Se ha creado un terror irracional a la radiación
Infundir pánico –irracional e injustificado- en millones de ciudadanos del mundo occidental y en casi todos sus gobernantes –de izquierda y de derecha- a las radiaciones, fue uno de los primeros grandes éxitos globales del movimiento ecologista. El simpático eslogan “Nucleares, no gracias” fue asumido por la mayoría de las sociedades occidentales, contra toda lógica y contra sus propios intereses.
Este movimiento arrancó en los años setenta tras la expansión de centrales nucleares como respuesta de los países desarrollados a las crisis de las grandes subidas del precio internacional del petróleo y el embargo de su suministro por parte de productores árabes: en 1973 (guerra del Yom Kipur, contra Israel) y 1979 (tras la revolución del ayatolá Jomeini en Irán y el comienzo de la larga guerra entre Irán e Irak).
Realmente, fue en este movimiento donde el ecologismo radical ratificó la importancia del miedo en las acomodadas sociedades occidentales para movilizar a grandes sectores de la población e imponer medidas incluso contrarias a los intereses de aquellas personas.
A diferencia de otras potenciales amenazas, las radiaciones (ionizantes) presentan la “ventaja” de no ser visibles, lo que agudiza el temor hacia ellas.
En los medios científicos se emplea el término de “radiación” para lo que en lenguaje del día a día se llama “radiactividad”.
Mentira ecologista, sin centrales nucleares no se recibirían apenas radiaciones
Uno de los grandes embustes de la propaganda ecologista, que ha perdurado más de 40 años (y que fue asumido por Angela Merkel cuando en 2011 decidió cerrar –progresivamente- todas las centrales nucleares de Alemania), es la idea de que únicamente las centrales nucleares para la generación de electricidad suponen la principal fuente de radiación para las personas.
Naturalmente, esto nunca se ha formulado de manera directa, porque sus cabezas pensantes saben de sobra que eso es algo indefendible, pero lo cierto es que si se retira esa patraña ¿a qué ha venido aquella reacción hipocondriaca de rechazar totalmente la energía nuclear, en vez de reclamar medidas de seguridad eficaces y suficientes? ¿En qué se basa el cuento de que estas centrales suponen una energía sucia?
En mi artículo de noviembre sobre el accidente de Chernóbil ya expuse que es completamente imposible que se produzca una explosión nuclear en una central eléctrica y, por otro lado, que las víctimas mortales en ese tipo de escasísimos accidentes (por explosiones químicas y el correspondiente escape de radiactividad) han sido cientos de veces inferiores a las que ha difundido la propaganda ecologista y los medios de comunicación que bailan dócilmente a su son.
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Otro artículo sobre este asunto:
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Pero, según el ecologismo, evitando la construcción de estas centrales y cerrando las existentes, así como los –inofensivos- depósitos de residuos radiactivos, se suprime cualquier radiación dañina para los ciudadanos.
No hay que olvidar que absolutamente todo el énfasis de Greenpeace y otros lobbies ecologistas sobre el asunto de las radiaciones ionizantes, se ha puesto en acabar con la energía nuclear, no en otras de las diversas fuentes de radiactividad. Pero la radiación, como veremos seguidamente, es un fenómeno muchísimo más amplio y omnipresente de lo que representan las centrales nucleares.
Sólo la hipótesis LNT ha supuesto una mínima justificación de la histeria ecologista
El planteamiento anterior es totalmente falso y no está amparado en ningún conocimiento científico.
Bueno, durante varias décadas si que ha sido aceptada una hipótesis para estimar el efecto de la exposición a bajas dosis de radiación, que se denomina modelo lineal sin umbral (LNT, son sus siglas en inglés).
La incidencia de esta hipótesis en el debate ha sido sobrevalorar enormemente el efecto sobre los organismos vivos (hombres incluidos) de las bajas dosis de radiación (por ejemplo, de las centrales nucleares, almacenes de residuos …), pero en los pasados años está quedando seriamente cuestionada, como expondré al final de este artículo.
“La exposición de los seres humanos … a la radiación … natural constituye un rasgo ineludible de la vida en la Tierra” (NNUU)
Esta rotunda y acertada afirmación aparece reiteradamente en los documentos del Comité Científico de Naciones Unidas para el Estudio de los Efectos de la Radiaciones Atómicas (UNSCEAR), que fue creado en 1955.
