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Ayer, día 12 de junio, tuvo lugar en Singapur durante media jornada la primera cumbre de la historia (en 65 años, desde el fin de la guerra) entre un presidente de Estados Unidos -durante su mandato- y el líder del régimen comunista de Corea del Norte. El cambio de tono en las relaciones entre ambos dirigentes ha sido muy positivo durante la cumbre, pero nada asegura que la dictadura norcoreana vaya a aceptar finalmente un desarme nuclear “completo, verificable e irreversible”, que es lo que la Administración Trump y casi todos los analistas exigen para normalizar las relaciones entre ambos países. Además, tal como se ha desarrollado la cumbre, podría pensarse que es el presidente estadounidense quien –como en anteriores ocasiones (1994 y 2003)- más ha cedido.
Finalizada la cumbre, no está aún garantizado ni el éxito ni el fracaso de este nuevo intento de resolución diplomática del conflicto, que requeriría unos pocos años (para antes de las presidenciales de noviembre de 2020). Sí es cierto que esta Administración resulta más creíble que otras anteriores, en su determinación de presionar con decisión cuanto sea necesario e, incluso, de recurrir a la amenaza de la vía militar de manera convincente.
El líder norcoreano proclama en la declaración conjunta su “inquebrantable compromiso de una total desnuclearización”. Pero, en conjunto, la declaración es bastante ambigua, sin pasos concretos de desarme y sin calendarios de ejecución.
Estados Unidos se ha comprometido en la declaración conjunta a conceder “garantías de seguridad” al régimen norcoreano. Entre aquellas “seguridades” seguramente figurará la firma de un tratado de paz que cierre las hostilidades de la guerra de 1950-1953 que, por el momento y durante 65 años, se han mantenido suspendidas por un simple acuerdo de armisticio.
Que Corea del Norte se siente a negociar con EE.UU. sobre su desnuclearización, en principio es algo positivo, pero en anteriores ocasiones eso no llevó finalmente a buen puerto, sino que constituyó una estratagema de Pyonyang para ganar tiempo y para obtener concesiones diplomáticas y ayudas económicas de EE.UU.
Corea del Norte se ha comprometido a desmantelar una de las instalaciones de prueba de los motores de los misiles intercontinentales (ICBM), lo que constituye una concesión menor.
Hace un mes, Pyonyang anunció a bombo y platillo que procedía a cerrar su principal instalación de pruebas nucleares, debajo de la montaña Mantap, en Punggye-ri, cerca de China. Pero según sismólogos de este país, parece que la red de túneles se vino abajo con la última prueba nuclear del 3 de septiembre de 2017. Los dirigentes norcoreanos, ahora, intentan pasar esto como una decisión voluntaria, una cesión a EE.UU. Las autoridades chinas temen que Pyonyang intentara realizar otra prueba nuclear en Punggye-ri, a pesar de la posibilidad de fugas radiactivas que llegarían fácilmente a su territorio.
El principal logro de Corea del Norte en esta cumbre ha sido el anuncio por parte del Presidente Trump de que suspende las operaciones militares conjuntas con Corea del Sur, lo que viene siendo reclamado por Pyonyang desde hace décadas. Las maniobras conjuntas de EE.UU. y Seúl tienen un carácter eminentemente defensivo. Es Pyonyang el que repetidamente da indicios de estar preparando la invasión del Sur. Esta cesión de EE.UU. es un mal paso, que Washington debería haberse guardado hasta fases mucho más avanzadas del proceso.
Tras la cumbre, será trascendental el modo en que EE.UU. lleve a cabo las negociaciones a partir de este momento, durante bastantes meses.
EE.UU. deberá mantener sus actuales sanciones (económicas, financieras, comerciales, …) contra Corea del Norte, prácticamente en su integridad, aplicándolas con firmeza (como hasta ahora).
Estados Unidos no habrá de efectuar ninguna reducción significativa de sus fuerzas en Corea del Sur, en tanto no se haya alcanzado un avanzado estadio en la reducción de las fuerzas e instalaciones nucleares del Norte.
