El impeachment contra Trump perjudicará al demócrata Joe Biden (aquí con su hijo Hunter)
Versión 1.0.- A las pocas semanas de la victoria electoral de Donald Trump el 8 de noviembre de 2016, se puso en marcha la versión 1.0 de un complot de la izquierda para echarle de la Casa Blanca, cuanto antes, tras su juramento. Entonces, se aseguraba que Trump había colaborado con Rusia para interferir en la elección presidencial.
A fines de marzo de 2019, el informe final del fiscal especial Robert Mueller, vino a exonerar al Presidente Trump de prácticamente todas esas calumnias. Estas mentiras obstaculizaron ilegítimamente la presidencia durante casi dos años.
Se proponen recuperar ilegitimamente el control del Tribunal Supremo
Versión 1.1.- A comienzos octubre de 2018, el juez federal conservador Brett Kavannaugh se incorpora al Tribunal Supremo de EE.UU., creando una clara mayoría de derecha por primera vez en varias décadas: 5 a 4. La izquierda organizó una detestable campaña de difamación, acusándole -¡como no!- de agresión sexual cometida en ¡1982!, cuando eran universitarios.
La supuesta acosada, la Sra. Christine Ford, o bien es una enferma mental, una delincuente, o ambas cosas a la vez, ya que nadie de sus antiguos colegas y amigas ratificaron sus palabras.
Bien, pues la mayoría de los actuales precandidatos demócratas a las presidenciales de noviembre de 2020, exigen poner en marcha el impeachment del magistrado Kavannaugh, y así echar atrás la mayoría de derecha en el Supremo.
intentan derribar también el Fiscal General (Ministro de Justicia)
Versión 1.2.- En abril de 2019, al darse a conocer el informe final del fiscal especial Robert Mueller -en gran medida exculpatorio de Trump-, la izquierda lanzó una tercera maniobra de difamación contra el Secretario (ministro) de Justicia, William Barr, por no haber hecho público la integridad del informe.
Todo el mundo sabe que las leyes de EE.UU. prohíben que se hagan públicos los párrafos referidos a un gran jurado, a operaciones policiales en marcha, etc. Pero el Partido Demócrata ha venido reclamando el impeachment de William Barr … por cumplir la ley y entregar aquel informe con tachaduras.
La única política actual de la izquierda: acoso y derribo
Ahora, desde finales de septiembre, la izquierda ha puesto en marcha una nueva etapa en lo que está siendo su única actuación desde las elecciones del 8 de noviembre de 2016: impedir cualquier iniciativa del nuevo presidente y -sobre todo- organizar confabulaciones para destituir a Donald Trump, con o sin motivos serios.
¿Acaso Donald Trump no resultó elegido democrática y legítimamente el 8 de noviembre de 2016?
El caso es que la izquierda no ha aceptado en ningún momento que Trump es un presidente legítimo, aunque carezca de pruebas de su juicio descalificatorio, y está intentándolo todo para echarle abajo, moviéndose a lo largo del límite mismo de la legalidad, transgrediéndola cuando le hace falta.
¿Por qué no han dejado que la Cámara Baja votara la apertura del impeachment contra Trump?
El primer paso dado hacia el proceso de cuestionamiento político de Trump, ha sido ya una artimaña, poco democrática.
La jefe (Speaker) de la Cámara Baja, la congresista demócrata Nancy Pelosi, anunció el 24 de septiembre de 2019 que varios comités abrirían investigaciones para determinar si existe causa para recusar (impeach) a Donald Trump.
Pero, ¿qué autoridad tiene ella -ella sola- para poner en marcha el procedimiento para intentar destituir a un presidente elegido democráticamente?
Nunca antes, se había procedido de un modo tan personalista.
Tanto cuando el republicano Richard Nixon (en 1973), como el demócrata Bill Clinton (en octubre de 1998) fueron investigados por el Congreso, la decisión primera la adoptó el pleno de la Cámara Baja: los 435 representantes, no sólo el jefe de esa Cámara.
El inicio de un impeachment siempre había sido bipartidista
Pero la puesta en marcha del impeachment contra Trump va a ser exclusivamente partidista -un asunto tan sólo de la izquierda-, porque apenas hay base para hacerlo: todo está cogido por los pelos, una vez más.
El pleno de la Cámara de Representantes, en octubre de 1973, votó aplastantemente en pro de investigar a Richard Nixon: 410 a 4. Por tanto, ese procedimiento era plenamente bipartidista y contaba con legitimidad para proceder.
