Donald Trump. Hasan Rohaní, Presidente de Irán
· Tras el presente RESUMEN, se reproduce el ARTÍCULO COMPLETO ·
El Presidente Trump anunció ayer, 8 de mayo, su decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo nuclear con Irán que promovió Barack Obama, firmándose en julio de 2015, junto con Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y China, además del propio Irán y EE.UU. Trump abandona el acuerdo con efectos inmediatos, reimponiendo desde ayer mismo todas las sanciones económicas y comerciales a la República Islámica, que Barack Obama dejó en suspenso en los primeros meses de 2016.
No obstante, las empresas de EE.UU. o extranjeras que se encuentren actualmente en negociaciones con entidades iraníes dispondrán entre 3 y 6 meses para salir de dichas relaciones.
Las empresas europeas –y de otros países- que vulneren en el futuro las restricciones que ha impuesto EE.UU., podrán ser sancionadas a través de sus filiales en EE.UU. Además, sus transacciones con Irán podrían ser interceptadas si transcurrieran a través de algún intermediario financiero estadounidense.
Como ya es habitual en las decisiones que toma Donald Trump, ésta sobre Irán también constituyó una de sus promesas electorales en 2016.
Tratándose este acuerdo de un tratado internacional, conforme a la Constitución debía haber sido sometido a la consideración y ratificación por el Senado. Pero Obama usó subterfugios legales para evitarlo. No presentó el acuerdo al Senado. Por ello, ahora Trump no ha necesitado la intervención del Congreso.
La iniciativa para la negociación del acuerdo de 2015 fue, muy principalmente, de Barack Obama, siguiéndole los países europeos, que ahora tratan de ganar protagonismo asumiendo como propio el acuerdo de Obama.
Desde el inicio de aquellas negociaciones, el grueso del establishment republicano expresó serias dudas en 2014 y 2015 que, con el avance del proceso, pasaron a convertirse en abierta y sistemática oposición.
Expresado muy sucintamente, el acuerdo impone a Irán una serie de limitaciones a sus actividades nucleares, durante periodos de tiempo de entre 10 y 15 años, a cambio del levantamiento de casi todo el entramado de sanciones económicas y comerciales que NNUU, a instancia de EE.UU., fue estableciendo a lo largo de un largo y trabajoso periodo de tiempo. No fue fácil alcanzar el grado y la amplitud de las sanciones en vigor en el momento del acuerdo, en julio de 2015.
Una vez desmanteladas, durante 2016, no será fácil restablecerlas, como se verá. Pasados aquellos plazos (por medio de la cláusula ocaso), desaparecerán todas aquellas restricciones e Irán podría reactivar su programa nuclear y llegar a construir bombas nucleares uno o dos años después.
En enero de 2015 el Departamento del Tesoro –bajo Obama- estimó en 100.000 millones de dólares el importe de las reservas iraníes que permanecían embargadas por las sanciones, que el régimen recuperaría en caso de levantamiento de las sanciones, como así ocurrió.
El actual equipo de seguridad nacional en Washington, considera insuficiente la labor que realizan los inspectores internacionales de la Agencia Internacional (IAEA), reclamando la presencia también de inspectores estadounidenses.
Finalmente, el acuerdo de 2015 dejaba totalmente al margen el programa iraní de misiles balísticos, que está en pleno desarrollo.
Según Gerald F. Seib, del Wall Street Journal, “La decisión del Presidente Donald Trump de marcharse del acuerdo nuclear … representa una apuesta colosal, seguramente la mayor de su presidencia hasta este momento” en todos los terrenos.
Trump debe contar con que la economía iraní está muy débil y, por otro lado, que sectores populares iraníes han expresado una gran insatisfacción con sus condiciones de vida, culpando a la cúpula del régimen islamista.
En estas condiciones, las sanciones deberían forzar al régimen a acudir a la negociación de un nuevo acuerdo, mucho más exigente, con EE.UU.
Aunque Trump no dijo ayer abiertamente que con su política busca un cambio de régimen en Irán, lo dejaba traslucir.
Según el Wall Street Journal, “El cambio político en Teherán sigue siendo la mejor esperanza para un (futuro) Irán no nuclear”.
