Todos iguales ante el poder nacional. Los “hechos diferenciales” suprimidos
Si fuese políticamente factible (lo que, desgraciadamente, no es el caso), ¿qué español sensato rechazaría un ordenamiento constitucional con una sola lengua oficial, sin lenguas regionales cooficiales? ¡Menuda idea facha!, sería el comentario de cualquier progre y español pro-nacionalista, como los periodistas de El País. Sí, tan facha como fueron Robespierre, Danton, Marat y todos los demás revolucionarios (burgueses) de la Francia de finales del s. XVIII. Todos los “hechos diferenciales” regionales, lingüísticos y relativos al código civil (reminiscentes de la dispersión del poder en el Antiguo Régimen) fueron, literalmente, barridos por la Revolución francesa. Se creó a toda prisa la unidad lingüística. Y así les ha ido de bien.
Las iniciativas legislativas que están adoptándose últimamente en EE.UU. para establecer el idioma oficial de ese país -lo que no está recogido en su Constitución-, va en la misma línea general del proceder de los revolucionarios franceses de antaño. Establecer una relación igual de todos los ciudadanos con el poder político, nacional.
Va también en la línea de la Constitución en vigor actualmente en países como Francia. En este y otros países del mundo occidental, se desarrolló -hace varias décadas- “una ofensiva para relegar de sus administraciones nacionales” todos aquellos idiomas y dialectos que no sean los oficiales. Y lo lograron, por mucho que no le guste al corresponsal del ABC en Washington. Este periodista da a entender que el español debería tener algunos atributos de cooficialidad en las zonas de EE.UU. donde haya muchos hispanohablantes.
Para este corresponsal de ABC, el modelo parece que sería el multiculturalismo, la creación de comunidades (guetos, encerrados en sí mismos por voluntad propia) en plano de igualdad con la sociedad preexistente en cuanto al uso de la lengua, la educación, la regulación de sus costumbres civiles, etc.
Cien veces fracasado en Europa (empezando por el Reino Unido, Holanda, Dinamarca …), él parece proponer exportar esa grave equivocación a EE.UU. …
Si en algunos de aquellos países (o en EE.UU.) el español fuera uno de esos idiomas no oficiales, bienvenido fuera su “relegación” en los contactos de los ciudadanos con las administraciones públicas y como lengua vehicular en la educación. Otra actitud sería contradictoria con la que se necesita conseguir en España.
Algo muy diferente son las manifestaciones meramente culturales o los topónimos (San Francisco, Los Angeles, San Diego, San José-Silicon Valley, Saint Agustin-Florida, Santa Fe-Nuevo Mexico, San Antonio-Tejas …) en idiomas no oficiales.
Topónimos y otras expresiones culturales que deben preservarse por las autoridades locales estadounidenses y ser promovidas por parte de la embajada, consulados y otras entidades públicas y privadas del país del idioma no oficial en cuestión -como el español en EE.UU.-, que las autoridades del país anfitrión deben, cuando menos, no obstruir.
La enseñanza de la propia lengua española es ya, con diferencia, la primera opción elegida en EE.UU. (en los colegios y entre la población adulta) y no se vería afectada por las iniciativas ahora en discusión.
Lo que hicieron los revolucionarios franceses: la unidad lingüística
En 1789 se puso en marcha el proceso revolucionario en Francia. Por cierto, apenas un año antes, en junio de 1788, había entrado en vigor la Constitución de EE.UU. (redactada en 1787, en Filadelfia), tras su ratificación por cada uno de los 13 estados originarios.
Según afirma, entre otros muchos, un estudio de 2014: “Durante la Revolución francesa, Francia experimentó un gran cambio lingüístico … El francés convencional que conocemos en la actualidad, procede del francés hablado por la burguesía en la región de la Isla de Francia [Paris y su entorno] … Los revolucionarios se esforzaron en unificar la lengua francesa en todo el territorio” … y bien que lo consiguieron.
“La política lingüística de 1789 fue de gran importancia para crear la idea de unidad” [nacional] de la que venimos hablando. “Si Francia debía ser una sola Nación, sólo debía hablarse en ella una única lengua, el francés”.
