La nueva magistrada Amy C. Barrett. Vuelco en el Tribunal Supremo de EEUU
Ayer, día 26 de octubre, el Partido Republicano y el conjunto de las fuerzas conservadoras de EE.UU. han logrado una gran victoria judicial y política, cuyos saludables efectos sobre la sociedad se dejarán sentir durante un par de décadas. Muy pocas veces, puede decirse lo anterior, sin caer en exageración. El pleno del Senado de EE.UU. confirmó ayer el nombramiento de la juez cabalmente conservadora y católica, Amy C. Barrett, propuesta por el Presidente Donald Trump para convertirse en nueva magistrada del Tribunal Supremo.
Nunca antes, en casi cien años (en la década de 1930), los magistrados conservadores habían logrado una amplia mayoría de 6 a 3 en el Alto Tribunal, como acaba de establecerse ayer.
Como es bien sabido, en aquel país la Corte Suprema ejerce una poderosa influencia sobre el papel del Estado (al que allí llaman, confusamente, Government) en la sociedad, sobre los derechos individuales y sobre numerosas, trascendentales y muy debatidas cuestiones como el llamado derecho al aborto, la libertad religiosa, el sistema sanitario, los denominados derechos de los homosexuales, las políticas frente a la inmigración ilegal, la posesión de armas recogida por la Segunda Enmienda a la Constitución y un largo etcétera.
La orientación conservadora del Supremo perdurará décadas
No supone la más mínima exageración afirmar que, con independencia del resultado electoral del día 3 de noviembre para la constitución del poder ejecutivo nacional –la elección del nuevo presidente-, las causas conservadoras van a gozar en EE.UU. durante muchos años de un permanente y potente aliado por parte del poder judicial federal.
En EE.UU. la condición de magistrado del Supremo tiene carácter vitalicio. Una magistrada joven, de 48 años, como sucede con Amy C. Barrett, normalmente permanecerá en su puesto bastante más de dos décadas
Es curioso que, en España, lo anterior –la importancia del cambio de rumbo del Supremo en EE.UU.- no es apenas comprendido por los ciudadanos conservadores; ni siquiera levanta un interés proporcionado a la trascendencia del suceso, pero la realidad está ahí.
La posible derrota de Donald Trump sería menos dolorosa
La incertidumbre política nacional en EE.UU. es tal desde 2016 que, literalmente, ninguna fuerza o agente político serio –de uno u otro lado- da ahora por ganada la presidencia por el candidato demócrata Joe Biden, por muchas encuestas a su favor que sigan produciéndose. Esto es, todavía es perfectamente posible la victoria o la derrota de Donald Trump.
Si, finalmente, Trump lograse su reelección podríamos decir -como los catalanes-, “a más a más” el éxito habrá sido espectacular. Pero, desde la confirmación ayer por el Senado de la magistrada Amy C. Barrett, incluso la derrota de Trump resultaría mucho menos amarga que en cualquier otra circunstancia.
No sólo es muy relevante la orientación filosófica que predomine en el Tribunal Supremo de EE.UU. por su efecto sobre el país líder del mundo libre, sino que eso ejercerá una intensa influencia –aunque no inmediata- sobre todas las naciones occidentales, España incluida.
Una vez más, esto lo comprenden muy bien las fuerzas progresistas españolas, cuando la corriente les favorece (y el diario El País se lo explica bien), pero los conservadores de mi país adolecen de un cierto provincianismo y apocamiento frente a los acontecimientos internacionales, empezando por los profesores universitarios, siempre atentos a sus académicos ombligos.
Principal legado de la presidencia de Donald Trump
Como adelanté en mi artículo de finales de septiembre, “Este resultado constituiría, sin lugar a dudas, la herencia política del Presidente Trump más profunda y duradera sobre la sociedad estadounidense”.
Y esto será así, tanto si el 3 de noviembre logra la reelección por otros cuatro años o si ahora finalizara su primer y único mandato.
Otros presidentes también tuvieron la ocasión de nombrar a tres magistrados del Alto Tribunal, pero casi todos ellos convivieron con un Senado en el que era el otro partido el que ostentaba la mayoría. Por tanto, la única manera de que prosperaran sus propuestas era presentar a la necesaria confirmación del Senado a jueces centristas. Fue el caso del magistrado Anthony Kennedy, propuesto en 1988 por Ronald Reagan, que abandonó voluntariamente la Corte en 2018, tras treinta años.
Trump sólo ha propuesto a jueces conservadores
En sus cuatro años de presidencia, Donald Trump ha sido muy afortunado porque el Senado siempre ha estado bajo control republicano. Quizás otros presidentes republicanos, en estas circunstancias, habrían presentado –de todos modos- jueces centristas, pero eso no es lo que ha hecho Trump. Esto ha sido un gran acierto y Trump ha podido colocar en el Supremo a tres magistrados que van a producir un gran cambio en el sentido de las sentencias, aunque todo va con calma en el Supremo y tomará su tiempo.
Tanto Neil Gorsuch, nombrado en 2017, como Brett Kavanaugh en 2018, son magistrados claramente conservadores, aunque el primero de ellos ha redactado a comienzos de este año 2020 una decepcionante sentencia sobre la igualdad de género, de la mano de la minoría progresista del Tribunal.
Cuando se afirma que los magistrados del Supremo en EE.UU. son realmente independientes (del poder ejecutivo) y, en particular, independientes del presidente que les haya propuesto, significa que de vez en cuando se producirán desilusiones como la que comento. Ésta no será la última, ni mucho menos.