Los tres países europeos signatarios del acuerdo (Reino Unido, Francia y Alemania) van a intentar mantenerlo, ofreciendo a Teherán nuevos beneficios económicos. Dentro de unos meses, deberán optar por ponerse de parte de EE.UU. (aplicando sanciones) o de Irán (saboteándolas).
El generoso plazo de entre 3 y 6 meses concedido por la Administración Trump para que las empresas extranjeras resuelvan sus negocios con Irán, supone un periodo transitorio durante el cual podría forzarse al régimen iraní a volver a sentarse en torno a la mesa negociadora.
Los dos principales aliados de EE.UU. en Oriente Medio –Israel y Arabia Saudí, están exultantes y seguramente estarán reforzando la coordinación de sus políticas para contener la expansión de la influencia de Irán en la región.
Trump les está creando las condiciones más favorables –a aquellos dos países- para dejar de retroceder ante la expansión de la influencia iraní, que Obama permitió e –inintencionadamente- estimuló con su política de relativo apaciguamiento con Irán.
Sólo así podrá recuperarse una cierta estabilidad duradera en la región, gracias a un Irán debilitado y en retroceso.
A corto plazo, todo indica que la cúpula del régimen islamista va a mantenerse en el acuerdo y cosechar cuanto pueda de las ofertas diplomáticas y comerciales que los estados europeos se disponen a ofrecerle en breve, para retenerles en el acuerdo.
Más adelante, Irán podría dar un giro en su posición, reiniciando su programa nuclear, en pos de la construcción en poco tiempo de varios ingenios nucleares. De suceder esto, la crisis habría alcanzado un climax muy peligroso, porque EE.UU. o Israel podrían bombardear las instalaciones nucleares iraníes.
· Artículo completo ·
El Presidente Trump anunció ayer, 8 de mayo, su decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo nuclear con Irán que promovió Barack Obama, firmándose en julio de 2015, junto con Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y China, además del propio Irán y EE.UU. Trump abandona el acuerdo con efectos inmediatos, reimponiendo desde ayer mismo todas las sanciones económicas y comerciales a la República Islámica, que Barack Obama dejó en suspenso en los primeros meses de 2016.
El restablecimiento de las sanciones prohíbe desde este momento que las empresas de EE.UU. y de otros países inicien nuevas transacciones con socios comerciales o administraciones públicas iraníes, en determinados sectores.
No obstante, las empresas extranjeras que se encuentren actualmente en negociaciones con entidades iraníes dispondrán entre 3 y 6 meses para salir de dichas relaciones.
Las empresas europeas –y de otros países- que vulneren en el futuro las restricciones que ha impuesto EE.UU., podrán ser sancionadas a través de sus filiales en EE.UU. Además, sus transacciones con Irán podrían ser interceptadas si transcurrieran a través de algún intermediario financiero estadounidense.
Asimismo, EE.UU. podría prohibir el acceso a su mercado a las empresas extranjeras que vulneren sus sanciones a Irán. Para la gran mayoría de las compañías está claro cuál sería su decisión en caso de tener que escoger entre Estados Unidos e Irán.
A partir del 4 de noviembre (dentro de 6 meses), ninguna empresa ni persona física podrá comprar petróleo iraní, intervenir en actividades en los puertos y compañías navieras de aquel país, y habrán de retirarse del sector asegurador y de cualquier transacción con el Banco Central de Irán.
Igual que en otros casos de sanción por motivos diplomáticos o de seguridad nacional, la Administración estadounidense cuenta con un amplio margen de discrecionalidad para conceder excepciones a determinados países (aliados) y compañías, caso por caso.
Como ya es habitual en las decisiones que toma Donald Trump, ésta sobre Irán también constituyó una de sus promesas electorales en 2016. Algo de lo que no puede acusarse a este atípico presidente, es seguir el juego tradicional de muchos políticos de olvidarse de sus promesas al día siguiente a haber sido elegidos para un puesto. Quizá por eso, durante estos 16 meses, la izquierda no ha conseguido hacer mella en los más estrechos seguidores de Trump. En cuanto a intención de voto, Trump ha perdido algo entre los independientes, pero no entre el grueso de los ciudadanos conservadores que le llevaron a la Casa Blanca.
