La toma de posesión y el discurso de Joe Biden
El discurso de Joe Biden en su inauguración como presidente, el día 20 de enero, fue impecable –en su literalidad- y, podría decirse, que también esperanzador, en principio. Biden se pronunció por la “unificación” del país, por la colaboración entre ambos partidos políticos y en favor de actuar desde la presidencia con “tolerancia y humildad”. Y los medios –casi todos ellos en manos de la izquierda– emprendieron un inmenso coro de alabanzas por la vuelta a la “normalidad” política ...
Ni que decir tiene, que los 74 millones de ciudadanos que votaron a Donald Trump el 3 de noviembre, están viviendo esta transición como la “vuelta a las políticas que rechazaron” en las elecciones de 2016. No tienen nada que celebrar, sino todo lo contrario.
Si el nuevo presidente se pusiera realmente manos a la obra a hacer lo posible por “arreglar” y “curar” el país; en caso de que Joe Biden sometiera –o al menos, adaptase- algunas de las propuestas políticas de “transformación social” de la izquierda al propósito de “unir a los estadounidenses”, desplazándose hacia el centro político; si el nuevo presidente desautorizara claramente no sólo las expresiones agresivas e injuriosas de algunos seguidores de Donald Trump, sino también las de los racistas antiblancos del Black Lives Matter y de los nazis pertenecientes a los grupos Antifa, esto es de la extrema izquierda …
En resumen, si el Presidente Biden tuviera el coraje de tomarse realmente en serio las bellas palabras de su discurso de investidura, podría haber optimismo para el futuro inmediato de EE.UU.
Oleada de órdenes ejecutivas
Una primera muestra de cómo está actuando Joe Biden, nada más tomar posesión. En sus primeros 3 días (20 al 22 de enero), Biden –el democrático- ha emitido 29 órdenes ejecutivas, disposiciones que en España llamaríamos decretos-ley, pero que allí no necesitan ser refrendadas por el Congreso y presentan otras diferencias importantes. Barack Obama emitió 5 en el mismo plazo, y Donald Trump –el déspota– una.
“Dichas órdenes [ejecutivas, de Biden] … se han centrado en áreas tales como el medio ambiente, los trabajadores y los sindicatos, así como en incrementar el papel del Estado en la economía”, explicaba el Wall Street Journal (WSJ) en el artículo citado en el párrafo anterior.
El WSJ continuaba de este modo, acerca de esta avalancha de órdenes: “Algunos congresistas republicanos dicen que estas iniciativas socavan la pretensión de Biden de adoptar un modo bipartidista de legislar y de buscar la unidad nacional, que fue un tema central en su discurso de inauguración”.
Origen de la división política actual
Es difícil determinar cuándo comenzó a producirse el actual ambiente envenenado en la sociedad estadounidense. Ambiente que está llevando a que los ciudadanos se “chillen entre sí” (como denunció Biden, en su discurso), en lugar de hablarse y debatir de un modo civilizado y respetuoso.
No es cierto que haya sido el Presidente Trump quien introdujera ex novo esta mala costumbre y el tono desabrido al expresarse, aunque desde luego contribuyó a su difusión, desde su primer día.
El Presidente Obama favoreció mucho la desunión
Dicha gran división política se había producido ya todo a lo largo de la presidencia de Barack Obama (2009-2016) –a pesar de sus educados modales-, desembocando en la elección de Trump en 2016, aupado por el amplio e intenso rechazo hacia la actuación política de Obama.
Ya a los dos años de la victoria de Barack Obama, en las elecciones legislativas a mitad de mandato (midterm) de noviembre de 2010, se evidenció una fuerte reacción en contra de sus políticas progresistas. Los demócratas perdieron la Cámara Baja y nació el movimiento conservador llamado Tea Party, que colocó en el Congreso a varios de sus miembros –con el entusiasmo de los neófitos-, quienes se integraron totalmente en el Partido Republicano en unos pocos años.
