Los demócratas ya han cosechado fracasos en estas elecciones
Como se venía anticipando desde hace semanas, anoche, 48 horas después de la jornada electoral del 3 de noviembre, todavía no se sabía cuál de los dos candidatos había ganado la presidencia para los próximos cuatro años: bien el Presidente Trump (de 74 años de edad) o el que fuera vicepresidente bajo Obama, Joe Biden, a punto de cumplir 78 años. (En los anteriores enlaces expongo mi visión de ambas candidaturas)
A consecuencia de la pandemia del Covid-19, ha habido un gran número de votos por correo y, además, varios estados han modificado su legislación electoral en estos últimos meses.
En EE.UU. son los estados los únicos que organizan las elecciones presidenciales y para el Congreso nacional de Washington. La Administración federal carece de casi todas las competencias en este terreno. Esto es consecuencia del llamado federalismo del sistema político de Estados Unidos.
Pero hay ya algo, importante, que está meridianamente claro a estas horas sobre estas elecciones: el sonoro fallo de las desmesuradas expectativas de avance electoral en las que creían los demócratas, que las grandes empresas demoscópicas venían “confirmando” (esto es, cocinando) y que los predominantes medios progresistas han pregonado a los cuatro vientos como si fuese una evidencia. Pues, todos ellos se han equivocado.
No es ésta la primera vez que les sucede; ya en las elecciones presidenciales de 2016 los políticos progresistas, la gran mayoría de las sociedades demoscópicas y de los medios creyeron también que Hillary Clinton tenía ganada la batalla frente al outsider Donald Trump.
Los votantes conservadores no se han dejado manipular
Ahora bien, quienes no se han dejado engañar, ni anteayer ni hace cuatro años, han sido varias decenas de millones de votantes conservadores y centristas. Sabían lo que querían y no se han dejado embaucar por los medios, ni por los autores de las encuestas, que forman parte del entramado de poder progresista.
Extrapolado hacia el futuro, lo anterior significa que aunque fuese Joe Biden quien acabe logrando la victoria, habrá sido por una diferencia mínima y, además, tendrá enfrente a un electorado conservador movilizado y motivado –consciente de su fuerza- que va a ir examinando con lupa cada paso que diera Biden en aplicación de su programa radical. (Ver , en el enlace anterior, mi artículo de hace una semana)
Lo que ambicionaban los demócratas
Con la soberbia que les caracteriza, lo habían dicho por activa y por pasiva. Tal parece que se habían creído sus propias mentiras demoscópicas sobre el apoyo del electorado y la supuesta inevitabilidad de su triunfo.
1) Conseguir la presidencia para Joe Biden, por “goleada”.
2) Lograr mayoría en el Senado, lo que facilita efectuar nombramientos para el sistema judicial federal, suscribir acuerdos internacionales –que deben ser ratificados por el Senado- y sacar adelante todo tipo de legislación de importancia.
3) Ampliar sustancialmente –en unos 20 escaños- la mayoría que vienen ostentando –desde 2018- en la Cámara Baja del Congreso: 232 frente a 197 los republicanos. Por tanto, aspiraban a tener 252 – 177.
Lo anterior puede sintetizarse en el término que han venido manejando, alegremente, en las pasadas semanas: una victoria general landslide, esto es, una victoria aplastante.
Un triunfo de estas características supondría un claro mandato ciudadano para que la nueva administración federal implementase ampliamente su programa electoral … que en este caso es el más extremista en muchas décadas.
Se han frustrado sus tres objetivos
“Los congresistas demócratas se preguntan por qué han salido mal [las elecciones]”, es como titulaba el Washington Post uno de sus artículos de opinión al día siguiente de las elecciones.
Y, para poner lo anterior en contexto, añadía como subtítulo: “Las grandes esperanzas [de los demócratas] se están arruinando con el GOP [Partido Republicano] camino de conservar la mayoría en el Senado, [al tiempo que] logra avances inesperados en la Cámara [de Representantes]”.
No le faltaban motivos al Washington Post para expresar dichas preocupaciones, porque ya puede afirmarse que no van a conseguir ninguno de aquellos tres objetivos: ninguno.
En el caso de que consigan la presidencia, será por la mínima, o sea, nada parecido a la goleada que pronosticaban. El sector conservador de EE.UU. no va a salir desalentado ni desmovilizado de estas elecciones, aunque ganase Joe Biden la presidencia.
Vale la pena señalar que la gran diferencia que las –apañadas- encuestas daban en favor de Joe Biden, 10 puntos, cuando ya están escrutados una gran mayoría del voto popular, Biden está obteniendo tan sólo unos 2 puntos sobre Trump: el 51% (71.036.291 votos) para Biden, frente al 49% (68.029.218) para Trump.
Ni mayoría en el Senado …
Como hemos dicho, ya la noche posterior a las elecciones los propios medios progresistas, como el Washington Post, daban por casi imposible conseguir una mayoría de izquierda en el Senado. Necesitaban lograr cuatro senadores más (si Trump fuese reelegido), pero a falta de adjudicar 5 puestos, los republicanos conservan 48 y los demócratas 47.