Por qué Trump ha podido retirarse de un acuerdo internacional sin contar con el Congreso
Una vez más, las tretas legales empleadas por el anterior presidente, Barack Obama, para eludir en 2015 la votación en el Senado del acuerdo nuclear con Irán, le ha costado ahora que su sucesor, Donald Trump, haya tenido mucho más fácil abandonar dicho acuerdo, anulando el principal legado –un tanto dudoso- de Obama en política exterior.
Tratándose el acuerdo –inequívocamente- de un tratado internacional, conforme a la Constitución debía haber sido sometido a la consideración y ratificación por el Senado. Pero Obama usó y abusó de subterfugios legales para evitar con frecuencia el control parlamentario, ya que desde 2011 perdió el control de la Cámara Baja y, en 2015, también del Senado. Por ello, ahora Trump no ha necesitado la intervención del Senado.
Es oportuno recordar que esta misma circunstancia es lo que el 1 de junio de 2017 permitió a Donald Trump –sin intervención parlamentaria- sacar a Estados Unidos del gravoso Acuerdo del Clima de Paris. Tampoco lo había sometido Obama al Congreso, en 2016. Quien vive de trampear …
Principales rasgos del Acuerdo de 2015
El acuerdo fue suscrito por Irán y el llamado P5+1, esto es los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de NNU, más Alemania: EE.UU., Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia y China,
La denominación oficial del acuerdo es la siguiente: Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA).
La iniciativa para su negociación fue, muy principalmente, de Barack Obama, siguiéndole los países europeos, que ahora tratan de ganar protagonismo asumiendo como propio el acuerdo de Obama.
¿Se atreverán algún día los dirigentes europeos a formular alguna verdadera iniciativa propia?, aunque sean conscientes de sus limitaciones objetivas, que nadie puede negar. Y, más allá de los británicos y –en alguna medida- de los franceses, ¿seguirán los demás ciudadanos de la UE a sus dirigentes para asumir un papel de cierto protagonismo en la esfera internacional? ¿Se asomarán alguna vez verdaderamente a la escena internacional, más allá de sus estrechas preocupaciones nacionales? Como nos gustaría poder responder afirmativamente a lo anterior.
Desde el inicio de aquellas negociaciones, el grueso del establishment republicano expresó serias dudas que, con el avance del proceso, pasaron a convertirse en abierta y sistemática oposición. En esto, como en algunas otras cuestiones, Trump ha hecho suya la posición dominante en el GOP antes de su irrupción.
Expresado muy sucintamente, el acuerdo impone a Irán una serie de limitaciones a sus actividades nucleares, durante periodos de tiempo de entre 10 y 15 años, a cambio del levantamiento de casi todo el entramado de sanciones económicas y comerciales que NNUU (con el beneplácito de China y Rusia), a instancia de EE.UU., fue estableciendo a lo largo de un largo y trabajoso periodo de tiempo. No fue fácil alcanzar el grado y la amplitud de las sanciones en vigor en el momento del acuerdo, en julio de 2015. Una vez desmanteladas, durante 2016, no será fácil restablecerlas, como se verá. Pasados aquellos plazos (por medio de la cláusula ocaso –sunset clause-), desaparecerán todas aquellas restricciones e Irán podría reactivar su programa nuclear y llegar a construir bombas nucleares uno o dos años después.
En resumen, Irán conseguía una enorme cantidad de dinero y, además, su desbloqueo se producía al inicio mismo del acuerdo (en 2016), en vez de en sucesivas entregas a lo largo de bastantes años. Esto, a cambio de restricciones parciales, de duración limitada: de entre 10 y 15 años.
En enero de 2015 el Departamento del Tesoro –bajo el Presidente Obama- estimó en 100.000 millones de dólares el importe de las reservas iraníes que permanecían embargadas por las sanciones, que el régimen recuperaría en caso de levantamiento de las sanciones, como así ocurrió. Ese fue el verdadero tesoro que el acuerdo puso en manos del régimen de los ayatolás, en 2016.
