Estado del reactor 4, días después del accidente nuclear de Chernóbil. Abril 1986. (AP)
Como veremos a continuación, el accidente nuclear de Chernóbil (situado ahora en la República de Ucrania), el día 26 de abril de 1986, se debió ante todo a la manipulación irresponsable y chapucera de una central nuclear diseñada para la generación de electricidad, por parte de las autoridades soviéticas nacionales en Moscú, para fines ocultos ajenos a la electricidad: obtener plutonio con destino a las cabezas nucleares de sus misiles.
Este artículo constituye el segundo, y último, de la serie relativa a los mayores desastres medioambientales mundiales, causados por la URSS, que inicié el pasado mes de septiembre con el relativo al vaciamiento del Mar de Aral.
Greenpeace y el naciente movimiento ecologista –occidental- aprovecharon en 1986 el accidente de Chernóbil para demonizar la energía nuclear, en sí misma, a pesar de constituir una fuente de electricidad barata, fiable (a diferencia de las renovables, que son intermitentes) y tremendamente segura. Este tipo de energía sufrió a partir de aquella fecha un brusco parón en todo el mundo desarrollado, que prácticamente ha durado hasta la actualidad.
No cabe duda que Chernóbil constituyó un gran éxito para Greenpeace –que acrecentó intensamente su influencia sobre las sociedades occidentales- y un desastre económico para dichos países -que aun sufrimos-, por haber extraído las conclusiones equivocadas y detener radicalmente la expansión de este tipo de energía.
El único accidente nuclear con víctimas mortales por radiación
Chernóbil ha sido, con diferencia, el peor accidente nuclear nunca sucedido y ya han transcurrido casi 35 años, sin que se haya repetido nada ni lejanamente parecido.
Es más, Chernóbil ha sido el único accidente nuclear en unos 66 años en el que está certificada la muerte de algunas –pocas- personas debido a la radiación. Ni en Fukushima (Japón) en 2011, ni en Three Mile Island (Pensilvania), en 1979, se produjeron muertes por radiación.
¿Habría que prohibir también el transporte aéreo de pasajeros, ya que son muchos los accidentes aéreos en los que han fallecido miles de personas? ¿Acaso, también merezca ser prohibido la ingesta de bebidas alcohólicas, ya que son cientos de miles quienes mueren cada año por este motivo, infinitamente más que por la radiación nuclear?
Los manipuladores ecologistas pretenden que la vida humana debe transcurrir para todo el mundo sin que se vea amenazada por riesgo alguno, como si eso fuese posible, ni ahora ni en el futuro. Si aceptasen que la vida humana es una actividad de riesgo, se les acabaría el pretexto del catastrofismo y con ello perderían su ya asfixiante y contraproducente control sobre las sociedades occidentales, homogeneizadas y adocenadas frente al progresismo.
[Nota de diciembre 2020: he publicado un artículo sobre la enorme exageración del peligro de estar expuestas las personas a cualquier forma de radiación –llamada habitualmente “radiactividad”]
En Fukushima (Japón) no se perdió ni una sola vida por la radiación
Quien piense que el accidente en la central nuclear japonesa de Fukushima, en marzo de 2011, ha sido casi de igual gravedad que Chernóbil, se sorprenderá de conocer que ni una sola persona ha muerto de radiactividad por ese accidente (ni por las explosiones químicas –no nucleares-, que se produjeron). Tampoco se espera que nadie sufra este fatal destino por aumento en el número de enfermos de cáncer, ni que se produzcan malformaciones en los futuros partos entre las mujeres que estuvieron en esa comarca en el tiempo del accidente.
Ver los párrafos 38 y 40, en la pág. 11 del informe de mayo de 2013, del Comité Científico de Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de la Radiaciones Atómicas (UNSCEAR).
Las, aproximadamente, 20.000 víctimas mortales en Japón, en marzo de 2011, fueron consecuencia exclusivamente del gran tsunami (de más de 10 m. de altura en gran parte de la costa) que asoló el nordeste del país. Pero los ecologistas y los medios de comunicación que se han convertido en propagandistas, han practicado una explicación tipo totum revolutum, refiriéndose a menudo -sin apuro alguno- a “las miles de víctimas del accidente (nuclear) de Fukushima” …
En un próximo artículo, abordaré específicamente lo sucedido en la central nuclear de Fukushima-Daiichi en 2011.