[Nota del 11 de noviembre: a esta fecha los republicanos van ganando 50 a 48. En Alaska y en Carolina del Norte han ganado los candidatos republicanos. Sólo quedan por elegir los dos senadores por Georgia, para lo que se volverá a votar el 5 de enero, según la ley estatal. Lo más probable es que la derecha gane los dos puestos, resultando 52 a 48, sólo un escaño por debajo de los actuales]
Seguramente el Senado acabe con un reparto de 52-48 o 51-49. En ambos casos, los republicanos podrían bloquear la mayoría de los proyectos de ley más extremistas y forzar su moderación.
En Alaska, la candidata republicana Dan Sullivan es casi seguro que ganará el escaño, cuando acabe el recuento de los votos por correo. Los demócratas tienen que conservar un puesto de senador en Michigan, mientras que los republicanos están defendiendo tres puestos: dos en Georgia y uno en Carolina del Norte.
La izquierda ha fracasado en su intento de arrebatar el escaño al veterano Lindsay Graham, en Carolina del Sur, en contra de lo que habían anunciado. Lo mismo ha sucedido en el estado de Maine, con la senadora centrista republicana Susan Collins.
Seguramente, la actual mayoría conservadora de 53 a 47 en el Senado quede reducida a 52–48 o 51-49, suficiente para hacer prosperar casi todas las propuestas del Partido Republicano en dicha cámara, frenando lo que proponga la Cámara Baja.
… ni más congresistas en la Cámara Baja
La noche de ayer, día 5, ya estaban adjudicados 398 escaños de los 435 de la Cámara de Representantes. Los demócratas habían conseguido 205, perdiendo 5, al tiempo que los republicanos habían conseguido dichos 5 nuevos puestos, alcanzado 193. Esto es, la izquierda está viendo reducida su mayoría actual en la Cámara Baja, justo lo opuesto a lo que pretendían.
[Nota del 11 nov.: En esta fecha, el resultado provisional es de 218 demócratas frente a 202 republicanos. Lo más seguro, cuando finalice los recuentos, es que la diferencia entre ambos partidos sea de sólo unos 10 escaños. Hasta ahora, ha sido de 35. Aquella estrecha diferencia dificultará la aprobación de proyectos más o menos centristas, cuando la extrema izquierda no los apoye; Biden necesitaría en esos casos ganarse a algunos congresistas republicanos]
La presidencia de Biden podría encallar en el Senado
El principal diario de centro-izquierda, The Washington Post, ya advertía el día después de las elecciones que –según figuraba en el titular de un artículo-: “El Senado podría ser donde acabe encallando la presidencia de Joe Biden“.
Dicho de otro modo, un Senado que siga en manos de la derecha, aunque sea por una corta diferencia de un escaño, 51 a 49, detendría la mayoría de las propuestas más radicales de una Administración Biden, obligándoles a negociarlas y moderarlas o bien renunciar a ellas.
Por otro lado, y pensando hacia el futuro, sería previsible que en las elecciones a mitad de mandato (midterm) de 2022 tuviera lugar una considerable reacción de los votantes conservadores que reforzaría la posición del Partido Republicano en el Senado y podría arrebatar a la izquierda la Cámara de Representantes.
Esto ya sucedió en 2010 –a los dos años de la victoria de Barack Obama- y, como rechazo a las políticas progresistas de Obama llegó a Washington toda una nueva hornada de congresistas del movimiento que se denominó el Tea Party, aunque no constituían realmente un partido político, sino -básicamente- una fervorosa, joven y algo caótica corriente en el interior y en los márgenes del Partido Republicano, el cual se vio renovado y reforzado.
En caso de que llegase a materializarse esa nueva reorientación del Congreso en 2022, el presunto presidente Biden vería aún más cercenada –durante la segunda mitad de su mandato- la capacidad para sacar adelante leyes de calado sin el consenso del Partido Republicano.
El poder judicial ya ha oscilado firmemente hacia el conservadurismo
En EE.UU., como es sabido, la independencia del poder judicial –aunque con imperfecciones- es muy real, no como suele ocurrir en España, por desgracia.
Poder judicial que ostenta una autoridad efectiva, personificada sobre todo en el Tribunal Supremo, que puede suponer un contrapeso verdadero a la presidencia de la república.
Si el candidato Joe Biden se alzara con la victoria, lo que sería muy negativo para el país, se encontraría con un poder judicial que va a estar impulsando -aunque pausadamente- una evolución de la sociedad estadounidense en una dirección netamente conservadora.
Como he explicado estas pasadas semanas, el Presidente Trump ha logrado –apenas el día 26 de octubre- una sólida mayoría conservadora en el Tribunal Supremo, de 6 a 3 magistrados, al haber sido confirmada por el Senado la excelente magistrada conservadora y católica Amy C. Barrett. Hacía casi cien años que no se daba una situación semejante, tras favorable para el progresismo.
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