La votación del pleno (en octubre de 1998) contra el demócrata Bill Clinton fue mucho menos rotundo, pero todavía bipartidista: 258 a 176. 31 demócratas votaron con los republicanos.
La mayoría simple es de 218 votos.
Si la votación se hubiese realizado estas semanas, apenas dos o tres representantes de la derecha habrían votado con los demócratas: 237 a 195, aproximadamente.
La izquierda ha querido impedir que -dejando votar al Pleno- se visualizara el estricto carácter partidista de la iniciativa para poner en marcha este gravísimo proceso de recusación.
Y, como expresaron los editorialistas del Wall Street Journal (WSJ), “eso [el carácter partidista de la iniciativa] perjudicaría la credibilidad del [proceso de] impeachment ante la opinión pública”.
Repitámoslo, nuevamente: por su trascendencia y excepcionalidad, este procedimiento no debe emplearse nunca por una decisión puramente partidista.
Retrasar en lo posible el pronunciamiento de sus candidatos en la cuerda floja
La Speaker de la Cámara Baja, la señora Nancy Pelosi, también ha querido posponer cuanto pueda el pronunciamiento público e individual -en el Pleno de la Cámara- de los candidatos demócratas que acudirán a la reelección en noviembre de 2020, en distritos que se inclinan hacia Trump.
Nancy Pelosi es consciente de la debilidad de su argumentación en contra de Trump y que podrían tener que abandonar el proceso de recusación en unos pocos meses, haciendo que el Congreso (la Cámara Baja) vote simplemente una crítica a Trump, no su destitución, como forma de salvar la cara.
En todo caso las posibilidades de que Trump sea destituido son muy escasas
Si el impeachment llega a ser votado en la Cámara Baja, casi con toda seguridad saldría vitorioso, en ese paso.
Pero es también imprescindible el refrendo del Senado y por los dos tercios, esto es, 67 votos de los 100 senadores.
Hoy en día, los demócratas únicamente cuentan con 45 senadores y dos considerados independientes seguramente les secundaran. Por tanto, la izquierda sólo alcanzaría 47 votos. Haría falta que, por lo menos, 20 senadores republicanos les apoyase, lo que actualmente resulta enteramente imposible.
Tan sólo el descubrimiento de una inesperada y gravísima falta o traición por parte de Trump conseguiría un vuelco semejante, y la izquierda no ha encontrado nada semejante en casi 3 años.
Por tanto, podemos repetir ahora lo que ya dije en mi artículo de abril de 2019:
¡Adios, impeachment!
Entonces me refería a la ausencia de pruebas referidas a la supuesta colaboración del equipo electoral de Trump con las autoridades de Rusia, y ahora a la debilísima base probatoria en el asunto de Ucrania.
El asunto son las elecciones de 2020
Sería lógico preguntarse, ¿si el resultado final de este proceso está bastante claro, a qué viene todo el actual revuelo en torno a la recusación o impeachment contra Trump?
El caso es que aunque la izquierda perdiera el impeachment contra Trump -que es lo más probable-, se daría por satisfecha si consigue debilitar las posibilidades del actual presidente en las elecciones de noviembre de 2020. Y si, además, lograra mantener su mayoría en la Cámara Baja, que se renueva en su totalidad cada dos años, miel sobre hojuelas (que decimos en España).
Lo que más les interesa a los demócratas es ganar la gran batalla en torno a la opinión pública que han desatado, valiéndose de su predominio en los medios de comunicación y su excepcional habilidad para manipular.
El principal precandidato demócrata Joe Biden saldrá muy perjudicado por este proceso
Es sabido que las actividades en Ucrania de un hijo del exvicepresidente y probable candidato de la izquierda para 2020, Joe Biden, está en el centro del proceso de impeachment.
En una conversación mantenida por Donald Trump el pasado 25 de julio con su homólogo de Ucrania, habría pedido a éste indagar si Joe Biden o su hijo habían cometido alguna irregularidad en sus actividades empresariales o de lobby en Ucrania.
Este es el nuevo supuesto delito del que la izquierda acusa al Presidente Trump y por el que han puesto en marcha el proceso de recusación (impeachment).
La periodista del Wall Street Journal (WSJ) Kimberly Strassel, lo ha sintetizado del siguiente modo: “La semana que comenzó como el gran paso adelante de los demócratas para destruir a Trump, fácilmente podría ser recordada también como la semana en que encalló la candidatura de Joe Biden”.