Responsabilidad del régimen soviético
Debió de ser el sistema soviético el que atrajera la condena de la comunidad internacional, ecologista o no ecologista, por el desastre de Chernóbil, en los años 80, pero no fue así.
El ecologismo admira la planificación estatal de la economía y el férreo control sobre la sociedad que ejercía la clase dictatorial de la URSS: los comunistas. Los ecologistas, acertadamente, intuyen que sería muy necesario aquel tipo de dominación social para conseguir imponer sus ensoñaciones de un mundo extremadamente ecologista y, por tanto, de empobrecimiento general.
Por su parte, a las potencias occidentales, en 1986, lo que más les preocupaba era que no fuese destituido el Presidente Mijaíl Gorbachov y su programa de transformación del sistema soviético, que acabó implosionando en 1991 de un modo asombrosamente pacífico, sin necesidad de ningún enfrentamiento armado por parte de las potencias occidentales.
Finalmente, es bien cierto que dicha responsabilidad del comunismo en el accidente de Chernóbil no se conoció de inmediato. De hecho, se necesitó el hundimiento de la URSS, lo que –tras unos años- conllevó la publicidad de los documentos –antes altamente secretos- sobre lo que realmente había sucedido en Chernóbil en abril de 1986.
Catastrofismo desmesurado sobre el número de víctimas mortales en Chernóbil
¿Cuántas muertes cree Vd. que se produjeron por el accidente de Chernóbil, en función de las informaciones periodísticas y del ecologismo que Vd. haya leído o escuchado? ¿Cuántos miles? En los medios, todavía en la actualidad, se sigue especulando a menudo con que existe un debate sobre el verdadero número de víctimas, especulaciones que pueden llegar –según esos periodistas/activistas- a los cientos de miles de víctimas.
El informe del Chernobyl Forum, organizado por Naciones Unidas, en Viena, en abril de 2005 (casi 20 años tras la tragedia), con la participación –entre otros- de los estados de Ucrania, Bielorrusia y Rusia y de varias organizaciones internacionales (como la Agencia Internacional de la Energía Atómica, la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial, etc.), afirmaba lo siguiente (pág. 14):
“Se ha asegurado que decenas e incluso cientos de miles de personas murieron como consecuencia del accidente [en Chernóbil]. Pero dichas cifras son sumamente exageradas”.
Las víctimas mortales fueron en realidad muy reducidas
No existe ya debate técnico ni científico alguno. El organismo internacional que ha seguido –y continúa haciéndolo- la evolución de las personas enfermas o muertas por el accidente de Chernóbil (el Comité Científico de Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de la Radiaciones Atómicas – UNSCEAR), ha llegado hace tiempo a un acuerdo sobre el número de víctimas, caso por caso. Todas las organizaciones y países implicados, están conforme con aquel informe.
Pues bien, dicho total de víctimas mortales asciende -¡tan solo!- a 58, ni una más. Y ello, contando desde el momento mismo de las dos explosiones (de carácter químico, no nuclear) –el 26 de abril de 1986- y los 29 años posteriores -hasta abril de 2015-, teniendo en cuenta los cánceres que se han determinado como originados por la radiactividad de aquel accidente.
Recordemos que pocos años después del desastre se difundió por Occidente una previsión, que pretendía ser científica, de que en los siguientes años se producirían unas 4.000 muertes por la radiactividad de Chernóbil. Como ya hemos expuesto, 34 años tras el accidente, no hay ni rastro de tan pesimista y equivocada previsión.
La verdadera cifra de víctimas
Según se afirmó en 2016 en la revista estadounidense Forbes, especializada en temas de negocios y economía:
“Como ha resumido el Dr. William Burchill, quien fuera presidente de la Sociedad Nuclear Americana (ANS, de sus siglas en inglés), las víctimas mortales [de Chernóbil] fueron las siguientes:
— 2 [empleados de la central], de forma inmediata [por el accidente], no por radiación [sino por la explosión química que se produjo];
— 28 [trabajadores que habían participado en la descontaminación de la central], muertos por radiación durante los primeros cuatro meses;
— 19 [otras] personas adultas [que en su mayoría participaron en el encofrado del reactor 4], por radiación a lo largo de los primeros 20 años [hasta 2006]; y,
— 9 niños fallecidos, por cánceres de tiroides desarrolladas [a lo largo de cierto tiempo] por la radiación recibida”.