Para presentar a la nueva magistrada del Tribunal Supremo, puedo repetir lo que dije el pasado 28 de septiembre.
Quién es la magistrada Amy C. Barrett
“Tiene 48 años de edad. Está casada y tiene siete hijos, dos de los cuales son de Haití, adoptados. Es una católica consecuente y, por tanto, contraria al aborto, por lo que los necios sectarios de la sección internacional del diario español El Mundo, han cometido la sandez de calificarla de ¨ultraconservadora¨ y ¨ultracatólica¨”.
“La juez Barrett se graduó en derecho por la Universidad Notre Dame (estado de Indiana), que es una de las principales universidades privadas de EE.UU., y uno de los mejores centros universitarios católicos del país. También se graduó en literatura inglesa”.
“Desde 2002 ha enseñado derecho en aquella universidad, especializándose en derecho constitucional, los tribunales federales y la interpretación de los estatutos de los organismos públicos (cuestión técnica pero muy controvertida políticamente, con muchas implicaciones reales)”.
“Previamente, la juez Barrett había servido de ayudante (law clerk) del destacado magistrado conservador del Tribunal Supremo, Antonin Scalia –fallecido en 2016-, con quien estableció una cierta relación profesional”.
“La experiencia judicial de Amy C. Barrett es corta, pero intensa y significativa. En 2017 fue nombrada [por el Presidente Trump] juez del Tribunal de Apelación del Séptimo Circuito, con sede en Chicago, que cubre parte del Midwest. Este tipo de tribunales (de los que hay 12 en el país) ocupan una posición semejante a la de los Tribunales Superiores de Justicia de las comunidades autónomas en España, esto es, constituyen el escalón justo por debajo del Supremo”.
La reacción desesperada e irresponsable del Partido Demócrata: atiborrar el Supremo
Ante una derrota de la izquierda estadounidense de semejante magnitud, el progresismo lleva preparando desde 2019 una respuesta guiada por la irresponsabilidad institucional, que dañaría al conjunto del sistema de equilibrio de poderes.
Como de costumbre, la izquierda empieza a calificar de “ilegítima” cualquier institución –en este caso, el Tribunal Supremo- que escape a su control.
Por ejemplo, desde el mismo día de la victoria electoral de Trump en noviembre de 2016, hasta hoy mismo, han tachado de ilegítima a la Presidencia de Donald Trump, quien ganó de forma clara. Y urdieron el gran montaje de la supuesta “colusión” del equipo de campaña de Trump con las autoridades de Rusia; montaje que a lo largo de dos años enturbió y entorpeció a la nueva Administración Trump y que en marzo de 2019 el fiscal especial Mueller (tras 22 meses de intensa investigación) concluyó que no había encontrado prueba alguna del supuesto delito.
Sobre el asunto de la presente reacción del Partido Demócrata por ver muy reducida su influencia sobre el Supremo, puedo reproducir lo que ya dije el pasado mes de septiembre.
“Desde que perdieron en el proceso de confirmación de Kavanaugh en el otoño de 2018 –y con ello se formó una mayoría conservadora, 5 a 4-, tras haber recurrido a todo tipo de bajezas e infamias, organizando un bochornoso montaje sobre una supuesta agresión sexual del juez propuesto [de la que ni había, ni se ha encontrado después prueba alguna], los progresistas están pergeñando un enredo ilegítimo- para dar la vuelta a la tortilla –como podría decirse-“, por la puerta de atrás.
Los detalles del irresponsable plan de la izquierda
“Su maniobra consiste en atiborrar o abarrotar el Tribunal Supremo con nuevos magistrados, cuando haya un presidente demócrata, como Joe Biden. En inglés se expresa lo anterior como “packing the Supreme Court”. Para ello, tratan de valerse del hecho de que la Constitución no determina el número de magistrados de este tribunal. Pero desde 1869 –hace más de 150 años-, el Supremo ha estado formado siempre por 9 magistrados”.
El nuevo Presidente Biden, si esto sucede, ampliaría el Supremo en, por ejemplo, 4 o 6 nuevos miembros y los nombraría él … si contara con mayoría en el Senado. El total pasaría del histórico número de 9 a 15 o 17.
Según esta desquiciada lógica, puramente partidista, ¿qué debería hacer el nuevo presidente conservador que sea elegido en el futuro? ¿Ampliar el Supremo en otros 2 o 4 magistrados, a un total de 17 o 19 miembros? Y así, sin fin …
Sin entrar aquí en las disquisiciones procedimentales que se han planteado para la confirmación por el Senado de la magistrada Amy C. Barrett, baste con constatar que si ha podido salir adelante este nombramiento, pese a las numerosas votaciones que los demócratas han demandado y conseguido, es porque el procedimiento ha sido legal, en todo momento.
También tras la confirmación del magistrado Bret Kavanaugh, a finales de 2018, los exaltados progresistas anunciaron su intención de destituir (promover el impeachment) del nuevo magistrado, pero todo quedó –como se decía antes- en agua de borrajas porque no tenían ni la más leve posibilidad de que prosperase. Todo el proceso de confirmación había sido estrictamente legal, como ahora.
Ahora, creo que ni suscitaran esta vacía amenaza del impeachment, que no sería más que pataleo de malos perdedores.
Información adicional
En un artículo de hace aproximadamente un mes, recogí una semblanza personal de esta juez, ahora ya magistrada del Tribunal Supremo, así como el presente ciclo de evolución judicial en aquel país, que desde comienzos del siglo XXI está orientándose hacia el conservadurismo, tras un largo periodo de predominio de las ideas progresistas en el Alto Tribunal que arrancó en los años 50 del pasado siglo.
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