Por otro lado, puede decirse que el sistema internacional de verificación del cumplimiento por parte de Irán de sus obligaciones técnicas, corre a cargo de inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Nuclear (IAEA, siglas en inglés). Esta agencia forma parte del sistema de Naciones Unidas y, afortunadamente, en ella ejercen mucha influencia los países occidentales. De todos modos, el actual equipo de seguridad nacional en Washington, considera insuficiente la labor que realizan aquellos inspectores, reclamando la presencia también de inspectores estadounidenses.
Finalmente, el acuerdo de 2015 dejaba totalmente al margen el programa iraní de misiles balísticos, que está en pleno desarrollo. De esta forma, cuando en 2025 o 2030 Irán quede totalmente libre de toda restricción para su programa nuclear, la República Islámica estará en perfectas condiciones de colocar su inminente arma nuclear en todo Oriente Medio, Egipto y Turquía, además de en buena parte del este y sur de Europa: Grecia y los Balcanes, sur de Italia, etc.
Riesgos que supone y posibilidades de éxito
Gerald F. Seib, el jefe de la redacción en Washington del Wall Street Journal, ha expresado desde la derecha la inquietud por la decisión de Trump de retirarse del acuerdo con Irán. “La decisión del Presidente Donald Trump de marcharse del acuerdo nuclear que su predecesor negoció con Irán, representa una apuesta colosal, seguramente la mayor de su presidencia hasta este momento” en todos los terrenos.
Y prosigue Gerald Seib: “De manera más precisa, su movimiento representa una serie de apuestas de que los dirigentes iraníes, su economía y su sociedad, así como los aliados de EE.UU. e incluso el líder de Corea del Norte, reaccionarán (todos) de la forma que el presidente desea. El Sr. Trump puede vencer en estas jugadas, pero los peligros que se derivarían de una derrota son muy elevados”.
Resulta una forma precisa, elocuente y convincente de exponer lo que supone esta grave decisión.
Por su parte, Mark Dubowitz, director de la Fundación para la Defensa de las Democracias, ha concluido que el movimiento de Trump “es uno de alto riesgo. Puede conducir a un gran éxito o a un gran fracaso”.
A pesar de los anteriores interrogantes, existe una posibilidad de que el envite, finalmente, le salga bien a Donald Trump. Dos parecen ser los principales factores en los que confía.
En primer lugar, Trump y todo el mundo sabe que la economía de Irán continúa en un estado de seria debilidad. La reintroducción de las sanciones económicas, con bastante probabilidad, podría abocar a Irán a una recesión económica.
Y esto nos lleva al segundo argumento. La insatisfacción de las clases trabajadoras iraníes quedó en evidencia en las manifestaciones y otros actos de protesta en numerosas ciudades de Irán a fines de diciembre y comienzos del pasado mes de enero. No fueron los estudiantes, ni las clases más pudientes las que protagonizaron las protestas esta vez, sino los sectores populares que han constituido la principal base social del régimen de los ayatolás.
Además, los manifestantes expresaron su distanciamiento con la narrativa oficial –que hasta entonces habían asumido como propia-, hasta el punto de que en varios actos de protesta se coreó insistentemente consignas como la siguiente: “Los enemigos están en casa, no son los americanos”. La cúspide del régimen debió sentir escalofríos.
Hay que recordar otra línea de rechazo popular hacia políticas básicas del régimen islamista iraní. En aquellas movilizaciones de trabajadores, en no pocas ocasiones, se denunció que los altos dirigentes habían incumplido su promesa de dedicar gran parte del dinero recuperado a mejorar las condiciones de vida del pueblo. Y, a renglón seguido, se delataba que aquella fortuna se hubiera destinado a financiar las operaciones y maniobras de expansión exterior del régimen, en Siria, en la guerra civil de Yemen en favor de los sublevados huties, a las milicias chiitas en Irak y para fortalecer a la organización terrorista Hezbolá, en Líbano.
En aquellas condiciones económicas, unidas a este estado de descontento popular, resulta bastante previsible que un empeoramiento del nivel de vida, un aumento del paro y un mayor hundimiento de la moneda nacional, el rial iraní, desembocase en renovadas manifestaciones de protesta, cada vez más difíciles de controlar.