La misión de este Comité es estimar mundialmente niveles y efectos de exposición a radiación ionizante, e informar de ellos. Los informes del Comité se usan como base científica para evaluar los riesgos de la radiación y para establecer medidas de protección radiológica.
Entre otras publicaciones, aquel tipo de declaración aparece en el UNSCEAR 2008 Report. Sources and Effects of Ionizing Radiation, Vol. 1, Página 223, Annex B, párrafo 1.
En la página 18 de aquel mismo informe de 2008 (párrafo 80), el Comité amplía aquella afirmación:
“Todas las especies [animales y vegetales] que están presentes en la Tierra [desde hace miles y millones de años] han existido y evolucionado en ambientes en los que han estado expuestos a radiación ionizante de fondo natural”, que en inglés se dice natural background ionizing radiation.
¿Qué es la radiación de fondo natural?
La que procede de fuentes naturales, sin intervención alguna de los hombres, que viene existiendo en la Tierra desde hace millones de años.
Comprende cuatro categorías principales que, en orden decreciente de importancia, son las siguientes:
1) Gases naturales inhalados por el hombre, procedentes de rocas y minerales terrestres: gases radón, torio, etc. El gas radón, por ejemplo, es –en palabras del Instituto Nacional del Cáncer de EE.UU.- “un gas radiactivo que se libera por la desintegración normal de los elementos químicos uranio, torio y radio de las rocas y el suelo. Es un gas invisible e inodoro que se filtra a través del suelo y se difunde en el aire … El radón está presente en casi todo el aire, por lo tanto, todas las personas inhalan radón cada día, en general a muy bajos niveles. El radón puede entrar en las casas [unifamiliares] a través de grietas en el suelo, en las paredes o en los sótanos y puede acumularse en el interior”.
2) Radiación procedente directamente de minerales de la corteza terrestre, tales como rocas (granito, mármoles …); la arcilla de los ladrillos, tejas y baldosas cerámicas; los cementos y yesos; las pizarras de los tejados; minerales que están dispersos en el suelo formando la tierra superficial, etc.
3) Rayos cósmicos, procedentes del espacio exterior (lejanísimas explosiones de supernovas), del Sol, etc. El campo magnético de la Tierra también influye en la dosis de la radiación cósmica que recibimos.
4) Radiación natural contenida en los alimentos y bebidas consumidos por las personas, radiación que no procede de la intervención humana. Por ejemplo, entre otros muchos, las habas, plátanos, zanahorias, patatas y crustáceos (mejillones, etc.). El agua también contiene una cierta radiactividad natural.
La radiación natural según el portal Radiation Dosimetry
El portal Radiation Dosimetry lo explica de este modo:
“La radiación nos rodea. En, alrededor y sobre el mundo en que vivimos. Es una fuerza de energía natural que está en torno a nosotros. Es una parte de nuestro mundo natural que ha estado aquí desde el nacimiento de nuestro planeta. Todas las criaturas vivientes, desde el principio de los tiempos, han estado y siguen estando expuestas a la radiación ionizante”.
Y este portal añade que “La radiación ionizante se genera a través de reacciones nucleares, desintegración nuclear [de algunas rocas de la corteza terrestre], por temperaturas muy altas [como las del Sol y otras estrellas] o por aceleración de partículas cargadas en campos electromagnéticos” [como los rayos cósmicos al atravesar el campo magnético terrestre].
Como el uranio es uno de los elementos químicos radiactivos que está presente de forma bastante generalizada –pero en bajas densidades- en la corteza terrestre (aunque sólo unos cuantos yacimientos presentan interés comercial), veamos lo que dice la enciclopedia Wikipedia:
“En la naturaleza [el uranio] se presenta en muy bajas concentraciones (unas pocas partes por millón o ppm) en rocas, tierras, agua y en los seres vivos. Para su uso el uranio debe ser extraído y concentrado a partir de minerales que lo contienen”.