La cuestión de las inspecciones internacionales de los arsenales de Pyonyang y de sus instalaciones nucleares y para los misiles es decisiva y debería abordarse al comienzo de las discusiones.
Donald Trump ha dado muestras estos días de que, gracias a sus contactos personales, ha convencido a Kim Jong-Un de emprender una nueva orientación para su país, pero como afirma el consejo editorial del principal diario estadounidense de derecha, el Wall Street Journal, “Trump afirma que él sabe que Kim Jong-Un ha cambiado, pero las evidencias de ello son escasas”.
Hay una circunstancia que permite sentir una relativa tranquilidad en cuanto al resultado de la negociación que se ha puesto en marcha en Singapur, ayer. La Administración Trump está compuesta, en los momentos actuales, por un sólido equipo en las relaciones exteriores y la seguridad nacional.
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Ayer, día 12 de junio, tuvo lugar en Singapur durante media jornada la primera cumbre de la historia (en 65 años, desde el fin de la guerra) entre un presidente de Estados Unidos -durante su mandato- y el líder del régimen comunista de Corea del Norte. El cambio de tono en las relaciones entre ambos dirigentes ha sido muy positivo durante la cumbre, pero nada asegura que la dictadura norcoreana vaya a aceptar finalmente un desarme nuclear “completo, verificable e irreversible”, que es lo que la Administración Trump y casi todos los analistas exigen para normalizar las relaciones entre ambos países.
Además, tal como se ha desarrollado la cumbre, podría pensarse que es el presidente estadounidense quien –como en anteriores ocasiones (1994 y 2003)- más ha cedido. Finalizada la cumbre, no está aún garantizado ni el éxito ni el fracaso de este nuevo intento de resolución diplomática del conflicto, que requeriría unos pocos años (para antes de las presidenciales de noviembre de 2020).
Sí es cierto que esta Administración resulta más creíble que otras anteriores, en su determinación de presionar con decisión cuanto sea necesario e, incluso, de recurrir a la amenaza de la vía militar de manera convincente.
Conforme a la declaración conjunta, ambos dirigentes se proponen establecer “nuevas relaciones EE.UU. – RDPC (Corea del Norte) en correspondencia con los deseos de los pueblos de los dos países” por la paz y la prosperidad. El líder norcoreano proclama su “inquebrantable compromiso de una total desnuclearización”. La declaración también recoge que ambas partes “aunarán sus esfuerzos” para establecer “un régimen duradero y estable de paz” en la península de Corea.
Estados Unidos se ha comprometido en la declaración conjunta a conceder “garantías de seguridad” al régimen norcoreano, que todavía no se han hecho públicas, lo que es normal en este temprano momento. Estas cesiones (que irán más allá de una normalización de las relaciones) serían claves para que la cúpula del poder en Pyonyang llegue a aceptar un acuerdo de desarme.
En este asunto la memoria de la desdichada suerte corrida por el dictador libio Muamar el Gadafi pesa como una losa en el ánimo de los dirigentes coreanos. A los ocho años de que Muamar el Gadafi pusiera fin realmente a su programa nuclear, en 2003, una intervención aérea de Occidente (bajo Barack Obama) en favor de las fuerzas insurgentes en 2011 (durante la tristemente famosa primavera árabe) llevó a su derrocamiento y posterior asesinato, a manos de rebeldes incontrolados.
Kim Jong-Un, su familia y demás dirigentes, no quieren que se repita esta historia, lo que no deja de ser comprensible. Si perciben que EE.UU. se propusiera intentar un cambio de régimen en el Norte con ocasión de este proceso diplomático, finalmente rechazarían cualquier acuerdo.
Entre aquellas “seguridades” seguramente figurará la firma de un tratado de paz que cierre las hostilidades de la guerra de 1950-1953 que, por el momento y durante 65 años, se han mantenido suspendidas por un simple acuerdo de armisticio.
El debate que está produciéndose en EE.UU. en torno al procedimiento y calendario de la cumbre, en realidad no ofrece conclusiones claras. Por un lado, es cierto que habría sido preferible haber llegado a la cumbre con algunos compromisos en torno al proceso de la desnuclearización de Corea del Norte, que pudieran haberse recogido en la declaración conjunta. Pero también es cierto que la negociación, además de compleja, deberá constituir al final un todo interrelacionado; esto es, que “nada estará cerrado, hasta que lo esté el conjunto” por lo que es poco factible poder realizar anuncios parciales sobre compromisos.