“Antes del movimiento revolucionario … apenas una cuarta parte de la población” hablaba el francés de L´île-de-France.
En la mitad Sur del país se empleaban, sobre todo, las lenguas de Oc, la langue d´Oc u occitano, entre las que destacaban 6 dialectos, entre otros varios de menor alcance.
En la mitad Norte predominaban las lenguas de Oil, de las que 13 eran las principales, todas ellas de carácter romance.
“Hacía falta, pensaban los revolucionarios, una lengua común del conjunto del territorio para que todos los ciudadanos sintieran pertenecer a una misma Nación”.
No se limitaron los revolucionarios a extender el francés convencional. Conocedores de la inercia lingüística, fueron suprimiendo rápidamente las casi tres decenas de lenguas y dialectos preexistentes, de las que sólo ha sobrevivido un suspiro.
Nadie puede pretender una extrapolación mecánica a la actualidad de lo que se hizo hace 230 años (aunque la Constitución americana es de aquellas fechas y se sigue aplicando con gran éxito), pero desde luego muestra otra cara respecto al discurso único que lleva empleándose en España desde la llegada de la democracia: las bobadas sobre la “riqueza cultural” que representan las lenguas y dialectos comarcales o regionales en una Nación moderna, de tradición fratricida y de divisiones territoriales.
Pero a estas alturas, no puede negarse que el efecto predominante en España de la existencia de las lenguas regionales ha sido permitir su poderosa manipulación por los nacionalistas, para dividir y enfrentar a la sociedad española y desestabilizar el sistema político nacional. Esas han sido sus riquezas. Mientras España no esté habitada principalmente por personas como los suizos (quienes consiguen cohabitar pacíficamente con diversas lenguas), aquellas van a ser las verdaderas consecuencias.
¿Puede alguien negar que no se estaría hablando -sin descanso- en España sobre el problema catalán y, antes, del vasco si en el s. XIX nuestro país hubiese seguido la senda marcada por los revolucionarios franceses?
Aunque eso no tenga ya vuelta atrás -no nos equivoquemos- proporciona una perspectiva alternativa al cuento de la supuesta “riqueza cultural” y su gran aportación al país en cuestión.
En España ya hay que aceptar lenguas cooficiales -nos guste o no-, aunque a algunas de ellas -como el fantasmagórico bable (en el que se publica también ¡toda la normativa y reglamentación de la cámara del Principado, desde hace más de 30 años!), el inventando idioma aragonés o hasta el dialecto murciano (o panocho) …, se les deba negar dicha condición, ahora (respecto al bable) o cuando lo planteen para los otros dialectos … que todo llegará.
Respecto a las lenguas regionales históricas (catalán, eusquera y gallego), vistas desde esta nueva luz, habrán de ser colocadas en el sitio que les corresponde, reformando a fondo su regulación, asegurando la efectiva aplicación de lo establecido y realzando en todo el territorio nacional el empleo del español (el castellano, ¿qué es eso?; al idioma francés no se le llama parisino, ni al italiano florentino), sobre todo ante las administraciones públicas y como vehículo para la enseñanza.
La Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales
Como ocurre a menudo, un acuerdo internacional, en este caso europeo, instituido en 1992, vino a proteger y estimular en exceso el estatus que merecen en nuestro Continente las lenguas minoritarias. Se llama, la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias o Regionales, y se desarrolló a iniciativa del Consejo de Europa (que es independiente de la UE).
Hay muchos acuerdos internacionales, de todo tipo, que durante las pasadas tres décadas se fueron estableciendo bajo el manto omnipresente del pensamiento políticamente correcto, ideología única del aparato burocrático de la Comisión Europea. Acuerdos que deberían ahora ser reformados a fondo, para tener en cuenta otro tipo de consideraciones, sobre los efectos contraproducentes que han producido, siempre en la misma dirección buenista.
Este saludable rechazo reformista a los dictados de las élites progresistas de NNUU, Comisión Europea y otras, es lo que se produjo frente al nuevo Pacto Mundial sobre Migración, que se adoptó en Marrakech (Marruecos) el 11 de diciembre de 2018.
