Fernando Haddad (PT) Jair Bolsonaro
Jair Bolsonaro, el presidente electo de Brasil -con un inapelable 55% de los votos (57,8 millones), frente al 44% de su contrincante (49,3 millones)- en las elecciones que se celebraron ayer, forma parte del tipo de políticos duros y no convencionales de la derecha que está generando la crisis política occidental y el hundimiento de los partidos tradicionales, empezando por los de izquierda. Véase la casi desaparición del Partido Socialista francés, el debilitamiento extremo del Partido Socialdemócrata alemán, la pérdida de respaldo electoral -quizá definitiva- de la canciller alemana Angela Merkel y la humillante derrota en noviembre de 2016 de la muy establishment, corrupta (esto es, su tráfico de influencias desde su Fundación y la Secretaría de Estado) y progresista candidata Hillary Clinton en EE.UU., … aunque en España todo esto va con un cierto retraso.
Dichos nuevos líderes conservadores responden a la exigencia de muchos grupos de ciudadanos de poner coto, por fin, a las transformaciones y experimentos sociales impulsados por aquellos partidos tradicionales, lo que supone lograr un drástico cambio de rumbo de la sociedad, lo que no es tarea sencilla, ni exenta de riesgos.
A menudo esta reorientación de la sociedad está siendo protagonizada por dirigentes rompedores, que se atreven a poner en cuestión la inercia de décadas, que cometen errores, a veces graves y que no siempre son tan acertados en las formas y en su estilo como nos gustaría y sería de desear.
Aquel cuestionamiento (despertar) ciudadano, comprende también el rechazo de las soluciones que los partidos convencionales han ido dando a problemas acuciantes: inmigración masiva y bajos salarios, en los países desarrollados, y enorme criminalidad (63.800 muertes violentas anuales; 5.300, al mes: 175, al día), corrupción rampante y paralización económica, en Brasil. En toda la UE-28 hubo sólo 5.200 homicidios en 2016.
¿Se equivocan los brasileños -de clase alta, media y baja- al colocar en primer lugar de sus preocupaciones semejante carnicería? A los progresistas no les gusta nada priorizar la seguridad de los ciudadanos … no paran de hablar de libertades (y de garantías jurídicas para los delincuentes), como si fuese el único tema relevante. Ni sólo cuestiones de orden, ni únicamente libertades.
Después de casi dos años en la Casa Blanca, ¿hay alguna persona normal pensante que pueda calificar de ultraderecha al Presidente Donald Trump? Seguidores de Rodríguez Zapatero, Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, no son normales, a estos efectos, … ni a ningún otro. ¿Ha destruido Trump la economía del país, reduciendo el nivel de vida de los pobres? Todo lo contrario, la tasa de paro se encuentra en el 3,7%, frente al 15,2% en España, ahora. Trump, ¿ha cercenado seriamente el régimen de libertades, destruyendo la Constitución? En absoluto. Las leyes y reglamentos se respetan mucho más que bajo Barack Obama.
Desde luego, Trump ha sido y en buena parte sigue siendo un outsider, un político no convencional, que cuestiona el statu quo (“hay que drenar la ciénaga de Washington”), además de un provocador y, de vez en cuando, emplea expresiones malsonantes o abiertamente insultantes. ¿Acaso no son insultantes, ya no las palabras, sino las políticas promovidas por la izquierda en la actualidad?
Las palabras, el discurso de Barack Obama no sólo era aceptable, sino de mucho nivel. No obstante, las políticas que llevó a cabo fueron las más izquierdistas de toda la historia de Estados Unidos, y los ciudadanos conservadores se le enfrentaron sin descanso al poco tiempo de su llegada a la Casa Blanca.
Las políticas de Trump son ciertamente de derecha, -lo que nunca ha ocultado-, atrayendo la adhesión e incluso el entusiasmo de muchas decenas de millones de ciudadanos conservadores de EE.UU. que “ya no reconocían como suya” a la sociedad de la progresía. Además, el ejercicio del poder ha moderado y pulido algo a Trump, sin renunciar a su programa ni, digamos, a sus peculiares modales.
En Brasil, desde final de agosto de 2016, ha habido un presidente débil, de transición, Michel Temer, también acusado judicialmente de corrupción. Poco ha podido hacer, aunque al menos ha detenido en 2017 la caída de la actividad económica que se produjo en 2015 y 2016 (bajo Dilma Rousseff, en lo que ha constituido el mayor retroceso del PIB en décadas), elevando fuertemente el nivel de desempleo.