Por otro lado, siempre es importante que en negociaciones de semejante complejidad y trascendencia, previamente a cualquiera de las cumbres de los máximos dirigentes, los negociadores de segundo nivel e incluso los expertos hayan efectuado una minuciosa discusión, formulando alternativas claras sobre cada aspecto y su interrelación. De llegarse a las cumbres con una insuficiente clarificación, los máximos dirigentes deberían improvisar sobre el terreno. Esto siempre sería muy arriesgado y todavía más tratándose de Donald Trump, de quien se dice que no domina los detalles de los asuntos.
En definitiva, cabe afirmar que no resulta del todo inadecuado -aunque si infrecuente- una cumbre de apertura con escaso contenido –como ha sido el caso-, como impulso inicial al proceso negociador que deberá prolongarse durante bastantes meses.
Lo que ha conseguido Estados Unidos con la cumbre
Que Corea del Norte se siente a negociar con EE.UU. sobre su desnuclearización, en principio es algo positivo, pero en anteriores ocasiones eso no llevó finalmente a buen puerto, sino que constituyó una estratagema de Pyonyang para ganar tiempo y para obtener concesiones diplomáticas y ayudas económicas de EE.UU.
Hace unas pocas semanas, el nuevo Secretario de Estado (Mike Pompeo) regresó a Washington desde Pyonyang acompañado de tres ciudadanos estadounidenses, de origen coreano, que permanecían presos en Corea del Norte desde hacía años.
Otro resultado positivo previo y preparatorio para la cumbre, ha sido la interrupción de las pruebas nucleares (desde septiembre 2017) por parte de Corea del Norte y de sus ensayos de misiles intercontinentales (desde el 29 de noviembre de 2017); más de medio año de moratoria.
Aunque esto no figura en la declaración, según Trump Corea del Norte se ha comprometido a desmantelar una de las instalaciones de prueba de los motores de los misiles intercontinentales (ICBM). Esta es una concesión menor, ya que han realizado varias pruebas en vuelo, habiendo logrado un considerable progreso en este campo.
En la rueda de prensa posterior a la cumbre, Donald Trump afirmó que el proceso de desarme nuclear comenzaría “de inmediato”, pero ese tipo de declaraciones del presidente pueden ser muy inexactas.
A mediados de mayo, Pyonyang anunció a bombo y platillo que procedía a cerrar su principal instalación de pruebas nucleares, debajo de la montaña Mantap, de granito, en Punggye-ri, al nordeste del país, no lejos de la (estrecha) frontera con Rusia (a 360 km de Vladivostok) y a tan solo 130 km de la frontera con China. Corea del Norte desplazó al emplazamiento a una serie de periodistas internacionales a mediados de mayo, pero ningún experto; mera propaganda política, sin posibilidad de verificar si realmente se habían inutilizado las instalaciones.
(El cuadrado rojo es el principal lugar de las pruebas nucleares: Pungyye-ri)
Además, tres semanas antes (hacia el 25 de abril de 2018) varios medios internacionales se hicieron eco del estudio de unos sismólogos de la universidad USTC, de China, según el cual dichas instalaciones habían quedado en gran parte inutilizadas, tras la última prueba nuclear (del 3 de septiembre de 2017). Las imágenes de satélite indicaban una disminución de la altitud de la montaña y los sismógrafos habían detectado un segundo temblor, menor, tras la prueba de septiembre de 2017, que podía corresponder al hundimiento de parte del sistema de túneles que orada la montaña en varios puntos. Cinco de las seis pruebas nucleares de Corea del Norte tuvieron lugar allí, en Punggye-ri.
El interés de las autoridades de China al permitir la publicación del estudio de sus sismólogos reside en evitar el “desastre ecológico” que podría producirse junto a su frontera en caso de que Pyonyang tratase de utilizar esas instalaciones una vez más, a pesar de estar dañadas. Como dijo la CNN, “la comunidad internacional y Peking en particular vienen expresando su preocupación por que un accidente o una fuga radiactiva en las instalaciones norcoreanas pudieran producir consecuencias al otro lado de la frontera” (con China).
