Amy Barrett al Supremo
Hace un par de días, el Presidente Trump –tras el fallecimiento de la magistrada progresista Ruth Bader Ginsburg, a los 87 años- anunció su propuesta de nombrar a la juez conservadora Amy C. Barrett nueva magistrada del Tribunal Supremo. En caso de prosperar su proposición en el pleno del Senado, como es preceptivo, se formaría una sólida mayoría conservadora en el Alto Tribunal que, al tratarse de puestos vitalicios (y tener los magistrados conservadores edades poco elevadas), podría perdurar varias décadas. La relación de magistrados según corrientes ideológicas pasaría a ser de 6 a 3.
Hace casi un siglo que no se habría dado una situación semejante. Este resultado constituiría, sin lugar a dudas, la herencia política del Presidente Trump más profunda y duradera sobre la sociedad estadounidense.
Y, se de cuenta de ello o no la gente española, los vientos que se imponen en aquel país acaban influyendo de manera intensa en el resto del mundo occidental. Por ejemplo, fue la sentencia Roe v. Wade, de 1973 (hace casi cincuenta años), la que abrió paso a la generalización del llamado “derecho al aborto” en Occidente y en otros varios países del mundo.
Sería factible reequilibrar la organización de la sociedad
A partir de ahora, podría ir sucediendo –poco a poco- algo semejante a aquello, pero de signo inverso, la reversión o un serio recorte de excesos progresistas en multitud de campos: abusos feministas, extralimitaciones logradas por el lobby LGTB, ampliación de la libertad religiosa, reequilibrio de políticas ecologistas desmesuradas, extensión de la libertad económica frente al intervencionismo estatal, recuperación de la libertad de expresión en las universidades ante el ataque de los antisistema (Antifas, etc.) …
Durante su primer mandato de cuatro años, Donald Trump habría nombrado a tantos magistrados del Supremo como los siguientes presidentes en dos mandatos: Bill Clinton, George Bush hijo y Barack Obama.
En caso de lograr su reelección el 3 de noviembre, seguramente tendría la oportunidad de nombrar a un cuarto magistrado, ya que el progresista Stephen Breyer tiene ya 82 años y no ha querido renunciar voluntariamente. Se constituiría una mayoría todavía más longeva. Pero esto depende, además de la victoria de Trump, de que los republicanos mantengan la mayoría en el Senado.
En EE.UU. se denominan justices a los magistrados del Tribunal Supremo (y sólo a ellos) y su presidente recibe el nombre de Chiel Justice.
En qué condiciones llegan al Supremo magistrados centristas
A menudo, los presidentes que han tenido la ocasión de nombrar nuevos magistrados, en algunos periodos de su mandato o mandatos no contaban con el control del Senado por parte de su partido. En casos extremos, como el de Ronald Reagan (1981-1989) y otros, fue el partido adversario el que dominó el Senado durante todo el tiempo. En estas situaciones, los presidentes deben presentar a candidatos al Supremo de carácter centrista, para que obtengan la aprobación de la otra ala política.
Donald Trump ha tenido la fortuna de que durante estos primeros cuatro años ha sido el Partido Republicano (o GOP, el grand old party) el que ha tenido mayoría en el Senado en todo momento. Por tanto, Trump ha podido proponer a candidatos cabalmente conservadores, no centristas. Lo mismo sucede en estos momentos.
Importancia del Tribunal Supremo en la victoria de Trump en 2016
En las decisivas elecciones presidenciales de hace cuatro años Donald Trump ganó la presidencia, en buena medida, por su compromiso de colocar en el Supremo –cuando hubiera vacantes- a magistrados sólidamente conservadores y, específicamente, contrarios al aborto.
Como dije tras aquellas elecciones: “En las encuestas a pie de urna (exit polls) del 8 de noviembre [de 2016], una gran mayoría de los votantes consultados (alrededor del 70%) afirmaron que habían sopesado seriamente este factor a la hora de decidir su voto”.
En EE.UU. el Alto Tribunal juega un relevante papel en cuestiones que los ciudadanos consideran decisivas, como las transformaciones sociales (instrumentalizadas por el izquierdismo), los derechos individuales y la defensa de las libertades.
El candidato Trump tomó un claro compromiso en el asunto del Supremo y, tras llegar a la Casa Blanca, está haciendo todo lo que está a su alcance por cumplirlo. Todo el mundo lo sabe y su base social conservadora, aquella que la candidata demócrata Hillary Clinton (como buena parte de los otros dirigentes demócratas, incluido Obama) consideraba formada por personas “deplorables”, está muy satisfecha con este comportamiento de Donald Trump.
Las muchas decenas de millones de “deplorables” quieren –ahora- más de lo mismo, con independencia de los malos modales e, incluso, de la mala educación de Donald Trump. Estaban hartos del progresismo y de la tiranía de lo políticamente correcto; “no podemos aguantar más”, oíamos decir a muchos estadounidenses en nuestros últimos meses de estancia en el país, tras los dos mandatos del presidente más progresista de la historia: Barack Obama.