Es sabido que los gravísimos problemas de fondo de la economía y del país, fueron gestándose en el largo periodo del poder del Partido de los Trabajadores (PT), bajo Lula da Silva (2003 a 2010) y luego bajo su correligionaria y antigua guerrillera, Dilma Rousseff (2011 a agosto 2016). En total, 13,5 años de poder de una izquierda con no pocos ribetes radicales.
Un desmesurado crecimiento del sector público, déficits presupuestarios federales en aumento, un excesivo intervencionismo público, al tiempo de una falta de voluntad política para atajar la insoportable matanza diaria, una corrupción generalizada (de la izquierda y de la derecha tradicionales) …
No es, por tanto, de extrañar que durante la campaña el argumento de que los brasileños rechazan fervientemente tomar el mismo camino de los aliados del Partido de los Trabajadores (PT) -Cuba y Venezuela- haya calado de manera muy extendida.
El PT es un partido de la izquierda radical, aliado de la extrema izquierda de toda Sudamérica, incluidas las narcoguerrillas. Dime con quien vas …
Rueda de prensa de Bolsonaro tras su victoria
En los años y décadas anteriores a la campaña electoral, Jair Bolsonaro realizó declaraciones muy equivocadas, faltando al respeto a homosexuales, mujeres y ciudadanos negros.
Semejantes declaraciones, ¿descalifican a Bolsonaro para ejercer la presidencia de la República?
Y a Dolores Delgado, ¿la descalifica para ser Ministra de Justicia de España haber llamado “maricón” al entonces juez Grande Marlaska, hoy Ministro del Interior?
La hipocresía de la izquierda deja sin validez su descalificación radical de Bolsonaro, a pesar de los evidentes excesos verbales en el pasado del presidente electo que, ayer mismo, comenzó a corregirlos.
En la rueda de prensa de anoche, Bolsonaro anunció el comienzo de una nueva era para Brasil, una era marcada por el “orden y el desarrollo” (económico), que es el lema oficial del país, reproducido en su bandera nacional.
Dirigiéndose a los telespectadores, les dijo: “Sois los testigos de que mi gobierno será un defensor de la Constitución, la democracia y la libertad, y que esto no es únicamente una promesa de un partido, o las palabras huecas de un hombre, sino un juramento a Dios”.
Porque Bolsonaro ha sido toda su vida un católico practicante. 65% de la población total del país, se declaraba católica en 2010 (123 millones), pero es una proporción en descenso. El 22% era evangelista (42 millones), pero su peso relativo no deja de crecer, por ello Bolsonaro tiene mucha relación con esta comunidad.
Con respecto a los homosexuales, mujeres y negros, adoptó ayer un tono particularmente conciliador y de respeto.
En la rueda de prensa estuvo franqueado por una mujer -su esposa- y por un militar negro, prometiendo que se esforzará para unir a los brasileños, que desde hace unos pocos años viven en una situación de profunda división.
Repitió su estricto programa anti-corrupción, que ha sido pieza central de su campaña electoral.
Jair Bolsonaro no entró ayer en detalles programáticos, pero todo el mundo sabe que sus posiciones y valores políticos se asemejan bastante a los de Donald Trump.
Es contrario al matrimonio homosexual, al aborto y al adoctrinamiento de los niños en las escuelas públicas. Defiende la familia, el papel de la religión en la sociedad y los valores conservadores, en general. Se opone a la discriminación positiva por sexo y raza, y al laicismo.
Es firme partidario de reducir el peso del sector público en la economía (small Government), mediante privatizaciones y extender el alcance de la economía de mercado. Propugna mantener bajo control el déficit de las administraciones públicas. Aunque otros dirigentes de derecha recuerdan que a veces tuvo inclinaciones nacionalistas respecto a la política económica y comercial. Junto a la sanidad pública, se propone extender la participación de las empresas privadas en la administración de los hospitales públicos.
Por el serio programa conservador enumerado -con las incoherencias y errores inevitables-, los medios progresistas internacionales condenan a Bolsonaro como ultraderechista, aunque se haya comprometido a respetar la Constitución.