La consecuencia de todo lo anterior, es que el cierre de las instalaciones en Punggye-ri no supone ningún resultado de la cumbre, ni de sus pasos previos, sino probablemente de su hundimiento accidental el pasado mes de septiembre y de la presión de China, por intereses propios.
Lo conseguido por Corea del Norte
Como acaba de afirmar Alexander Vershbow, quien fuera Embajador de EE.UU. en Seúl entre 2005 y 2008, esto es, bajo el Presidente George Bush (hijo): “A pesar de las frenéticas negociaciones entre expertos (de ambos bandos) en los días previos a la cumbre, la declaración conjunta es realmente más débil y ambigua que documentos análogos que se acordaron por anteriores Administraciones estadounidenses. Los negociadores norcoreanos han sido muy tenaces, como lo fueron en el pasado, y no han cedido en nada (para la declaración)”.
Los términos vagos de la declaración favorecen a Corea del Norte ya que su esfuerzo en términos de compromisos es el mayor de los dos bandos. Pero su principal logro en esta cumbre ha sido el anuncio por parte del Presidente Trump de que suspende las operaciones militares conjuntas con Corea del Sur, lo que viene siendo reclamado por Pyonyang desde hace décadas.
Aunque el régimen comunista repite hasta la saciedad que las maniobras conjuntas suponen una amenaza para su país, eso no es así; ni Corea del Sur ni EE.UU. dan dado nunca muestras de planear invadir el Norte. Es Pyonyang el que repetidamente da indicios de estar preparando la invasión del Sur. Por tanto, las maniobras conjuntas de EE.UU. y Seúl tienen un carácter eminentemente defensivo. Incluso si EE.UU. llegara a decidir algún día intentar destruir las instalaciones nucleares de Corea del Norte, la operación se llevaría a cabo enteramente mediante misiles y bombardeos, sin “poner botas en el terreno”, como Israel hizo con los centros nucleares de Siria e Irak hace más de una década.
Ya que las tropas estadounidenses desplegadas en Corea del Sur (unas 23.400) rotan mayoritariamente cada año, los ejercicios anuales son necesarios para preservar su coordinación e interoperatividad con las fuerzas surcoreanas.
No se alcanza a ver ninguna contrapartida de importancia equivalente por parte de Corea del Norte.
Por tanto, esta cesión es un mal paso, que Washington debería haberse guardado hasta fases mucho más avanzadas del proceso. No sabemos hasta qué punto esto ha podido ser una iniciativa de Trump, de última hora.
Por otro lado, hay que tener presente que el régimen comunista –que viene siendo un paria en la escena internacional- siempre obtiene importantes réditos políticos internos y exteriores cuando se sienta a negociar con la primera potencia mundial.
Este beneficio implícito –pero relevante- ha sido aún mayor en Singapur por las declaraciones excesivamente condescendientes de Donald Trump hacia el dictador Kim Jong-Un, de quien dijo tratarse de “un negociador valioso y muy hábil”, y “una persona de talento” que ama a su país. Para rematar el desatino, Trump anunció que invitaría al dictador a visitar la Casa Blanca. Esto, naturalmente, no es imprescindible en este tipo de negociaciones, con regímenes totalitarios, pero forma parte de la “diplomacia personal” que Trump gusta aplicar para tratar de ganarse la voluntad de sus adversarios.
Finalmente, el régimen norcoreano ya ha obtenido de la Administración Trump la sordina a sus anteriores amenazas de intervención militar en caso de que fracase el proceso diplomático que ha comenzado ayer. Esto resulta un paso lógico, pero no hay que olvidar que constituye una cesión.
Sin embargo, a mediados de mayo el Presidente Trump se expresaba todavía del siguiente modo, en relación a lo sucedido en 2011 en Libia, cuando EE.UU. “fue a por” Muamar el Gadafi, ya que no se le habían dado garantías políticas al poner fin a su programa nuclear:
“Ahora, aquel modelo tendría lugar probablemente (en Corea del Norte), si no alcanzamos un acuerdo” (de desarme nuclear).