Quién es la juez Amy C. Barrett
Tiene 48 años de edad. Está casada y tiene siete hijos, dos de los cuales son de Haití, adoptados. Es una católica consecuente y, por tanto, contraria al aborto, por lo que los necios sectarios de la sección internacional del diario español El Mundo, han cometido la sandez de calificarla de “ultraconservadora” y “ultracatólica”.
La juez Barrett se graduó en derecho por la Universidad Notre Dame (estado de Indiana), que es una de las principales universidades privadas de EE.UU., y uno de los mejores centros universitarios católicos del país. También se graduó en literatura inglesa.
Desde 2002 ha enseñado derecho en aquella universidad, especializándose en derecho constitucional, los tribunales federales y la interpretación de los estatutos de los organismos públicos (cuestión técnica pero muy controvertida políticamente, con muchas implicaciones reales).
Previamente, la juez Barrett había servido de ayudante (law clerk) del destacado magistrado conservador del Tribunal Supremo, Antonin Scalia –fallecido en 2016-, con quien estableció una cierta relación profesional.
La experiencia judicial de Amy C. Barrett es corta, pero intensa y significativa. En 2017 fue nombrada (por Donald Trump) juez del Tribunal de Apelación del Séptimo Circuito, con sede en Chicago, que cubre parte del Midwest. Este tipo de tribunales (de los que hay 12 en el país) ocupan una posición semejante a la de los Tribunales Superiores de Justicia de las comunidades autónomas en España, esto es, constituyen el escalón justo por debajo del Supremo.
La filosofía judicial de la juez Barrett
Su filosofía judicial se sitúa plenamente en lo que allí se denomina originalismo (Originalism), que aquí denominaríamos -más o menos- ortodoxia judicial. Esto es, la juez Barrett considera que la labor de los jueces no es hacer interpretaciones creativas –como practican los progresistas- sobre las “intenciones” de los parlamentarios cuando aprobaron alguna norma; interpretaciones que se apartan de lo que la Constitución y las leyes determinan en su literalidad.
Dicho de otro modo, Amy Barrett se opone decididamente a que los jueces “legislen”, con sentencias que van mucho más allá de lo que fijan las leyes. La aprobación del llamado derecho al aborto, es un buen ejemplo de lo anterior. Los jueces deben aplicar estrictamente las leyes, sin atender tampoco a sus valoraciones personales.
Desde hace décadas, el progresismo estadounidense se ha acostumbrado a forzar a través de los tribunales las medidas de su agenda radical, cuando no cuentan con los votos para hacerlas aprobar en el Capitolio. Institución ésta que debe ser la única responsable de legislar. Una trampa más de la izquierda, que desvirtúa las funciones de las principales instituciones del Estado y el equilibrio que debe haber entre ellas.
La ortodoxia judicial –u originalismo- es la principal y más fuerte corriente del conservadurismo judicial en EE.UU. desde hace décadas, con la que el Presidente Trump coincide plenamente, así como el conjunto de los demás dirigentes republicanos.
La juez Barrett no es sólo la candidata de Donald Trump
En el principal diario español de derecha, ABC, se atisba una interpretación equivocada sobre este asunto. En realidad, ABC casi siempre erra cuando trata sobre el actual presidente de aquel país, Donald Trump. ¿Se atreverán algún día a reconocer la gran aportación de esta presidencia al programa y valores de la derecha internacional?
Se leen en ese diario afirmaciones como la siguiente: “Donald Trump se dispone a ultimar el que será sin duda el legado más duradero de su presidencia: una Corte Suprema a su medida“.
Parcialmente, esto es cierto, pero induce a un serio error si la anterior proposición no va debidamente acompañada de otra declaración no menos cierta, ni menos importante: la candidata Amy Barrett y el Tribunal Supremo que podría formarse en unas pocas semanas representan fielmente al conjunto del Partido Republicano, no sólo a Trump.
Tanto la confirmación del propuesto Neil Gorsuch en 2017, como todavía mucho más la del propuesto Bret Kavanaugh en otoño de 2018, requirieron una durísima batalla política en el Senado. Salvo una o dos, todos los demás senadores de derecha tomaron parte –a fondo- en dichas refriegas. Lo hicieron porque tenían gran confianza en aquellos dos candidatos a magistrados. Lo mismo va a suceder ahora; es impensable que ni uno sólo de los senadores progresistas de su voto a Amy Barrett. El proceso de confirmación volverá a ser muy tenso y desagradable, a causa de la radical intransigencia de los demócratas.