Nadie conoce las habilidades empresariales en el sector energético del hijo del exvicepresidente Joe Biden. De hecho, nunca había tenido relación con el sector del gas ni con los negocios en Ucrania en general.
Es por tanto pertinente preguntarse: ¿por qué le contrataría una importante empresa gasista ucraniana (Burisma), con unas muy favorables condiciones retributivas (50.000 $ mensuales)? ¿Sería por que su padre, en ese periodo, era Vicepresidente de EE.UU. -bajo Obama-?
El propio Joe Biden no ha negado que, en aquel periodo (2015-2016, siendo Vicepresidente) él intervino para que fuera destituido un fiscal de Ucrania que estaba investigando la actuación de la empresa que había contratado a su hijo.
¿Se parece eso algo a lo que ahora la izquierda acusa a Trump, emplear contactos extranjeros para obtener algún resultado favorable a él o a su familia? Como una gota de agua, a otra gota de agua.
Dos por el precio de uno
Ahora, es inevitable que cada semana aparezcan nuevos datos, algunos comprometedores, sobre lo que el hijo de Joe Biden y él mismo hicieron en Ucrania en torno a 2015-2016. Su desgaste electoral para 2020, puede ser decisivo.
El ala izquierdista del Partido Demócrata puede estar intentando obtener dos premios con la misma maniobra política: destituir a Trump y apartar a Joe Biden de la cabecera de la precampaña para 2020, por considerarle un centrista que no comparte el progresismo extremo al que se han entregado.
Ciertamente, Joe Biden es un político moderado, aunque en las actuales circunstancias esté virando hacia la izquierda, bajo la presión de dicha ala en auge.
La izquierdista senadora por Massachussets Elizabeth Warren sería probablemente la principal beneficiaria de este complot, sustituyendo a Joe Biden como el precandidato con mayor respaldo de los votantes de izquierda.
Ambos partidos corren riesgos
“Ambos partidos corren riesgos que no pueden prever [completamente], empezando por si la opinión pública se volverá contra Trump por sus acciones o en contra de los demócratas por haber ido demasiado lejos” (overreaching).
“Una vez que se pone en marcha un proceso de investigación, pueden surgir hechos inesperados o testigos imprevistos”.
Estas son algunas de las valoraciones generales del periodista Gerald Seib (WSJ).
En caso de que aumentara sensiblemente la oposición de la sociedad hacia Trump, varios de los congresistas republicanos que se presentan a la reelección en noviembre de 2020 podrían retirar su apoyo al presidente y hasta votar en favor de su recusación.
Los políticos demócratas, por su lado, podrían ser rechazados por haber emprendido este proceso/maniobra con tan escasos y débiles motivos. Los ciudadanos disgustados les evitarían en las elecciones presidenciales y generales de 2020.
La decisión de los demócratas eleva considerablemente la inestabilidad política en el país, hará más profunda la división en la sociedad y se corre el peligro de que la parálisis legislativa se haga casi total, perdiéndose 13 meses de posibles acuerdos parciales, aunque fuese en asuntos secundarios.
Primera reacción de la Administración Trump y de los demócratas
El 23 de septiembre se hizo pública la acusación de que el Presidente Trump había solicitado del presidente ucraniano, en una llamada el 25 de julio pasado, que investigara si el exvicepresidente Joe Biden o su hijo habían realizado algún acto ilícito o sospechoso en Ucrania.
Apenas 48 horas más tarde, la Casa Blanca dio a conocer la trascripción (de cinco páginas) de aquella conversación telefónica del 25 de julio. Por otro lado, en ningún momento Donald Trump negó que hubiera abordado esa cuestión en esa conversación. Ambos actos suponen colaboración con la investigación del suceso, no lo contrario.
Tras esas dos actuaciones, ¿cómo puede la izquierda acusar a Trump y a su Administración de “ocultamiento” (cover-up) de los hechos?
La transcripción muestra que Trump, tras felicitarle por su reciente elección y tratar varios asuntos de las relaciones diplomáticas bilaterales, le hizo aquella solicitud a su homólogo de Ucrania.
Pero en ningún momento Trump planteó que esa gestión fuera a condicionar la entrega de varias decenas de millones de dólares de ayuda oficial, que estaban pendientes de entrega en aquel momento.