Lo que debería producirse tras la cumbre
Como se ha visto anteriormente, la cumbre en sí misma no puede determinar ni el éxito ni el fracaso del conjunto de la negociación diplomática. La cumbre, aunque necesaria, no constituye un paso decisivo.
Lo que si va a resultar trascendental es el modo en que EE.UU. lleve a cabo las negociaciones a partir de este momento.
Esta vez Trump tuvo razón el día 7 de mayo al decir que “la parte difícil (del proceso diplomático) vendrá después de esto” (de la cumbre en Singapur).
Desde la Casa Blanca se ha dicho que el presidente desearía que la negociación y el grueso de la puesta en práctica del eventual acuerdo se hubiesen realizado antes de las elecciones presidenciales de noviembre de 2020.
Los pasos para el desarme nuclear de Pyonyang debería ajustarse a un calendario “adelantado”, en el que muchos de ellos tengan lugar en las primeras fases del proceso diplomático. Pyonyang, naturalmente, se empecinará en lo contrario, aplazar todo lo posible sus compromisos más onerosos.
Además, EE.UU. deberá mantener sus actuales sanciones (económicas, financieras, comerciales, …) contra Corea del Norte, prácticamente en su integridad, aplicándolas con firmeza (como hasta ahora), mientras que dure el proceso diplomático, ya que son la principal palanca que ha forzado a Pyonyang a sentarse a la mesa de negociaciones.
La mayoría de aquellas sanciones fueron aprobadas por el Consejo de Seguridad de NNUU, en diversos momentos. Sin embargo, China acaba de reiterar su petición de una urgente relajación de las sanciones, que no debe ser atendida. Otra cosa es que EE.UU. se abstenga de adoptar nuevas medidas. El asunto de las sanciones se trató con cierto detenimiento en mi anterior artículo del 19 de abril de 2018.
Estados Unidos no habrá de efectuar ninguna reducción significativa de sus fuerzas en Corea del Sur, en tanto no se haya alcanzado un avanzado estadio en la reducción de las fuerzas e instalaciones nucleares del Norte, de modo que sea irreversible.
La cuestión de las inspecciones internacionales de los arsenales de Pyonyang y de sus instalaciones nucleares y para los misiles es decisiva. Diversos dirigentes políticos estadounidenses que intervinieron en anteriores conversaciones diplomáticas con Corea del Norte, coinciden en que este asunto debe colocarse al comienzo de las negociaciones.
De nada valdría emplear meses en los demás asuntos, si Kim Jong-Un no estuviera dispuesto a ceder en un efectivo sistema de inspección. También insisten en la necesidad de poner todo lo acordado por escrito, evitando acabar las rondas negociadoras con meros acuerdos verbales, de los que Pyonyang se echaría atrás en el siguiente encuentro, como ya hizo en el pasado. Realmente, EE.UU. conoce muy bien las tácticas y trucos negociadores de Pyonyang.
Lo pendiente de negociar
Prácticamente todo sigue pendiente de definir respecto al desarme nuclear de Corea del Norte y a las eventuales contrapartidas. Además de las cabezas nucleares, ¿quedará comprendido también el material nuclear (plutonio o uranio enriquecido)? ¿Cuál es exactamente el arsenal de cabezas y material nuclear, así como de los diversos tipos de misiles, y sus respectivos centros de investigación y fabricación? ¿Qué sucederá con las instalaciones de centrifugadoras para el enriquecimiento del uranio? Junto a los misiles intercontinentales, ¿cubrirá el futuro posible acuerdo los misiles de corto y medio alcance, que son del máximo interés para Japón y Corea del Sur? ¿Cuál es el calendario para el desmantelamiento nuclear y de los misiles? ¿Cómo se efectuarán las inspecciones, con qué regularidad y con qué tiempo de preaviso en cada caso?