La web de una ingeniería estadounidense añade que “Se conocen cientos de minerales que contienen uranio [naturalmente, radiactivo] …”
La radiación de fondo natural supone el 80% de toda la recibida por los humanos
Frente a la falsaria pretensión que subyace al ecologismo de que casi toda la radiación que incide sobre los humanos procede de las centrales nucleares y, en general, de las actividades humanas (mineras, industriales …), el Comité de Naciones Unidas UNSCEAR ha estimado que para el conjunto de los humanos el 80% de la radiación que reciben procede, en realidad, de fuentes naturales, esto es, del medio ambiente.
El siguiente cuadro sintetiza la procedencia de todas las fuentes posibles de radiación para los humanos.
Fuente: Elaboración propia.
Datos: Sources and Effects of Ionizing Radiation. UNSCEAR 2008 Report. Vol. 1
Table 12 (Page 339). Figure XXXVI (Page 404)
https://www.unscear.org/docs/publications/2008/UNSCEAR_2008_Report_Vol.I.pdf
Únicamente el 20% restante, de la radiación total, corresponde a radiación generada por actividades humanas. Pero, casi toda esta radiación (el 99%) se origina específicamente en los usos médicos que se hace de la radiación, como rayos X para diagnósticos, tratamientos de radioterapia, etc.
Cabe, por tanto, preguntarse, ¿dónde aparece en este cuadro la radiación procedente de las centrales nucleares, de la minería del uranio, del almacenamiento de los residuos nucleares, etc.?
Es muy sencillo, esa supuesta amenaza existencial para la Humanidad supone sólo una parte de aquel 0,03% que aparece bajo la denominación residual de “Otras fuentes artificiales”.
En consecuencia, como sucede casi siempre con las teorías ecologistas, resulta que “el Rey está desnudo”, desnudo de toda verdad y de toda credibilidad.
Una vez más, se comprueba que el ecologismo carece absolutamente de fundamento científico y de toda honestidad intelectual, es pura ideología para engañar, manipular y dominar a las sociedades occidentales.
… pero se están construyendo 54 nuevas centrales nucleares
En el mundo, actualmente (2019) hay 443 reactores nucleares operativos. Plantas de generación eléctrica que están presentes en 30 países (de todos los continentes, menos en Australia-Oceanía), entre ellos en 7 países de los 10 más poblados, concretamente en China, India, EE.UU., Pakistán, Brasil, Rusia y México, así como en buena parte de los países europeos.
Por cierto, resulta esperanzador –aunque ampliamente desconocido, por la ocultación de los medios-, que en el año 2019 hubiera 54 centrales nucleares en construcción. Eso sí, como viene sucediendo, los países de Europa occidental y central (la UE más el Reino Unido) han seguido practicando el suicidio económico; tan sólo les corresponde 6 de aquellas 54 centrales en construcción. Al mismo tiempo, son los países asiáticos los que ocupan claramente la delantera, con 34 de aquellas 54 en construcción.
La radiación interna de los humanos
Como los alimentos y bebidas que ingerimos los humanos comportan radiación, nuestro propio cuerpo contiene también radiación, a la que se denomina “interna”. Esto es, nuestro cuerpo también es radiactivo aunque, lógicamente, a un nivel muy reducido. Quien tenga dudas de ello, que acerque a su cuerpo un contador Gieger.
Lo mismo sucede con los demás animales y con las formas de vida vegetales, que adquieren la radiactividad de los minerales y rocas presentes en el suelo.
Por lo tanto, todas las formas de vida que hay en el planeta Tierra contienen radiactividad. Al haber convivido con ella desde hace millones de años están más que adaptadas a ella y pequeños incrementos en esa radioactividad no les afecta en absoluto.
Con la radioactividad sucede como con otros tantos factores perjudiciales para la vida: lo que es decisivo es su magnitud, la dosis que se recibe de ellos. Pero los ecologistas pretenden que el más mínimo nivel de radiación procedente de una central o de un depósito nuclear es razón suficiente para cerrarlo.
A esta locura la llaman también “principio de precaución”, tergiversando su verdadero significado, original. En este punto, es preciso resaltar que la nociva burocracia de la Comisión Europea emplea todos los días el concepto manipulado de la precaución, para todo tipo de asuntos, lo que da idea de su total sumisión a las tergiversaciones ecologistas.
