Presidente de Francia. Emmanuel Macron
El movimiento de protesta de los “chalecos amarillos” en Francia, gana su primer enfrentamiento con la actual Administración. El Primer Ministro francés se vio obligado anteayer (día 4) a ceder y “suspender” durante medio año el aumento del impuesto sobre los carburantes (el impuesto sobre el carbono) que estaba previsto para el 1º de enero de 2019, de 6,5 céntimos de euro para el gasóleo (para los motores diesel). En vista de la mala acogida ciudadana a dicha “suspensión”, apenas 24 horas después -anteayer miércoles, día 5- el propio Presidente Macron anunció en persona que la subida prevista para 2019 de los impuestos sobre los carburantes quedaba definitivamente anulada. En sus 18 meses de presidencia, Macron no había cedido en ninguna de sus políticas en cualquier campo, haciendo gala de ello. Ahora, ante los chalecos amarillos, Macron ha tenido que retroceder dos veces en poco más de 24 horas. La oposición ciudadana en Francia a los impuestos para la transición ecológica es firme y, seguramente, extenderá su efecto a otros países europeos.
Estos pasados días habían salido a la luz nuevos motivos del descontento, también relacionados con la muy perjudicial transición ecológica del Presidente Macron, bastante parecida a la que intenta hacer en España el izquierdista Presidente del Gobierno Pedro Sánchez.
El principal de esos nuevos motivos de enojo consiste en los grandes aumentos introducidos en el impuesto sobre el gas natural, que en Francia (como en casi toda Europa) es el principal combustible para la calefacción de los hogares. Incrementos fiscales que continuarían en el futuro, lo que no deja de agravar el fenómeno de la pobreza energética (précarieté énergétique, en francés; fuel poverty, en inglés).
5,6 millones de hogares de Francia, esto es, uno de cada 5 ciudadanos franceses no puede permitirse calentar adecuadamente su vivienda durante los inviernos, conforme al defensor nacional de los consumidores de la energía (médiateur national de l’énergie) de Francia. El principal motivo es el creciente peso fiscal sobre el gas. El segundo, el insuficiente crecimiento económico histórico del país (por el excesivo tamaño del sector público), que no consigue mejorar la situación de ingresos de los sectores de la sociedad menos prósperos, lo que les permitiría mejorar el aislamiento térmico de sus viviendas y hacer frente a las facturas del gas.
Otro de las razones del enfado social es el encarecimiento de la electricidad por el impulso a las energías renovables y por el anunciado cierre -por motivos puramente ideológicos- de muchas centrales nucleares, que vienen proporcionando a Francia una abundante, segura y barata electricidad.
Todo este desatino contra los ciudadanos menos pudientes se deriva de los objetivos incorporados en el Acuerdo de Paris contra el Cambio Climático: desplazar los combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) de todos los campos de la actividad económica y sustituirlos por las carísimas energías renovables.
Los chalecos amarillos siguen contando con la simpatía de alrededor del 72% de los franceses, a pesar de los -injustificables- actos de violencia registrados el pasado fin de semana en Paris.
Es muy difícil que el Presidente Macron logre convencer a los ciudadanos de los medios rurales y a las clases medias bajas urbanas durante los próximos seis meses. Tampoco a la oposición política. No es posible cuadrar un círculo … por mucho tiempo.
La subida fiscal sobre los combustibles fósiles (gasóleo y gasolina) para 2019 ha sido suprimida, pero los incrementos de la fiscalidad sobre el gas natural y la electricidad (que estaban programadas para el día 1 de enero de 2019) sólo han quedado aplazadas hasta el verano de 2019.
Lo más probable es que el próximo verano el Presidente Macron y su partido centrista (La République En Marche -LaREM), a riesgo de un resurgimiento del movimiento de protesta de los chalecos amarillos, deba abandonar buena parte su política de encarecimiento fiscal de los productos de la energía, por lo menos retrasando considerablemente su deseada transición ecológica.
Por cierto, Presidente Macron, hasta dentro de 25 o 30 años no habrá ninguna alternativa viable a los automóviles de combustibles fósiles (gasolina y gasóleo), para un empleo generalizado; o sea, para nuestros hijos o nietos. Los coches eléctricos seguirán limitados a millonarios y creyentes del salvamento del planeta, quienes pagarán un 50% más y obtendrán la mitad de prestaciones, empezando por la autonomía en kilómetros. Los coches verdaderamente autónomos (sin conductor), llevarán aún más tiempo que los eléctricos. Lo que hemos presenciado estos años (con predicciones para pasado mañana) ha sido un circo de autobombo de las corporaciones tecnológicas de Silicon Valley … que se va desvaneciendo. Esperar y ver.