Aunque Trump no dijo ayer abiertamente que con su política busca un cambio de régimen en Irán, lo dejaba traslucir. Quizá la erosión del apoyo social a los ayatolás en diciembre pasado sea lo que haya dado lugar a este cambio de política. El consejo editorial del principal diario conservador, el Wall Street Journal, se ha sumado enseguida a esta perspectiva: “El cambio político en Teherán sigue siendo la mejor esperanza para un (futuro) Irán no nuclear”.
Resulta muy llamativo que cuando se está ante la posibilidad de una gran derrota del régimen islamista iraní, la izquierda estadounidense y de otros países occidentales se apresten a intentar evitarla, resaltando que “los cambios internos que podrían producirse en Irán podrían ser adversos” para los intereses y valores occidentales. ¿Acaso necesitan que se les recuerde que el principal peligro en Oriente Medio, a corto y largo plazo, es la permanencia y la fuerza del régimen de los ayatolás? ¿Pretenden haber olvidado que la intención expresa y reiterada del régimen iraní es borrar a Israel de la faz de la Tierra?
Indudablemente, en aquel movimiento de Trump ha debido influir los dos muy recientes cambios en la esfera de seguridad nacional en su gabinete. A la Secretaría de Estado ha accedido Mike Pompeo, antes Director de la CIA. Pompeo hace años que se ha pronunciado por una postura de firmeza hacia los enemigos tradicionales de EE.UU.; justo lo contrario que Obama.
En segungo lugar, John Bolton ha sido nombrado Consejero de Seguridad Nacional del presidente. Bolton fue Embajador de EE.UU. ante NNUU, bajo el ex–presidente Bush hijo. Desde hace meses venía proclamando una política de máxima presión hacia Corea del Norte y la retirada del acuerdo con Irán, que ahora se ha producido.
Tras estos dos nombramientos, Trump manifestó su gran satisfacción con el actual equipo en el área de seguridad nacional. Con mucha probabilidad, debe estarse tejiendo un estrecho entendimiento entre estos tres personajes, que habrá acabado de convencer a Trump a dar este arriesgado paso.
Durante su primer año en la Casa Blanca (2017), Trump tuvo que depender mucho de sus asesores. Desde el comienzos de 2018, el presidente está acabando de formar un equipo verdaderamente a su gusto, adoptando más iniciativas propias. Él dice sentirse mucho mejor.
Primeras reacciones a que Trump abandona el acuerdo
Las posibles respuestas de Irán, se revisarán más adelante.
Los tres estados europeos signatarios del acuerdo (Reino Unido, Francia y Alemania) intentaron convencer a Trump durante las pasadas semanas de no seguir el rumbo que, finalmente, ha tomado. Ahora, se han coaligado para actuar conjuntamente e intentar preservar el acuerdo. Por otro lado, están reaccionando rápidamente para tratar de minimizar los efectos negativos sobre sus empresas y sus negocios en marcha en el mercado iraní.
Más allá de esto, deberán decidir en unos meses si realmente se oponen a las sanciones estadounidenses, lo que debilitaría considerablemente al Presidente Trump y su táctica de firmeza.
El generoso plazo de entre 3 y 6 meses concedido por la Administración Trump para que las empresas extranjeras resuelvan sus negocios con Irán, supone un periodo transitorio durante el cual podría forzarse al régimen iraní a volver a sentarse en torno a la mesa negociadora, para concertar un nuevo acuerdo. Los dirigentes europeos son bien conscientes de esto y, al tiempo que ofrezcan beneficios económicos a Irán –para prevenir su abandono del acuerdo de 2015- sería muy de desear que le presionaran para que abra nuevas negociaciones con EE.UU, y con los otros cinco signatarios. Esto, abiertamente, jugaría en favor del plan de la Administración estadounidense.
El consejo editorial del Wall Street Journal lo ha formulado de la siguiente manera: “La mejor jugada para Europa es persuadir a Irán que para mantener su comercio con el mundo, debe renegociar el acuerdo”.