Por otro lado, los inspectores ¿serán únicamente de organismos internacionales (como la Agencia Internacional de la Energía Atómica – IAEA) o también de agencias estadounidenses? ¿Se reintegrará Pyonyang al Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT), asumiendo sus estrictas obligaciones? ¿Cuándo levantará EE.UU. su plantel de sanciones? ¿Cómo se limitarían las actividades de proliferación nuclear que Pyonyang viene practicando desde hace décadas (para obtener divisas e incrementar los problemas de Occidente) vendiendo sus materiales y conocimientos a Siria, Irán y otros estados relacionados con organizaciones terroristas? ¿Cuándo y cuánto reduciría EE.UU. sus tropas en la república de Seúl?, descartada de antemano su total retirada. ¿En qué momento se firmaría el tratado de paz de la guerra de los años 50? ¿Está dispuesto EE.UU. –como hizo en anteriores negociaciones, sin resultados- a ofrecer ayuda económica a Corea del Norte y a qué lo condicionaría?
Como afirma el ex-Embajador de EE.UU. en Seúl, Alexander Vershbow: “Necesitamos mantener la presión (sobre Corea del Norte), trabajar estrechamente con nuestros aliados de Corea del Sur y Japón, y lograr un resultado que verdaderamente abra un futuro alentador para EE.UU. y sus aliados, así como para los pueblos de la península de Corea”.
Por su parte, Gerald Seib, el jefe de la redacción en Washington del Wall Street Journal, considera que “la expectativa de convertir la vaga declaración (del día 12) en un cambio duradero en la península de Corea depende (en gran medida) de lo siguiente … la estimación de que Kim Jong-Un no solo representa un joven dirigente de Corea del Norte sino alguien totalmente diferente, dispuesto a desplazar el objetivo estratégico de su país de la búsqueda de un mayor poderío militar a la aspiración de una economía más potente”.
Donald Trump ha dado muestras estos días de que, gracias a sus contactos personales, ha convencido a Kim Jong-Un de emprender una nueva orientación para su país, pero como afirma el consejo editorial del principal diario estadounidense de derecha, el Wall Street Journal, “Trump afirma que él sabe que Kim Jong-Un ha cambiado, pero las evidencias de ello son escasas”.
En opinión del consejo editorial del Wall Street Journal, del 12 de junio, un serio peligro ahora es que “habiéndose comprometido Donald Trump con las conversaciones, se encontrará presionado a realizar más concesiones bajo la amenaza de que Kim Jong-Un abandone las negociaciones”. Además, habiendo cedido ya en la suspensión de las operaciones militares conjuntas, “reemprenderlas sería posible, pero al precio de que se ponga fin a las discusiones”.
El Wall Street Journal concluía fijando sus límites del siguiente modo: “Posiblemente sea necesario garantizar la supervivencia de Kim Jong-Un en el poder para suprimir la amenaza nuclear al territorio continental de EE.UU. Pero no habría excusa para un acuerdo nuclear que no eliminara enteramente el programa nuclear (norcoreano), incluido un régimen de inspecciones sobre la marcha, de todas las instalaciones. Esto es lo que Donald Trump está exigiendo para (el acuerdo con) Irán, y no puede aceptar un compromiso menos exigente de Corea del Norte”.
Hay una circunstancia que permite sentir una relativa tranquilidad en cuanto al resultado de la negociación que se ha puesto en marcha en Singapur, ayer. La Administración Trump está compuesta, en los momentos actuales, por un sólido equipo en las relaciones exteriores y la seguridad nacional.
Además, tanto el nuevo Secretario de Estado, Mike Pompeo, como el también nuevo Consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, cuentan con un historial de firmeza ante la amenaza norcoreana. También han protagonizado una repetida crítica a las formas equivocadas en que se llevaron a cabo los anteriores intentos de negociación, que se basaban en el concepto de “paciencia estratégica” (tanto por Clinton, como por ambos George Bush y Barack Obama). Por otro lado, John Bolton ha propugnado hasta hace muy pocos meses una intervención militar preventiva, lo que se estudió detenidamente en el Pentágono a comienzos de este año, aunque John Bolton todavía estaba fuera de la Casa Blanca. Kim Jong-Un no podrá tomar sus palabras, ni las del Presidente Trump sobre una posible intervención, a la ligera.
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