Ayer, 18 de diciembre, la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes sacó adelante en el pleno la decisión de recusar (o destituir) al Presidente Donald Trump. Ni un solo congresista republicano votó con ellos y cuatro demócratas se apartaron de la posición oficial de su partido. La votación fue 230 a 197, y una abstención (votó diciendo “present”). Existen cuatro escaños vacantes.
Esta votación es una clara muestra de que todo este asunto es estrictamente una operación partidista, de un Partido Demócrata radicalizado y sectario, que reclama destituir a un presidente porque no les gusta, no porque haya cometido “graves delitos” (high crimes), como exige la normativa vigente para el impeachment.
El país no está inquieto sino muy dividido y muchos indignados con la trama
Si esto fuese un proceso correcto de impeachment, el país estaría en estos momentos sobrecogido, con el alma en vilo (que decimos en España). Pero no es ese el estado de ánimo vigente hoy en EE.UU., porque la mitad del país sabe de sobra que este proceso es una mera farsa partidista. Los demócratas han desvirtuado el instrumento del impeachment.
La extremista izquierda estadounidense actual mostró a las claras su verdadera catadura, nada democrática, no ya pidiendo sino exigiendo la destitución (impeachment) de Trump incluso antes de que hubiera tomado posesión. Hay que recordar que un presidente sólo puede ser recusado (impeached) por lo que haga en su condición de presidente, no por lo que hubiera hecho antes y, menos aún, por lo que se presuma que vaya a hacer en el futuro.
Los demócratas no han querido en ningún momento aplicar correctamente la ley, sino que organizaron una cacería política desde finales de 2016, porque no les gusta el Presidente Trump.
La mitad del país conoce perfectamente esa realidad y, como no se han presentado pruebas de “graves delitos” del presidente, esas decenas de millones de ciudadanos han mantenido en todo momento su apoyo a Donald Trump, hasta hoy mismo. Y sus congresistas y senadores han hecho y van a hacer lo mismo, manteniendo una sólida barrera para frenar la conspiración de la izquierda.
Esta es la razón de fondo de que la destitución de Trump haya estado condenada al fracaso, desde el comienzo, como expresé en mi artículo del pasado noviembre.
La operación difícilmente podía haber triunfado
Esos amplísimos sectores ciudadanos están indignados de que el Partido Demócrata esté intentando –desde antes de su toma de posesión- la destitución de Donald Trump, el candidato al que ellos, legítimamente, eligieron en noviembre de 2016.
Están indignados de que las élites progresistas de Nueva York, San Francisco, Los Angeles, etc. considere que los votantes de Trump son unos “deplorables” (como les llamó la corrupta candidata Hillary Clinton). Esto es, que son personas “rurales”, indignas y atrasadas, que apenas cuentan con títulos universitarios y que –para más oprobio- son mayoritariamente de raza blanca.
El supuestamente moderado Barack Obama, añadió una perla propia a todo lo anterior. Afirmó que dichos [millones de] personas “se aferran a la religión y a las armas”, como quien dice que alguien se esconde en las drogas y en la prostitución, dando a entender que sus votos no merecen poder elegir a un presidente.
Con mucha razón, aquellos millones de ciudadanos se sienten despreciados, insultados y agredidos por los listillos progres de las grandes ciudades. Las masas cosmopolitas que han decidido desprenderse de gran parte de sus tradiciones y valores históricos y sustituirlos por la corrección política, la ideología de género, el feminismo radical, etc. como sus creencias supremas. ¡Así está el patio!
Esto está siendo algo muy parecido a lo que ha sucedido en Reino Unido en torno al Brexit (ver ahí mi artículo), pero aquí los paletos han vencido a las élites progres, en este caso partidarias de permanecer –a toda costa, por cualquier medio- en la Unión Europea.
En definitiva, el país no está exactamente sobrecogido por el primer paso para la destitución de un presidente delincuente, sino exasperado de que la otra mitad del país esté repitiendo maniobras deshonestas para destituir a su presidente.
Ni echarán a Trump ni sacarán provecho electoral para 2020
Hoy por hoy, las posibilidades de que el Senado siga (a comienzos del próximo año) el camino de la Cámara de Representantes y ratifique el impeachment a Trump es del 0%.
En el Senado se requiere para el impeachment el voto de al menos las 2/3 partes, esto es de 66 senadores. Pero la izquierda sólo cuenta con 47 pero, como mucho –si acaso- conseguirá uno o dos. Su derrota será por un amplio margen.
A día de hoy no se conoce que ninguno de los senadores republicanos haya anunciado que votará junto a los demócratas. Ni si quiera aquellos que no se presentarán a la reelección en 2020 y que, por tanto, no tienen por qué temer la reacción del Presidente Trump, sino que tienen las manos libres.
Aunque en los diez meses que restan hasta las presidenciales del 3 de noviembre aún pueden producirse novedades, a día de hoy todo parece indicar que esta operación ilegítima del Partido Demócrata ha reducido sus posibilidades para las presidenciales.
Primero, porque este ataque a las personas conservadoras ha reforzado su determinación de votar y apoyar al candidato Donald Trump. Su equipo de campaña no deja de recibir nuevos donativos y otras muestras de apoyo.
En segundo lugar, la mayoría de las encuestas dan a entender que los ciudadanos independientes -ni fervientemente progresistas ni conservadores-, no han creído que hubiera graves delitos que justificasen el montaje que ha hecho la izquierda. La izquierda apenas ha ganado su apoyo y, posiblemente, hayan perdido el de muchos de ellos.
Actualmente, las posibilidades de reelección de Donald Trump son muy considerables. Pero, a 10 meses, no hay nada definitivo.
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