La radiación de fuentes artificiales
Conviene recordar lo que añade aquel informe del Comité UNSCEAR (pág. 18, párrafo 80):
“Recientemente, los organismos [vivos de la Tierra] también están quedando expuestos a radiación de fuentes artificiales [esto es, de origen humano], tales como la lluvia radioactiva de las pruebas nucleares efectuadas en la atmósfera [que no están permitidas desde el Tratado de 1963] … y los escapes accidentales de material radioactivo” [como en Chernóbil (URSS) en 1986, Fukushima (Japón) en 2011 y en muy pocos otros casos].
Aunque en este párrafo no lo menciona el Comité UNSCEAR, la más intensa radiación artificial que soportamos los humanos -con gran diferencia-, es la procedente de los usos médicos de la radiación.
En palabras del español Consejo de Seguridad Nuclear (CSN): “Los rayos X y los materiales radiactivos se utilizan para el diagnóstico de enfermedades [y para su curación] son, con diferencia, la mayor fuente de exposición a las radiaciones artificiales a que están sometidos los miembros del público” [en general, a diferencia, por ejemplo, de los empleados de centrales nucleares o los mineros del uranio, etc.]
De acuerdo con los cálculos del Comité UNSCEAR de Naciones Unidas mencionado arriba, el 99,8% de todas las radiaciones artificiales recibidas por los humanos proceden del uso médico de la radiación.
Sólo el 0,17% proviene de “otras fuentes artificiales”. Una sola de todas aquellas “otras fuentes artificiales”, es la radiación sobre los humanos procedente de las centrales nucleares, de la minería de minerales radiactivos y del almacenamiento de residuos radiactivos.
La radiación de fondo natural no supone ninguna amenaza para la vida humana ni para la de otros animales
En contra de la insinuación subyacente del ecologismo -¡Cualquier nivel de radiación es perjudicial!-, lo ya visto nos hace confiar en, exactamente, lo contrario.
Si todos los humanos y todos los demás animales y todas las plantas del planeta han logrado vivir, desarrollarse y prosperar a lo largo de millones de años en que han recibido la radiación de fondo natural, es evidente que este nivel de radiación no perjudica ni a la vida animal ni a la de las plantas.
La esperanza de vida de los humanos, no ha hecho más que alargarse, -a pesar de la omnipresente radiación natural, ¿cómo puede alguien afirmar seriamente que “cualquier nivel de radiación es peligrosa”?
No sólo es eso, sino que –como expuse en mi artículo sobre Chernóbil-, “La zona de exclusión de 30 km de radio [en torno a la central de Chernóbil] … Libre de interferencia humana … se ha convertido en un exuberante hábitat natural, donde –podría añadirse- no se encuentran por ninguna parte los ciervos con dos cabezas ni los lobos con cinco patas que se pronosticaron en su día. Invenciones ecologistas éstas sin fundamento, como se ha comprobado”.
Grandes errores en el cálculo del riesgo de cáncer por bajas dosis de radiación. La hipótesis LNT
Como hemos visto, todos estamos rodeados –desde siempre- de bajas dosis de radiación natural. La experiencia diaria y la histórica nos dicen que esto no presenta ningún problema serio ni sistemático.
Pero, no obstante, en los años 50 se adoptó una hipótesis contraria a esa conclusión, que ha perdurado hasta nuestros días y que ha proporcionado un arsenal intelectual en favor del alarmismo ecologista.
Antes de proseguir en esta complicada –y decisiva- cuestión, quiero señalar que en mi muy breve y seguramente imperfecta síntesis me basaré en dos artículos, publicados conjuntamente en 2020, bajo el título común de “Reevaluando las condiciones de seguridad de las radiaciones” (Reassessing radiation safety). Artículos en los se citan numerosos trabajos de otros investigadores.
Edward Calabrese, de 74 años, es catedrático de Toxicología de la estadounidense University of Massachusetts, habiendo publicado más de 900 artículos en revistas profesionales. Mikko Paunio, de 60 años, es profesor adjunto de Epidemiología en la Universidad de Helsinki (Finlandia).
Cuando, durante los años 50, estaba desarrollándose la industria nuclear con fines civiles (la producción de electricidad) la comunidad científica del momento dio por buena la hipótesis denominada modelo lineal sin umbral: LNT, linear no-threshold hypothesys.