La reacción desesperada e irresponsable del Partido Demócrata: abarrotar el Supremo
Aunque en el pasado no fue así -durante mucho tiempo-, actualmente la izquierda radicalizada de EE.UU. reacciona con una soberbia y sectarismo análogos a los de sus colegas europeos. Como veremos, el progresismo estadounidense apenas acepta perder el poder y se muestra dispuesto a todo tipo de trampas y artimañas, escasamente legales, para recuperar las palancas perdidas en las elecciones.
Desde que perdieron en el proceso de confirmación de Kavanaugh en el otoño de 2018 –y con ello se formó una mayoría conservadora, 5 a 4-, tras haber recurrido a todo tipo de bajezas e infamias, organizando un bochornoso montaje sobre una supuesta agresión sexual del juez propuesto, los progresistas están pergeñando un enredo ilegítimo- para dar la vuelta a la tortilla –como podría decirse-.
Su maniobra consiste en atiborrar o abarrotar el Tribunal Supremo con nuevos magistrados, cuando haya un presidente demócrata, como Joe Biden. En inglés se expresa lo anterior como “packing the Supreme Court”. Para ello, tratan de valerse del hecho de que la Constitución no determina el número de magistrados de este tribunal. Pero desde 1869 –hace más de 150 años-, el Supremo ha estado formado siempre por 9 magistrados.
Lo planean desde principios de 2019
En marzo de 2019 lo explicaba yo del siguiente modo:
“Las fuerzas progresistas quieren ahora cambiar las normas (tras 150 años de vigencia), para hacerse otra vez con el control del Supremo, por la puerta de atrás, si las elecciones de 2020 se lo permiten”.
“Muy elevados personajes de la izquierda judicial … están proponiendo estas semanas que si en 2020 resulta elegido un presidente de izquierda y si obtienen las mayorías parlamentarias necesarias, se aumente el número de magistrados de los habituales 9, a 11”.
“El nuevo presidente demócrata podría sacar adelante el nombramiento de los 2 nuevos magistrados, tomando la izquierda el control del Alto Tribunal para un largo periodo de tiempo”.
Ahora bien, como en las próximas semanas puede formarse una mayoría conservadora de 6 a 3, el progresismo debería aumentar el número de magistrados a 13 o, incluso, a 15. En cualquier caso, necesitarían lograr también el 3 de noviembre una mayoría en el Senado, que los republicanos vienen dirigiendo con 53 senadores frente a 47 demócratas.
Finalmente, limitémonos aquí a recordar que el Partido Demócrata, en los años posteriores a la Gran Depresión, en los años 30 del siglo XX, con Franklin D. Roosevelt como presidente, intentó “abarrotar” el Supremo para alcanzar los 15 miembros y poder hacer avanzar su política del New Deal, pero el Senado no se lo permitió.
Existen muchas posibilidades de que prospere el nombramiento de Amy C. Barrett
Desde hace unos cuantos años tan sólo se requiere una mayoría simple (51) en el Senado para confirmar a nuevos magistrados del Alto Tribunal. En abril de 2017 expliqué este cambio en las normas relativas al filibuster.
Como dije, hoy en día hay 53 senadores republicanos frente a 47 demócratas, de los que dos son independientes, pero siempre votan con la izquierda.
A día de hoy, sólo dos senadoras del GOP han expresado claramente su oposición a que el Senado efectúe a corto plazo la confirmación de la juez Barrett. Se trata de senadoras de carácter más bien centrista, que se encuentran en estados donde predominan los demócratas, Maine (Susan Collins) y Alaska (Lisa Murkowski), que por lo tanto a menudo se distancian de las propuestas de su partido. La votación podría ser 51 a 49.
Además, en caso de que se produjera una votación igualada -50 a 50-, el Vicepresidente (Mike Pence) dispone de un voto de calidad que haría triunfar la confirmación.
Salvo gran sorpresa en el último minuto, la juez Amy Barrett pasará a ocupar un puesto en el Tribunal Supremo antes de la elección presidencial del 3 de noviembre.
Muy seguramente este asunto contribuirá a la reelección de Donald Trump
Están corriendo chorros de tinta sobre el efecto que finalmente tendrá esta sobrevenida cuestión en el resultado electoral del 3 de noviembre. No es nada fácil saberlo con certeza. Sólo cuando se conozcan las encuestas a pie de urna, tras la elección, tendremos la respuesta.
La previsión es tanto más difícil por la situación de empate técnico entre Donald Trump y Joe Biden en varios de los principales estados en disputa (swing states), como Pennsylvania, Florida, Michigan, Wisconsin, Arizona, Carolina del Norte … Estados éstos en los que Trump ganó en 2016, pero por un estrecho margen.
No obstante, muchos analistas electorales se inclinan por pensar que semejante éxito político, a las puertas mismas de la jornada electoral, ocasionaría una reacción de entusiasmo y de mayor participación de los ciudadanos conservadores. Por otro lado, como ya expuse más arriba, esta cuestión de la orientación del Tribunal Supremo desempeñó un importante papel en la victoria de Trump en 2016. Ahora podría suceder lo mismo.
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