Para vencer la altísima criminalidad, tiene la intención de ampliar el armamento y equipos de las fuerzas policiales y su potestad de responder de forma letal a las agresiones armadas de las bandas de criminales, así como rebajar la mayoría legal de los 18 a los 16 años de edad. En ningún caso va a tratarse de una tarea sencilla.
Además, e inspirándose en la autodefensa personal en EE.UU., Bolsonaro propone facilitar la tenencia de armas de fuego por los particulares, para que puedan repeler los inacabables asaltos en hogares y calles. Quienes hemos vivido en EE.UU. no hemos encontrado otra explicación a que pese a que las puertas de la calle de las viviendas unifamiliares permanezcan abiertas, o con cerraduras de juguete, prácticamente no se produzcan incursiones de ladrones a su interior. Pero es que adentro, probablemente, un adulto con entrenamiento espera al posible ladrón o asesino con un arma de fuego propia; y los jueces no les van a perseguir por hacer uso de ellas. Quienes reniegan de las armas de fuego, tampoco encontraban otra respuesta a aquella maravillosa seguridad existente en los hogares de EE.UU.
En la esfera internacional, se ha propuesto estrechar mucho las relaciones con EE.UU., justo lo contrario a lo que practicaron los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT). Se considera que será el presidente brasileño más pro-estadounidense de toda la época posterior a la dictadura militar, desde 1985.
También seguirá a Trump en la intensificación de la colaboración con Israel, siendo probable que en poco tiempo traslade también su embajada desde Tel Aviv a Jerusalén. No está claro si, como hizo Trump en junio de 2017, Bolsonaro sacará a su país del desastroso Acuerdo del Clima de París. En cualquier caso, el presidente electo es un escéptico de las teorías y políticas del cambio climático.
Por cierto, su afirmación de hace muchos años -lo que le convierte en “golpista” para los medios progresistas- de que durante el régimen militar brasileño se elevó mucho el nivel de vida y se extendieron de forma histórica las clases medias, ¿nos trae algún recuerdo a los españoles? No se si está permitido ya en nuestro país afirmar que la mejor herencia del franquismo fue el fortalecimiento de las clases medias. Si me encarcelan, por favor llevarme un bocata.
Bolsonaro gusta de presentarse a sí mismo como un outsider, un político no convencional, ajeno a las estructuras tradicionales de poder, aunque ha pasado 26 años en el parlamento federal.
Trayectoria profesional y política de Bolsonaro
Desde 1991, y hasta hoy (26 años), Bolsonaro ha sido diputado en el Parlamento federal. Comenzó en el pequeño Partido Cristiano Demócrata, de carácter centrista. Luego, cambió a otros partidos de semejante carácter. Ha sido reelegido 6 veces, por el estado de Rio de Janeiro. En 2014 fue el candidato que obtuvo más votos en Rio de Janiero: 464.000.
En las elecciones de ayer representaba al pequeño Partido Social Liberal, que -sin embargo- en 1985, justo tras el fin de la dictadura militar, alzó a la presidencia a Fernando Collor de Mello, quien comenzó la institucionalización del poder democrático, tras los 21 años de dictadura (1964 – 1985).
Bolsonaro fue oficial de artillería y de tropas de paracaidismo en las fuerzas armadas brasileñas, en buena parte bajo la dictadura militar. Su carrera militar transcurrió entre 1977 y 1988, pasando a la reserva con grado de capitán. En 1985 había acabado el régimen dictatorial.
Entre 1988 y 1990 fue concejal centrista en el Ayuntamiento de Rio de Janeiro.
En el parlamento federal, Bolsonaro no tuvo grandes iniciativas legislativas (su partido tenía una influencia reducida), pero si una gran actividad: copatrocinó 171 proyectos de ley y una propuesta de enmienda constitucional. Dos de aquellos proyectos, dos llegaron a convertirse en leyes.
En tan prolongado periodo de tiempo en la política nacional Jair Bolsonaro, a diferencia de los legisladores que le han rodeado -a izquierda y derecha-, ha quedado totalmente al margen de la gravísima corrupción que asola a los poderes ejecutivo y legislativo.