Aquella Carta Europea es tal que el Senado de Francia se ha negado a ratificarla, la última vez en octubre de 2015, por la amenaza que supone para la soberanía nacional. Separadamente, Francia ha suscrito 39 de los 98 artículos de la Carta.
Francia, en modo alguno se quedó sola en su oposición a la Carta Europea. Los tres países bálticos (con una preocupante presencia de ruso-parlantes en sus territorios) tampoco la han ratificado. Ni Italia, que hace frente a frecuentes demandas de las comarcas con lenguas y dialectos propios. Bélgica, con suficientes problemas lingüísticos de su propia cosecha, se ha mantenido al margen. Bulgaria, con una significativa presencia de población turca, ha preferido así mismo dejarse las manos totalmente libres. Y lo mismo Grecia, Irlanda, Islandia, Malta, Portugal, Turquía y otros varios.
España, bajo el segundo mandato de José María Aznar, lo ratificó en 2001, lo que -sin conocer yo bien el asunto- parece una concesión innecesaria a los nacionalismos, que adquirieron otra palanca europea para presionar al Estado nacional. ¿Por qué no se hizo algo parecido a Francia?
Las lenguas no oficiales en Francia en la actualidad
En Francia, el artículo 2 de la Constitución de 1958 (constitución que instauró la llamada Quinta República, hasta nuestros días) determina que el francés sea la lengua del país: la única lengua oficial. Y así ha permanecido hasta el día de hoy, tanto para las relaciones de los ciudadanos con la Administración, como para impartir la educación.
Tan sólo en la reforma constitucional parcial de 2008, se incluyó en el artículo 75-I la (por ahora) inofensiva disposición de que “las lenguas regionales pertenecen al patrimonio de Francia”.
Las siguientes, son las lenguas contempladas: bretón, catalán, corso, alemán/alsaciano, luxemburgués, flamenco, occitano, las lenguas de Oil y el vasco. Como puede comprobarse, su “plena normalización” daría lugar a una verdadera Torre de Babel.
A lo largo de varias décadas, fue siendo introducida la posibilidad de que las diversas lenguas regionales fuesen enseñadas a quienes lo demandase, en los correspondientes territorios, como una lengua más. Pero la lengua vehicular en la enseñanza sigue siendo la que debe ser: el francés (salvo excepciones realmente muy limitadas).
Propuestas de oficialización del idioma inglés en EE.UU.
Con fecha 6 de febrero de 2019, el congresista republicano Steve King (de Iowa) presentó un anteproyecto de ley (H.R.997), con los tres siguientes propósitos:
— hacer del inglés la lengua oficial de EE.UU.,
— asegurar que todos los ciudadanos sean capaces de entender bien la legislación escrita en inglés, y
— establecer la obligatoriedad de su conocimiento para que un extranjero alcance la ciudadanía estadounidense.
La denominación del anteproyecto, es la siguiente: Ley de Unidad de la Lengua Inglesa (English Language Unity Act of 2019).
Como en todas las leyes de este tipo, se establecen una serie de excepciones, como por ejemplo que los avisos escritos por autoridades federales sobre situaciones peligrosas (por el uso de explosivos en canteras, animales salvajes, etc.) aparezcan también en el idioma no oficial pero que sea muy empleado en ciertas zonas.
La primera semana de marzo de 2019, el senador republicano Jim Inhofe (de Oklahoma) presentó en el Senado el mismo anteproyecto, con las siglas S.678.
Intentos legislativos semejantes se han producido varias otras veces, en el pasado, sin conseguir salir adelante.
Y ello a pesar de que siempre ha habido una opinión pública muy mayoritariamente favorable a esta medida.
Conforme a una muy reciente encuesta, llevada a cabo este mes de marzo, el 77% de los ciudadanos estadounidenses son partidarios de establecer el inglés como lengua oficial.
La novedad, actualmente, es que el inquilino de la Casa Blanca (Donald Trump) y, además, el vicepresidente (Mike Pence) son muy favorables a esta medida. En el pasado, sólo el republicano Theodore Roosevelt (en la primera década del s. XX) mantuvo una postura tan decidida, que no llegó a prosperar.