La anterior relación totaliza 58 personas muertas por el accidente.
Documentos del Chernobyl Forum, de 2005 (pág. 14), contienen las mismas estadísticas de arriba, pero todavía no aparecía la cifra de 9 niños muertos por cáncer de tiroides, que se produjeron a lo largo de los años posteriores a 2005.
Para poner dicha cifra en contexto, puede compararse con el número de muertes que se produce en España en accidentes de tráfico. En 2019 tuvieron lugar 1.098 muertes, esto es, 21,1 muertes por semana. Aquellas 58 muertes en Chernóbil –a lo largo de unas 3 décadas- equivalen a las ocasionadas en las carreteras de España en menos de 3 semanas. Según la propaganda y agitación ecologistas, ¿habría que prohibir la circulación de coches en nuestro país … y en todos los demás?
De mil trabajadores para la emergencia acabaron muriendo 50
Otra cifra pertinente para valorar la gravedad –o no- de aquel número de muertes, son los aproximadamente 1.000 trabajadores que las autoridades soviéticas destinaron de urgencia, en las primeras semanas de descontrol –sin apenas respetar condiciones de seguridad-, a las tareas de contener el escape de materiales radioactivos que se estuvo produciendo y, concretamente, el comienzo de la labor de cubrir totalmente de cemento los restos del reactor 4.
Quienes murieron a lo largo de unas tres décadas fueron tan solo los 50 adultos a quienes nos referimos antes.
La construcción total –a toda prisa- del primer sarcófago de cemento sobre los restos del reactor 4 llevó de mayo a diciembre de 1986. En ella se emplearon a un cuarto de millón de trabajadores, pero en esta etapa más larga sí que se tomaron muchas más medidas para proteger de la radiación a quienes intervinieron.
Primer sarcófago de cemento. Diciembre 1986.
Fueron las autoridades soviéticas las que pusieron en peligro el reactor
Todos los informes sobre el accidente mencionan –de un modo un tanto impreciso y casi enigmático- como una de las principales causas del accidente que “el reactor adolecía de fallos de diseño”. Esto es, que dichos fallos casi impidieron que actuasen los mecanismos de seguridad que estaban previstos internacionalmente para ese tipo de planta, esto es, en los reactores de agua ligera (LWR, siglas del inglés). En realidad, a estos reactores soviéticos, modificados, se les denominó RBMK (Reaktor Bolshoy Moshchnosti Kanalnyy), aunque su diseño partía, en principio, de la tecnología internacional LWR.
El informe de la Asociación Nuclear Mundial (WNA, del nombre en inglés) coloca como la primera causa del accidente en Chernóbil en 1986 “un diseño defectuoso del reactor, que [además] fue operado por un personal con una preparación inadecuada”.
El Comité Científico de Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de la Radiaciones Atómicas –UNSCEAR-, del que ya hemos hablado, se ha referido asimismo a que “el reactor [de Chernóbil] tenía defectos de diseño”, que no se especifican.
No debe olvidarse que, durante todavía cinco años, hasta agosto de 1991, continuó existiendo la Unión Soviética, que conservaba su capacidad de presión sobre los organismos de Naciones Unidas e incluso sobre varios estados europeos. Tampoco querían que se conociera la verdad los ecologistas radicales, porque les estropearía su exitosa campaña mundial del “Nucleares, no gracias”, que no estaba nada justificada.
El accidente nuclear de Chernóbil se produjo por la insensata y secreta actuación de los soviéticos
La cuestión decisiva en este caso, es que dichos “fallos de diseño” no eran imputables a los reactores LWR por si mismos, sino a alteraciones en el diseño de la planta eléctrica de Chernóbil –y en otras de la URSS-, introducidas irresponsablemente por las autoridades soviéticas por las razones que examinamos a continuación.