Lo primero que esa hipótesis vino a establecer era que, por pequeña que fuese una radiación, ésta producía un efecto perjudicial sobre el estado de salud de las personas, aunque fuese de escasa magnitud. Además, ese impacto negativo sería acumulativo en el tiempo. Aquella suposición, lo cambió todo.
Dicho de otro modo, la hipótesis LNT asentó la convicción de que, a diferencia de lo que se conoce sobre otros factores negativos para la salud, la radiación carece de un umbral mínimo, por debajo del cual no produce efecto negativo alguno, ni grande ni pequeño ni pequeñísimo.
Representación gráfica de ambas hipótesis en disputa
En términos de la representación en un eje de coordenadas (ver el siguiente gráfico), la hipótesis LNT se plasmó en una línea recta (esto es, una relación lineal) que partía de la intersección de los dos ejes. Dicha hipótesis implicaba que cualquier dosis de radiación suponía un riesgo real de daño para la salud humana, medido en el eje vertical (de ordenadas).
Representación de la hipótesis LNT y del comportamiento real, con un umbral mínimo
Llamo la atención al hecho de que el eje horizontal (referido a las dosis) está expresado mediante una escala logarítmica.
La hipótesis que, en la actualidad, propugnan diversos investigadores, es que sí que existe un umbral, por debajo del cual la radiación no supone daño alguno para los humanos.
Por ejemplo, la radiación natural de fondo (Earth background) se encontraría plenamente dentro de dicho umbral e, incluso, hasta la dosis –aproximadamente- de valor 15 (en el eje horizontal) no habría consecuencias perjudiciales para los humanos.
Para quienes pudieran haber olvidado el devenir normal de la investigación científica y hayan asumido las tergiversaciones ecologistas, el que haya dos grupos de investigadores debatiendo –incluso acaloradamente- sus respectivas hipótesis, no tiene nada de anormal.
Lo que resulta anticientífico y sumamente contraproducente es la obcecación ecologista en imponer “versiones de consenso” –siempre las suyas-, al tiempo que intentan desprestigiar y hundir las carreras profesionales de los científicos que cuestionen los dogmas del ecologismo.
Reconocer el carácter inocuo de las bajas dosis de radiación
Si las bajas dosis de radiación (sea natural, o artificial –como las procedentes de la centrales-) carecen de efectos nocivos para la salud, entonces no es necesario que los organismos internacionales y nacionales de seguridad nuclear mantengan los estrictos y exigentes protocolos que se fueron fijando en los años 60 y 70, con el propósito de prevenir y contener incluso los más bajos niveles de radiación proveniente de las centrales nucleares.
La supresión de reglamentaciones innecesarias acarrearía un abaratamiento de la electricidad de origen nuclear, sin merma en la seguridad. Que les pregunten a los millones de ciudadanos de países occidentales que están cayendo en la pobreza energética (viviendo fríos en sus viviendas durante los inviernos), por el encarecimiento que siempre provocan las energías renovables, si querrían unas facturas eléctricas más accesibles.
Quien se sienta atraído por el engañoso argumento de “cuanta menos radiación, mejor”, ha de plantearse que este tipo de “precaución sin límites” no sale gratis a las sociedades. Son cientos y miles de millones de dólares por año el coste de aplicar reglamentaciones preventivas que, en realidad, se refieren a amenazas prácticamente inexistentes: las relativas a dosis muy bajas.
Según la misma lógica y tomando un ejemplo del amplio temario del catastrofismo de Hollywood, ¿cuántos miles de millones deberíamos gastar cada año para –intentar- prevenir la amenaza de un posible impacto contra la Tierra de un gran asteroide, que podría producirse solo dentro de 80, 1.000 o 40.000 años?
¿Cuándo aprenderán que la única manera de disfrutar de un riesgo cero en todos los campos es “habitar” en un cementerio? La vida es una actividad de riesgo, como siempre lo ha sido; lo demás, son ensoñaciones y manipulaciones.
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El gas natural y la energía nuclear aceptada por la Comisión Europea. Histórica derrota del ecologismo. 7 de febrero de 2022.
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