La realidad de la transición ecológica en Francia
1) La pasada semana ya repasamos el gran aumento del precio de los carburantes, debido al incremento del impuesto sobre el carbono (el TICPE) que ha sido del 38,7% en cuatro años (2014 a 2018), para el gasóleo. En mayo de este año, el precio medio del gasóleo era del 1,45€/lt. Estaba previsto otro aumento del impuesto, del 32%, entre 2019 y 2022. El Gobierno acaba de anular el incremento del 1 de enero de 2019, pero intentará aplicar los de los siguientes años: 2020 a 2022.
2) Por otro lado, el día 1 de enero de 2018 el Gobierno aumentó casi el 44% el impuesto sobre el consumo de gas para la calefacción de los hogares (denominado TICGN). Pasó de 5,88 euros por megavatio hora (mWh), a 8,45 mWh. Por este motivo, el precio medio del gas para los hogares aumentó en Francia el 6,9% en enero de 2018.
El 1 de julio de 2018, el Gobierno volvió a subir aquel impuesto sobre el gas, el 7,5%, a 9,0 mWh, lo que encareció el gas a los hogares otro 1,2%.
Estas dos subidas del impuesto han ocasionado, por tanto, un encarecimiento del gas para los hogares en 2018 del 8,1%, por medidas fiscales para la transición energética.
Para el 1 de enero de 2019 estaba previsto desde hace tiempo otro aumento del 22% del impuesto (a 11 €/mWh), que también fue “retrasado” anteayer, hasta que acabe el invierno, pero no anulado.
Una vez más, la intención del Gobierno Macron es encarecer el consumo de gas natural, por ser un combustible fósil que -supuestamente- calentará la temperatura del planeta, lo que afirman que ocasionaría grandes desastres, todavía no materializados.
3) En Francia, los consumidores y las empresas se han beneficiado durante más de 35 años de los bajos precios de su electricidad, gracias al gran predominio de la energía nuclear en su generación. Casi el 75% de la electricidad procede de las centrales nucleares (que ascienden a 54, en número), desde mediados de los años 80, sin que se haya producido ningún accidente digno de consideración.
El precio medio de la electricidad en Francia ha venido situándose un 20% por debajo de la media de los países de la UE, favoreciendo la competitividad de su economía y el bienestar de sus ciudadanos. Recientemente, está reduciéndose esa diferencia favorable a Francia.
Además, la electricidad en Francia ha resultado mucho más barata que la de España que, desde que Rodríguez Zapatero expandió irresponsablemente las energías renovables en la segunda mitad de los años 2000, la pagamos por encima de la media de la UE y cerca del 33% más cara que la de Francia (ver gráfico en la pág. 3).
De todos modos, como señala el oficial Observatorio del Sector Eléctrico, “desde hace una década (2008), ha sido la fiscalidad (sobre la electricidad) la que ha experimentado un mayor aumento”, con respecto al coste de su generación y al coste de su transporte y distribución. Lo cierto es que desde hace varias administraciones presidenciales, Francia fue penalizando el precio de la electricidad para reducir su consumo (desde antes del Acuerdo de Paris, de 2015), para combatir el calentamiento global.
Según aquel Observatorio oficial (pág. 4, del informe enlazado al párrafo anterior): en Francia, “entre 2012 y 2016 … el coste de la generación de la electricidad aumentó el 2%, el de su transporte y distribución un 5%, (mientras que) la fiscalidad conoció un crecimiento de más del 40%”.
Por otro lado, la obsesión ecologista contra la energía nuclear y su aceptación por el Presidente Macron (por primera vez en cuatro décadas), le llevó a incluir en su programa electoral para las elecciones presidenciales de 2017 la reducción a la mitad del peso de las centrales nucleares -¡nada menos que para 2025!-, sustituyendo esta excelente fuente de electricidad por las carísimas energías renovables. Finalmente, hace dos semanas, Macron tuvo que alargar esa “transición energética” hasta 2035 (proponiéndose cerrar 14 de las centrales nucleares), lo que no deja de ser un disparate.
Hay que hablar de obsesión ecologista contra la energía nuclear, porque todo el mundo sabe que esta energía es la que menos CO2 produce, prácticamente cero, con respecto a todas las demás existentes, incluidas las renovables. Por tanto, el cierre de estas centrales no puede justificarse, en modo alguno, en la lucha contra el calentamiento global.
El plan plurianual de Macron (PPE) establece fomentar (mediante subvenciones públicas de 7,2 miles de millones de euros, al año), durante 10 años, la multiplicación por 3 de la actual capacidad de generación de electricidad de la energía eólica, y el aumento en 5 veces de la ruinosa energía fotovoltaica (400% más cara que la nuclear: 5 veces), hasta 2028.
Como consecuencia de esa nueva política de Macron, también estaba previsto un incremento del 3% de las tarifas eléctricas (medias), mediante un cambio fiscal, para el 1 de enero de 2019, y nuevos aumentos en los siguientes años. El Gobierno ha tenido que aplazar aquel aumento impositivo, hasta que acabe el invierno, pero no se sabe qué pasará entonces.
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