“¿Por qué los soviéticos optaron … por construir un reactor como el de Chernóbil, dadas las ventajas de un reactor tipo LWR? La respuesta no es agradable. Estos diseños [que introdujeron los soviéticos en Chernóbil] se concibieron con el doble propósito de producir energía [eléctrica] … y plutonio para las cabezas nucleares de los misiles rusos”.
De este modo, como todo el mundo sabe que las centrales nucleares –salvo las plantas destinadas a fines militares- no producen plutonio, los dirigentes soviéticos podían ocultar ante sus rivales occidentales sus auténticas cifras de obtención del combustible para sus bombas atómicas.
“En un reactor tipo LWR el combustible está encerrado en una vasija presurizada [que sirve como primera defensa contra una posible explosión química] y la recarga se realiza como máximo una vez al año. Pero el plutonio puro que se necesita para las bombas atómicas tiene que extraerse del reactor a las pocas semanas de haberse formado, para evitar que se contamine” de otros elementos (como los transuránicos).
No se construyó la vasija presurizada ni el bunker de hormigón y se empleó grafito en lugar de agua
Para “que fuera posible un [acceso y] recambio rápido y flexible [del plutonio que se fuera formando], el núcleo [del reactor] no estaba protegido por la vasija presurizada ni por el bunker de hormigón [la segunda línea de protección, con más de un metro de espesor y una densa red de vigas de acero reforzado] que encierran un reactor tipo LWR, aunque sí por un edificio de contención [que es la tercera protección]”.
Además de no haber construido las dos primeras barreras de contención del reactor, las autoridades soviéticas habían decidido emplear barras de grafito (esto es, carbono puro), en lugar de agua, como moderador de la central. A diferencia del agua, el grafito presenta el serio inconveniente de que si el núcleo del reactor comienza a descontrolarse, en lugar de auto-regularse automáticamente (como ocurre con el agua), la reacción en cadena se acelera, a menos que se tome una decisión humana rápida y correcta.
La elección soviética del grafito también buscaba obtener más rápidamente plutonio, para sus bombas atómicas.
Un reactor nuclear construido sólo para generar electricidad no habría sufrido un accidente como el de Chernóbil
La conclusión es que “las [tres] barreras de un reactor del tipo LWR hubieran resistido el accidente de Chernóbil, sin escapes de radiación a la atmósfera”, según se desprende del estudio de Bernard Cohen, The Nuclear Energy Option, de 1990.
Dicho de otro modo, “contrariamente a la letanía antinuclear, un accidente como el de Chernóbil no puede ocurrir en los reactores LWR [de agua ligera], utilizados para fines estrictamente pacíficos y diseñados para ser seguros (en lugar que para producir plutonio [con fines militares])” … “Los reactores nucleares, diseñados correctamente, pueden resistir una situación tan grave como una fusión parcial del núcleo”, que es lo que sucedió en Chernóbil.
Aquel accidente no puede producirse, teóricamente, en un reactor tipo LWR … ni de hecho se ha producido en los más de 18.000 años de funcionamiento de las centrales nucleares que han existido en el mundo en los casi 70 años de su existencia, desde mediados del siglo XX. Me refiero a que durante aquellas casi siete décadas han funcionado en el mundo una media anual de unas 270 centrales cada año. La primera central comercial del mundo comenzó a operar en el Reino Unido en 1956.
Las citas que aparecen en los anteriores párrafos proceden de la obra “El ecologista nuclear”, Espasa, 2009; pág. 149, y 172 a 177. Su autor es Juan José Gómez Cadenas, catedrático excedente de Física Nuclear. Se doctoró en la Universidad de Alicante y, luego, amplió estudios en la Universidad de Stanford (California) y en Harvard (Boston). También trabajó como físico del Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), en Ginebra (Suiza).
En su juventud, el Sr. Gómez Cadenas, fue un clásico ecologista y, actualmente, ha modulado su posición, sin abandonarla. Pinchando aquí, accederá a una entrevista a este físico español.