Conviene aclarar que este anteproyecto de ley sólo afectaría a las instituciones y a la legislación nacionales, esto es federales.
De hecho, en la actualidad están ya en vigor leyes de este tipo en 31 de los 50 estados de la Unión., declarando el inglés la lengua oficial del estado, de cara a sus actividades y su relación con los ciudadanos. Comenzó Nebraska, en 1923 y se aceleró durante los 80s y 90s.Virginia Occidental ha sido el último, legislando en este sentido en 2016.
Entre aquellos 31 estados predominan los habitualmente gobernados por la derecha, pero figuran también los más progresistas, como California, Nuevo Mexico, Colorado, Illinois (Chicago), Massachussets, New Hampshire, Hawái y otros. De los llamados estados oscilantes –swing states– (que se muestran normalmente de color púrpura), figuran Florida, Arizona, Alabama, Montana, etc. En definitiva, son estados de todos los colores, aún con preeminencia conservadora.
Estados que han establecido el inglés como el idioma oficial: 31
Fuente: Wikipedia.
Como casi siempre, hay un par de casos especiales. El estado de Hawái reconoce como cooficial la lengua de los aborígenes de su archipiélago; se trata de una unificación de las lenguas insulares (como se hizo con el eusquera batúa, frente a los dialectos de sus diversos territorios y valles). Por su parte, Alaska también ha concedido un estatus semejante a un par de decenas de lenguas de sus comunidades de esquimales que, al parecer, no lograron unificarlas.
En EE.UU. el peligro no procede del pasado sino de la evolución futura
A diferencia de lo que sucede en Europa, la amenaza para la unidad lingüística en EE.UU. no proviene de las reminiscencias de situaciones del pasado lejano, sino de los cambios -ya en pleno devenir- que podrían provocar dificultades para la unidad nacional dentro de 20 o más años.
Además, en EE.UU. el primer paso en aquella peligrosa dirección, ya está dado desde la misma constitución de los Estados Unidos. Como se trató con detenimiento en un anterior artículo, los 13 estados fundacionales conservaron toda una serie de competencias, entre las que figura la educación. Ahora, esa es la situación en los 50 estados, ya que se trata de un sistema confederal.
Por consiguiente, basta con un gobernador y un Capitolio estatal dirigidos por demagogos, para introducir una nueva lengua, tal que el español, como la base del sistema educativo. Después, los trompicones podrían irse produciendo.
Además, aquel tipo de decisión podría empezar adoptándose por debajo del ámbito estatal, en los distritos escolares con más concentración de hispanoparlantes.
Los hispanos son el único grupo lingüístico que está previsto que sigan creciendo sin descanso, desde cifras ya muy elevadas: unos 60 millones de personas (en 2015). En 2060 seguramente alcancen la cifra de 111 millones, según la Oficina del Censo.
Pero lo que importa son ciertos estados con mayor concentración de hispanoparlantes, donde los problemas de identidad podrían agravarse.
En 2017 los hispanos representaban el 18,1% de la población nacional de EE.UU., que en 2060 podrán ser el 28% del total.
Por estados, suponen (en 2017) el 48,8% en Nuevo Mexico, el 39,4% en Tejas, el 39,1% en California, el 31,4% en Arizona; todos estos son estados fronterizos. Y seguimos: el 28,8% en Nevada, el 25,6% en Florida y el 21,5% en Colorado. En la costa Este, en Nueva Jersey y Nueva York las personas de origen hispano representan en torno al 20%.
Estados Unidos no sólo se ha formado históricamente en base a inmigrantes, sino que va a seguir haciéndolo por cuanto debe seguir preocupándose por la integración de los nuevos flujos de inmigración.
Pues bien, de acuerdo con la encuesta American Community Survey, de la Oficina del Censo de EE.UU., el 48,9% de los extranjeros que viven en el país pero nacieron en el extranjero no son capaces de hablar inglés “muy bien”. Su mejor integración no se conseguirá con una menor presión sobre sus esfuerzos de aprendizaje del inglés, ni con permitirles encerrarse en barrios-guetos habitados por hispanos.
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