El electorado que le va a conducir al Palácio do Planalto (sede oficial de la Presidencia), en Brasilia, el día 1 de enero de 2019, parece que ha estado compuesto por los más jóvenes (de entre 16 y 24 años, que no se sienten acomplejados por la dictadura militar, a diferencia de en los años 90 y 2000s), los sectores medios y altos de las clases trabajadoras (sobre todo, del sudeste del país (Rio de Janeiro, Sao Paulo, Porto Alegre …), universitarios, bastantes de los centristas, muchos de los grupos cristianos, conservadores en general, ganaderos y otros. En total, sus votos han ascendido a 57,8 millones, el 55% de quienes han votado.
El Partido de los Trabajadores (PT) y el Foro de Sao Paulo
Es cierto que el Presidente Lula da Silva, sobre todo en su primer mandato (2003 a 2006), mantuvo una sensata política económica, de eso que gustan llamar de corte neo-liberal (auspiciada por el Fondo Monetario Internacional), que favoreció un prolongado periodo de expansión económica. También, tuvo el mérito de tranquilizar al país y conseguir que los numerosos estratos pobres se incorporaran de hecho a las instituciones democráticas, en definitiva, a la República. Esto fue un gran logro, para el presente y futuro del país.
Pero el Partido de los Trabajadores (PT) siempre mantuvo posturas mucho más radicales a las del Presidente Lula, en cuanto estuvo a su alcance. Extremismo que ha sido especialmente nocivo en las relaciones internacionales.
Antes de la llegada al poder (lo que ocurrió en 2003), Lula da Silva -de la mano de Fidel Castro- fundó en 1990 una organización panamericana, insuficientemente conocida en nuestro país: el Foro de Sao Paulo (FSP).
Había caído el Muro de Berlín (la noche del 9 de noviembre de 1989), siguiendo la misma suerte todas las llamadas “democracias populares” de Europa del Este: Polonia y las tres bálticas (que fueron un poco antes), Hungría, Chevoslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Alemania del Este …
La confusión más absoluta y el desánimo cundieron en las fuerzas comunistas, revolucionarias, guerrilleras de toda Sudamérica. La propia Cuba se encontraba en “el periodo especial”, esto es, en una agudísima crisis económica, por la pérdida de la ayuda de la URSS, a punto de desaparecer (en agosto de 1991).
El dicho Foro agrupó a cuantos partidos y fuerzas de extrema izquierda existían en la América hispana, lusa y del Caribe, con la intención de salvarlas, colocándolas bajo la batuta de la Habana, que ha demostrado una extraordinaria capacidad en coordinarlas, dirigirlas y sacarles provecho.
El propio Gobierno brasileño -cuando Lula llegó a la presidencia- hizo del régimen comunista cubano uno de sus principales aliados. Formaron un verdadero “eje del mal” (que diría Reagan) en todo el subcontinente americano y en el Caribe, promoviendo y respaldando regímenes populistas y dictatoriales, como el chavista en Venezuela, el de Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Daniel Ortega en Nicaragua, la Argentina del matrimonio Kichner, Ollanta Humala en Perú, el exguerrillero tupamaro José Mújica en Uruguay, las guerrillas narco-comunistas FARC de Colombia (durante muchos años), etc.
Accedieron al poder de forma más o menos legal -los golpes de estado, ya no estaban de moda- y ya no lo soltaban, reformando y retorciendo el sentido de sus constituciones.
Las dos décadas desde 1995 (llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela) hasta 2015-2016 (salida del PT del gobierno de Brasil, fin de la presidencia en Argentina de Cristina Fernández, crisis total del régimen chavista …) han constituido un periodo horrible para la democracia en Sudamérica, el Caribe y el istmo.
Sorprendentemente, esta trágica situación pasó bastante desapercibida en España.
En rojo, los países gobernados en 2011
por partidos miembros del FSP
Como muestra el mapa, tan sólo Colombia y Chile escaparon a esta nefasta evolución, entre los principales países. Esto dice mucho de ambos países.
El brasileño Partido de los Trabajadores (PT) ha sido un elemento esencial en aquella degradación democrática de Sudamérica, en la extensión no ya del populismo, sino del autoritarismo en casi todo el subcontinente entre los años 1995 y 2015.
La última cumbre del Foro de Sao Paulo tuvo lugar el pasado julio en La Habana.
Afortunadamente, la situación se ha invertido en el trienio 2015 a 2018, habiendo ahora la situación reflejada en el mapa de abajo, lo que resulta muy esperanzador. Veremos cuanto dura.
En rojo, los países gobernados en marzo de 2018
por partidos miembros del FSP
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