Hablando de razones de la actual división, no hay que olvidar lo que la aguda columnista del Wall Street Journal (WSJ), Kimberley Strassel, afirmó en agosto de 2019: “Con sobrado merecimiento, puede calificarse a Barack Obama como el presidente más progresista de la historia de EE.UU.”. Y su radicalismo de izquierda, provocó una reacción en sentido contrario.
En España, la prensa, incluido el diario de derecha ABC, ofrecieron una imagen muy dulcificada de este personaje, colocando en primerísimo plano sus buenos modales y dejando velado el gran perjuicio de sus políticas progresistas.
La crisis financiera y la guerra de Irak
Tampoco debe olvidarse que la grave crisis financiera internacional, desencadenada medio año antes (verano de 2008) de la toma de posesión de Obama (bajo la presidencia de George Bush hijo), exacerbó la degradación de la convivencia nacional en EE.UU. en los años subsiguientes.
Incluso con anterioridad a aquella crisis financiera, la invasión de Irak ordenada por George Bush en marzo de 2003 (tras los atentados contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001), dio lugar a un debate particularmente áspero en la sociedad estadounidense. A pesar de esta campaña de descrédito, George Bush fue reelegido en noviembre de 2004, año y medio después de la invasión de Irak.
La izquierda ha contribuido considerablemente al deterioro histórico en EE.UU.
El redactor de internacional, Greg Sheridan, del principal diario australiano, The Australian, concluía lo siguiente hace unos días, con respecto al gran empeoramiento histórico que se ha producido en la convivencia nacional en EE.UU.:
“Por su parte, la izquierda [estadounidense] … ha contribuido sobradamente al veneno que circula en la actualidad por el sistema democrático de EE.UU.”.
Decía esto tras mostrar su total rechazo a la participación de Trump en crear el ambiente para el asalto al Capitolio: “Trump concluye su mandato … en una completa ignominia. Su comportamiento desde que perdió las elecciones en noviembre [de 2020], ha sido mucho peor que cualquier otra cosa que hizo durante su presidencia”.
Probable evolución en los dos próximos años
Hacer pronósticos no es fácil y son altas las probabilidades de que uno se columpie. Pero puede ser útil intentarlo.
Los aberrantes sucesos del asalto al Capitolio el día 6 de enero, por parte de unos cientos de seguidores de Donald Trump, probablemente esté obscureciendo cual es realmente el punto de partida político en el que nos encontramos.
Tras aquellos bochornos actos del día 6, la izquierda ha iniciado una marcha a paso de carga para tratar de dividir y arrinconar a los conservadores, pero en realidad su victoria electoral de noviembre fue bastante matizada.
En palabras del redactor de internacional del diario The Australian, “el pueblo estadounidense produjo [el pasado 3 de noviembre] unos resultados electorales sofisticados y equilibrados … Votaron claramente para que Trump perdiera la presidencia”.
“Pero no votaron [tanto] a los demócratas para la Cámara Baja del Congreso [donde perdieron escaños, estrechándose su anterior mayoría], ni para el Senado”, donde cada partido ha obtenido 50 escaños, aunque la Vicepresidenta Kamala Harris cuenta con un voto de calidad. Tampoco logró el Partido Demócrata un gran apoyo “en las elecciones a los Congresos de cada estado [que disponen de amplias competencias en sus territorios], donde también perdieron posiciones”, en favor de los republicanos.
Lo anterior significa, como dice Greg Sheridan, que varios “millones de estadounidenses votaron a Biden para la presidencia, pero a los republicanos para las dos cámaras del Congreso [nacional]”.
Posible pérdida de alguna Cámara en las elecciones de 2022
Tradicionalmente, el partido del presidente recién elegido, pierde posiciones en el Congreso a los dos años, ya sea en una o en las dos cámaras. Si los republicanos saben ir sustituyendo a Trump como su líder (y éste no obstaculiza mucho la transición) y si son capaces de ofrecer políticas convincentes frente a las que adopte Joe Biden desde la Casa Blanca, podrían hacerse con el control del Senado en 2022.