Nunca puede haber una explosión nuclear en una central nuclear
La explicación es bastante sencilla, sin entrar en tecnicismos. “La mayoría de los reactores nucleares necesitan que la proporción de 235U en el combustible [que utilizan para producir electricidad] sea del orden del 3%”. El resto del combustible está formado por el isótopo 238U, que es muy estable y dificulta mucho las reacciones en cadena. Contrariamente, el isótopo 235U es muy fácil que se fisione –al ser impactado por un neutrón-, creando energía que se emplea para calentar agua hasta su evaporación como vapor, que moverá la turbina que genera la electricidad, que es la finalidad perseguida con todo este proceso.
[Por el contrario], una bomba atómica clásica de uranio requiere 235U casi puro” (pág. 136), esto es, de más del 90%. El autor de “El ecologista nuclear”, en la pág. 171, afirma explícitamente que “el núcleo de un reactor no puede estallar como una bomba atómica”.
El Laboratorio del Reactor Nuclear, del Massachusetts Institute of Technology (MIT) en Boston, por su parte, también afirma –como no podía ser de otra manera-, que “una explosión atómica no puede producirse [en el reactor] porque el combustible empleado no es suficientemente compacto para que fuera factible una reacción en cadena que se descontrolara”.
El peligro internacional de la radioactividad que no fue tal
Como ocurría siempre en un sistema totalitario, como el soviético, la primera reacción de las autoridades fue intentar ocultar el accidente en Chernóbil, gracias a su total control de los medios de comunicación y de la propia población.
Pero, cuando los vientos transportaron la radioactividad hacia el oeste, alcanzando primero lo que hoy es Bielorrusia –que entonces también formaba parte de la URSS-, posteriormente Rusia propiamente dicha y luego Suecia, Finlandia y hasta Italia y Francia, el secreto no pudo silenciarse por más tiempo. Fue en Suecia donde se efectuaron mediciones de una anómala radioactividad de origen desconocido, que acabó desvelando el accidente en Chernóbil.
El estado soviético tuvo que acabar admitiendo la existencia del desastre nuclear y –como relata el artículo en la Enciclopedia Británica– “se desencadenó un clamor internacional en torno a los peligros derivados de las emisiones radioactivas” procedentes de Chernóbil.
Pues bien, como dichas emisiones tuvieron en realidad un nivel muy bajo, según se iban alejando de la central, a día de hoy no se ha hecho pública ni una sola víctima mortal causada por aquellas emisiones radiactivas fuera de la actual Ucrania.
El que esas emisiones que se difundieron más allá de las fronteras internacionales fuesen de bajo nivel no fue fruto de una casualidad ni de ninguna suerte excepcional, sino que es lo que sucede en estos casos de accidente nuclear … En este caso el temor internacional se disparó, pero el peligro real era bastante reducido. Los efectos, por tanto, de un accidente de este tipo son casi exclusivamente comarcales.
Que se pudieran detectar pequeñas variaciones de los niveles de radiactividad hasta en Japón, no significa que eso supusiera ningún peligro real a zonas lejanas, ni a las que se encontraban mucho más cerca, como Francia e Italia.
El reasentamiento en masa de la población más o menos cercana fue otro grave error soviético
Una vez contemplada la muy escasa incidencia de muertos a consecuencia de este accidente, se puede concluir que el mayor perjuicio causado a las comunidades del área de Chernóbil fue la muy numerosa evacuación de personas que decidieron las autoridades soviéticas.
Concretamente, fueron –en varias fases- alrededor de 340.000 habitantes de las zonas cercanas a la central de Chernóbil (al norte del país, lugar muy cercano a la frontera con Bielorrusia) las desplazadas por las autoridades a otras varias zonas de Ucrania. Personas que dejaron atrás –a toda prisa- gran parte de sus muebles, enseres personales y su ganado, así como sus trabajos y relaciones vecinales. Pueblos y ciudades se convirtieron en localidades fantasmas, abandonadas y despobladas, abarcando casi doscientas de ellas.
No cabe duda de que esto constituyó un gran perjuicio para ese elevado número de personas. Pero lo primero que habría que preguntarse, con la perspectiva de los años transcurridos, es: ¿fue acertada esa evacuación en masa?
Área contaminada no es igual a área peligrosa. El turismo a Chernóbil
Todavía hoy en día, 34 años después del accidente, por la razón que sea, sigue manteniéndose oficialmente –por Ucrania y por parte de organismos internacionales- la calificación de “zona de exclusión” a un área de 30 kilómetros alrededor de la central siniestrada, debido a “los altos niveles de contaminación radiactiva”.