Los demócratas, una vez que decidieron al día siguiente, el 24 de septiembre, que emprenderían el proceso para la recusación (impeachment) no concedieron relevancia a la transcripción de la conversación e iniciaron -en una alocada carrera- una larga lista de peticiones de documentos a diversos departamentos ministeriales y personas.
Como muestra de su mala fe, los demócratas a menudo exigían la entrega de documentos delicados en sólo 48 horas, sin dejar tiempo a que el funcionario o la persona privada en cuestión pudiera estudiar el asunto con sus abogados. Lo que le preocupa más a la izquierda no es la investigación, sino dar la impresión de que los republicanos la “obstaculizan”, porque “tienen cosas que ocultar”.
La doble vara de medir sobre la petición de ayuda a poderes extranjeros
Los trapos sucios de Joe Biden y de su hijo
I) Ya hemos dicho que el propio exvicepresidente Joe Biden está incurso en este tipo de gestiones con el exterior, gestiones que obtuvieron la destitución de un fiscal ucraniano que estaba investigando a la empresa en la que trabajaba el hijo de Biden, en 2016.
Pero a los muy-puros progresistas nunca se les ha pasado por la cabeza lanzar un proceso de recusación cuando ocupaba el segundo puesto de la cadena de mando del país. Ni ahora admiten que Biden pudiera haber cometido ninguna incorrección.
Como de costumbre, sus muy exigentes normas de comportamiento público sólo son aplicables a sus contrincantes políticos, no a ellos mismos, que son ejemplares-por-definición.
Los demócratas tratan de defender a Biden (y a ellos mismos) aduciendo que el fiscal ucraniano que Joe Biden apartó era corrupto, pero ¿y si el corrupto era Biden o su hijo? Etc. etc.
El Partido Demócrata empleó información de Rusia contra Trump en 2016
II) Por otro lado, todo el complot de la falsa acusación contra Trump por haber colaborado con Rusia para alterar las elecciones de noviembre de 2016 se hizo en base al llamado dossier Steele, que estaba plagado de falsedades. Y ¿quién era el tal Christopher Steele? Un antiguo agente del servicio de inteligencia británico MI6. Un exagente con numerosas conexiones con los servicios de inteligencia de Rusia.
Esto es, aquel dossier contenía información procedente de la inteligencia rusa, para interferir en las elecciones presidenciales de EE.UU. de 2016.
Y, ¿quién había contratado en 2016 (en plena campaña electoral) a una agencia interpuesta (Fusion GPS) para que el exespía británico Steele preparase dicho dossier? Nada más y nada menos que el Comité Nacional del Partido Demócrata, con la intención de echar basura contra el candidato Donald Trump, el contrincante de la candidata Hillary Clinton.
Esto es, el Partido Demócrata contrató la elaboración de unos documentos -en parte con informaciones procedentes de los servicios de inteligencia rusos-, para usarlos en la campaña de 2016, contra Donald Trump. Esto está totalmente probado, pero la izquierda acusó a Trump de connivencia con Rusia, lo que ha quedado oficialmente descartado.
¿Podría hablarse de hipocresía de la izquierda? Ningún demócrata lo ha hecho y pretenden dar lecciones de honestidad.
El delator (whistleblower) para arrancar el impeachment contra Trump
Todo esto de lo que venimos tratando, la puesta en marcha del proceso de impeachment contra Trump, arranca -una vez más- de un obscuro personaje: un delator, a los que en inglés se les denomina whistleblower.
Lo único que, de momento, se sabe sobre este sujeto es que se trata de un agente de la CIA, pero se desconoce su identidad.
En EE.UU., desde hace tiempo, se ha establecido una normativa específica (statute) para facilitar las denuncias contra autoridades, protegiendo al denunciante de las represalias de dichas autoridades.
Hasta ahí, todo está bien. Pero cualquier correcto mecanismo puede ser pervertido, como es el caso ahora.
Nada más y nada menos, que se está poniendo en marcha un procedimiento para destituir al presidente en base exclusivamente a “la acusación … de un delator aún no identificado, sobre lo que dice que escuchó sobre una llamada telefónica del presidente” el 25 de julio pasado; en palabras de los editorialistas del Wall Street Journal.
Seguro que cuando se haga pública la identidad del delator y trasciendan los entresijos de su actuación, los ciudadanos se llevarán una sorpresa. Por eso retrasarán todo lo que puedan desvelar su identidad.
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