En ese caso, Biden tendría muchas dificultades en sacar adelante sus proyectos legislativos –en sus versiones extremistas- a partir de 2023. Para seguir gobernando –haciendo que el Congreso aprobase leyes-, tendría que desplazarse hacia el centro, buscando acuerdos con los republicanos.
Si a este riesgo a dos años vista, se suma el empuje que ha estado teniendo estos pasados años el ala izquierdista del Partido Demócrata (el senador Bernie Sanders, etc.), resulta muy probable que el Presidente Biden vaya a imprimir mucha prisa en sacar adelante en el Capitolio sus políticas en estos dos próximos años, lo que sería un comportamiento bastante normal.
Lo que resultaría preocupante, es que Biden adopte las versiones radicales de las respectivas leyes, para mantener el apoyo del ala izquierda y evitar así una mayor división interna en el Partido Demócrata.
Medidas radicales del Presidente Biden provocaría una reacción conservadora
El -probable- empuje progresista en “transformar la sociedad” (con medidas en favor de la ideología de género, el aborto, contra la libertad religiosa, la transición energética, etc.) –como hizo el Presidente Obama- posiblemente ocasionaría un claro repunte electoral republicano en 2022, logrando el control de una o de las dos cámaras legislativas.
Sólo si Donald Trump, quien sigue contando con el respaldo de millones de votantes –aunque en claro retroceso-, dificulta mucho el cambio de liderazgo en el Partido Republicano en estos dos años, podrían los demócratas retener e incluso ampliar su actual presencia (muy ajustada) en ambas cámaras del Congreso.
La economía incidirá positivamente para los demócratas en 2022
En el ámbito de la economía nacional –que casi siempre juega un destacado papel en las elecciones-, de cara a 2022 muy probablemente actuará en favor del Presidente Biden.
EE.UU. comenzó su campaña general de vacunación contra el Covid-19 a mediados de este pasado mes de diciembre, siendo el primero de los grandes países occidentales. Además, EE.UU. cuenta ya con dos de los fabricantes de estas vacunas (Pfizer y Moderna) y en los próximos meses se aprobarán las de otros laboratorios, quizás las de Johnson & Johnson o Novavax, aunque Merck acaba de abandonar el desarrollo de su vacuna, por los malos resultados obtenidos en las pruebas preclínicas.
En definitiva, muy probablemente EE.UU. vaya a lograr vencer, básicamente, la pandemia durante este próximo verano. Con ello, ya en el verano irán desapareciendo las medidas de confinamiento y distanciamiento que están dificultando mucho la actividad económica. Desde el verano de 2021 la economía estará experimentando un auge, que resultará en un crecimiento económico del 3,5% al 4% en el conjunto del año 2021, lo que creará un indudable optimismo.
Probablemente, esa recuperación se prolongará –con más o menos intensidad- a lo largo de 2022, llegando a las elecciones de noviembre en un ambiente de relativa satisfacción laboral. El nuevo macro-paquete de ayudas federales que, finalmente, se aprobará en estos próximos meses, contribuirá al optimismo general, durante algún tiempo.
A lo largo de 2023 y 2024 se irá enfriando el optimismo económico
Por el contrario, será en 2023 y 2024 cuando la economía, probablemente, empiece a resentirse por el creciente intervencionismo que la Administración Biden está empezando ya a aplicar sobre el sector privado, como hizo Barack Obama, para forzar el abandono del petróleo y del gas natural, etc.
Las expectativas positivas de mediados de 2021 y 2022 irán dejando paso a un cierto desánimo, particularmente entre los trabajadores con ingresos más bajos; el desempleo entre este colectivo dejará de contraerse, permaneciendo por encima de las positivas cifras de le era Trump. Los trabajadores negros e hispanos –en general proclives a los demócratas- serán los más afectados.
Para noviembre de 2024, el ambiente económico posiblemente será menos positivo que en 2022, aunque todavía está muy lejos para tener ninguna certeza.
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