Pero, ¿acaso no resulta totalmente engañosa esa caracterización cuando, al mismo tiempo, hace ya años que se autoriza un turismo de catastrofismo a la propia central de Chernóbil y sus alrededores? Si viaja Vd. por algún motivo a Kiev, la capital de Ucrania, podrá visitar la central e, incluso, pernoctar en la antigua ciudad de Chernóbil si lo desea.
Controles en torno a la Zona de Exclusión. 1986
Como nos explicaba en 2016 el periodista estadounidense James Conca, especializado en temas de energía, en la revista Forbes:
La zona de exclusión de 30km de radio “sigue existiendo … por razones de precaución, aunque los niveles de radiación allí son muy inferiores a los que podrían causar efectos [negativos] para la salud [humana y animal]. Libre de interferencia humana, esa zona de exclusión se ha convertido en un exuberante hábitat natural [pinchar aquí, y también aquí]”, donde –podría añadirse- no se encuentran por ninguna parte los ciervos con dos cabezas ni los lobos con cinco patas que se pronosticaron en su día. Invenciones ecologistas sin fundamento, como se ha comprobado.
Dicho periodista añade que “de hecho, unas mil personas nunca abandonaron [la ciudad de] Chernóbil [que tenía una población de 14.000 antes del accidente] y han podido sobrevivir bien durante 30 años. Otras 3.000 personas aún trabajan [a diario] en el complejo del reactor” nuclear siniestrado, aunque viven fuera de aquella zona.
Zona de exclusión aún vigente. Fuente: Encyclopedia Britannica.
El amplio reasentamiento de personas se considera ahora un error evitable
Además, el periodista James Conca nos recuerda que “340.000 personas fueron evacuadas o desplazadas [del área de Chernóbil] tras el accidente. [Por otro lado], unos cinco millones de personas viven en el norte de Europa en zonas que algunos consideran contaminadas, pero no se han identificado en aquellos colectivos impactos sanitarios [negativos] inducidos por la radiación”, por lo que “ahora se considera que su evacuación y reasentamiento [en otras zonas] constituyó un grave error que destruyó las vidas de toda una generación” que habitaba en aquella área del norte de Ucrania.
Situación actual de la siniestrada central de Chernóbil
A los pocos años tras el accidente, la nueva República de Rusia paralizó definitivamente los otros tres reactores que operaban en Chernóbil.
Al producirse el -benéfico- derrumbamiento de la Unión Soviética y acceder los técnicos occidentales al primer sarcófago que el régimen había construido a toda prisa durante 1986, se comprobaron sus defectos como encoframiento definitivo.
Fruto de la nueva cooperación durante los años 90 entre Ucrania y países como Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania y otros, se diseñó una estructura que pudiera durar –como mínimo- cien años. Además, se buscó la financiación internacional, con la participación de los países mencionados, además de Canadá, Rusia, Arabia Saudí y otros, hasta un total de 45 países y organizaciones (como el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo). En total, se obtuvieron 1.600 millones de euros.
La construcción de la estructura definitiva (el New Safe Confinement) finalizó en 2019 y prevendrá la fuga de materiales contaminados del antiguo reactor, al tiempo que le protege de los impactos externos, como sucesos meteorológicos extremos.
El proyecto que finalmente se eligió, ejecutado principalmente por empresas francesas, ha supuesto la construcción de una gran estructura abovedada, de 110 metros de altitud, 257 metros de ancho y 162 m. de largo. Se construyó sobre unos rieles, desplazándose finalmente a su emplazamiento definitivo, sobre lo que fue el reactor nº 4 de Chernóbil. En la foto de abajo, todavía no se había colocado sobre los restos de dicho reactor.
Segundo y definitivo sarcófago de confinamiento del reactor 4 de Chernóbil. Julio 2019. 110 m. de alto (unos 30 pisos). Antes de ser trasladado sobre rieles para cubrir el reactor dañado.
Pinchando aquí se accede a un vídeo del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, en inglés, sobre este gran proyecto de ingeniería y cooperación internacional.
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