones tecnológicas a los problemas que causen los combustibles fósiles (como la contaminación de las centrales de carbón, los derrames en los pozos petrolíferos y en su transporte, etc.), buscándose nuevas fuentes de energía que sean eficientes y rentables (como el petróleo y el gas de esquisto), a diferencia de las renovables que han mostrado ser totalmente insostenibles en términos económicos, exigiendo elevadas subvenciones públicas sin fin, a lo largo de varias décadas.
Este enfoque de la derecha estadounidense no solo se basa en la acción del sector público, como hacen los seguidores del Acuerdo de Paris, sino en la capacidad de innovación del sector privado que se intensifica cuando una economía crece con pocos impedimentos y de manera sostenida. Estados Unidos ya ha ofrecido logros muy tangibles y duraderos de la validez de este planteamiento, como el siguiente.
La intensidad en energía de la economía de EE.UU. –esto es, la cantidad de energía precisa para crear un euro de PIB- se ha reducido drásticamente (un 58%) desde 1990, de acuerdo a la agencia federal Energy Information Administration (EIA). A lo largo de este cuarto de siglo EE.UU. no tomó parte en el Protocolo de Kioto (contra el calentamiento global) ni en ninguna otra iniciativa internacional, hasta el Acuerdo de Paris de 2015, que empezó a aplicarse en 2016 y que no ha podido ejercer el más mínimo efecto todavía. El Plan de Electricidad Limpia (Clean Power Plan) de Obama, se aprobó en agosto de 2015 y, además, está paralizado en los tribunales. En consecuencia, aquella enorme mejora en la utilización de la energía en EE.UU. se debió casi íntegramente a la acción del mercado y a la iniciativa del sector privado que –en aquel país- es mucho más pujante y libre que en Europa.
Resulta un poco ridículo –a los 241 años de la publicación por Adam Smith de La Riqueza de las Naciones- tener que recordar que las empresas, por su propio interés, tratan de disminuir su consumo de materias primas y de sus demás inputs productivos. En las economías de mercado, al contrario que en las fuertemente intervenidas por los poderes públicos, se produce espontáneamente una mejora en el uso de los recursos escasos, sin que lo decida ninguna burocracia nacional o internacional (en torno a NNUU y que, por tanto, no responde ante ninguna opinión pública, que es la peor de las opciones).
Los países europeos han formado parte del Protocolo de Kioto y han acometido varios planes públicos adoptados por la Unión Europea y, sin embargo, su intensidad en energía (de la OCDE Europa) progresó desde 1990 el 37% y eso gracias al desembolso de decenas de miles de millones de euros en subvenciones (que en EE.UU. fue solo una fracción).
Para los países europeos, además del enorme coste en subvenciones a las renovables, el planteamiento de Kioto y de Paris les está conduciendo a un cierto suicidio industrial y al empobrecimiento de sectores de su población, en relación a EE.UU. y a los países emergentes, por el constante encarecimiento de los productos energéticos, en particular la electricidad.
Conforme a un estudio del Manhattan Institute, de Nueva York, basado en estadísticas de Eurostat, a lo largo del periodo 2005 – 2014 las tarifas domésticas (no industriales) de la electricidad se incrementaron de media el 63% en la Unión Europea. Las del Reino Unido (el país que se propuso “liderar” a la UE y al mundo en la lucha contra el cambio climático) el 133%, las de la España (impulsadas por un tal Rodríguez Zapatero) el 111% y las de Alemania (que se ha propuesto desnuclearizarse) el 78%. En comparación, las tarifas del país desarrollado que menos subvenciones ha concedido relativamente a las renovables, Estados Unidos, crecieron en aquel periodo el 32%, prácticamente la mitad que en la UE y tres veces menos que en España.
En términos de precios absolutos, el kilovatio-hora para los hogares costaba de media 26 centavos de dólar en la UE en 2014, frente a 12 centavos en EE.UU., menos de la mitad. Alemania (con sus placas fotovoltaicas en un país casi nórdico y su obsesión antinuclear) pagaba casi tres veces más de la media de la UE: 35 centavos de dólar. En España, por su parte, el kilovatio-hora costaba más de la media de la UE y 2,5 veces más que en Estados Unidos: 29 centavos de dólar. Cuando un español vive en EE.UU., tiene la impresión de que la electricidad del hogar es casi gratis.
La situación es algo menos adversa respecto a las tarifas eléctricas para uso industrial. El precio del kilovatio-hora medio en la UE era de 12,4 centavos en 2014, en comparación con 7,1 centavos en Estados Unidos, por cuanto en la UE la industria paga 75% más que en EE.UU. Las industrias de Francia (gracias a su gran parque nuclear) solo pagan 9,8 centavos por kilovatio-hora; en el Reino Unido, 16,6 centavos y en España se está muy por encima de la media europea, 15.8 centavos, y más del doble que en EE.UU. ¿A alguien le sorprende que varias empresas hayan trasladado ya sus centros productivos al otro lado del Atlántico?
Cuando a finales de 2020 vayan a repetirse las elecciones presidenciales, habrá perspectiva suficiente para juzgar, con datos de la economía, el acierto o error de Trump al colocar a su país al margen del Acuerdo de Paris, favoreciendo al máximo el crecimiento económico nacional y, en particular, el de los combustibles fósiles de los que el país dispone de elevadísimas reservas. En cualquier caso, Estados Unidos habrá logrado la total independencia energética, a diferencia de Europa que seguirá siendo fácilmente influenciable por Rusia, al depender en gran medida de su petróleo y su gas natural.
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