Los dos principales aliados de EE.UU. en Oriente Medio –Israel y Arabia Saudí, están exultantes y seguramente estarán reforzando, con discreción, la coordinación de sus políticas, hecho insólito en 70 años (desde la creación del Estado israelí en 1948). Egipto (el más potente estado árabe), en un segundo plano y de forma discreta, debe estar moviendo sus fichas para recortar la presencia iraní en la región. Trump les está creando las condiciones más favorables –a aquellos tres países- para dejar de retroceder ante la expansión de la influencia iraní, que Obama permitió e –inintencionadamente- estimuló con su política de relativo apaciguamiento con Irán. Obama reforzó al enemigo -Irán-, al tiempo que debilitó y creó desesperanza en sus aliados –Israel y Arabia Saudí-, que se distanciaron de EE.UU.
Israel, al sentirse arropado por el nuevo presidente de EE.UU., ya antes de la decisión de ayer ha ido interviniendo en el conflicto sirio –del que se mantuvo alejado- bombardeando en varias ocasiones desde comienzos de este año 2018 bases militares e instalaciones armamentísticas del régimen iraní que, al localizarse junto a la frontera israelí, suponen una grave amenaza para el Estado hebreo. La última vez, ha tenido lugar hoy mismo.
Si bien este tipo de operaciones militares israelíes elevan la tensión a corto plazo en Oriente Medio, sin ellas el actual predominio iraní quedaría intacto, empeorando las perspectivas futuras. Israel, Arabia Saudí y Egipto deben recuperar el terreno perdido ante la República Islámica durante la perniciosa época Obama. Sólo así podrá recuperarse una cierta estabilidad duradera en la región, gracias a un Irán debilitado y en retroceso.
Por otro lado, Arabia Saudí, y previsiblemente sus aliados suníes del Golfo Pérsico (Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, etc.), han salido en apoyo de EE.UU. anunciando su disposición a aumentar el suministro internacional de petróleo, tras las subidas en su cotización (hasta los 77$, desde los 64$ de hace un mes), por el probable descenso de las exportaciones iraníes y el nerviosismo en el mercado internacional del crudo.
Matar dos pájaros de un solo disparo
Dentro de tres o cuatro semanas seguramente se celebrará la primera cumbre EE.UU. – Corea del Norte, a nivel presidencial: Donald Trump y Kim Jong-Un. Durante las pasadas décadas, únicamente ex–presidentes (como Jimmy Carter, años después de su mandato) se encontraron con líderes norcoreanos en activo.
Esta cuestión no es enteramente independiente del acuerdo nuclear con Irán. Ambas situaciones representan el riesgo de que regímenes totalitarios se hagan con el arma nuclear, vulnerando el tratado de no proliferación nuclear (NPT, de las siglas en inglés), lo que daría lugar a una carrera armamentística en sendas regiones, resquebrajando dicho tratado internacional.
No hay duda de que si EE.UU. ponía en cuestión el débil acuerdo con Irán, llegaría reforzado a la cumbre con Corea del Norte, siendo menos difícil forzar a este país hacia una verdadera desnuclearización, en vez de simples retoques en el arsenal y vagas promesas para el futuro. Esto último es lo que pasó en los anteriores y débiles intentos, en 2002 y 2009, bajo los presidentes estadounidenses George Bush hijo y Barack Obama, constituyendo un fracaso, al tiempo que se legitimaba al régimen totalitario y se le concedía beneficios simplemente por sentarse a discutir.
Lo que Irán puede hacer ahora
A corto plazo, todo indica que la cúpula del régimen islamista va a mantenerse en el acuerdo y cosechar cuanto pueda de las ofertas diplomáticas y comerciales que los estados europeos se disponen a ofrecerles en breve, para retenerles en el acuerdo. Además, con esta postura atraerá a estos estados con el propósito adicional de alejarlos de EE.UU., ampliando la brecha entre ellos e intentar aislar a EE.UU. y a su presidente.
Más adelante, quizá a finales de este año o comienzos del siguiente, Irán podría dar un giro en su posición, reiniciando su programa nuclear, en pos de la construcción de varios ingenios nucleares. En dicho caso, EE.UU. e Israel podrían considerar dicho comportamiento inaceptable, emprendiendo incursiones aéreas para la destrucción de las principales instalaciones y centro de investigación de aquel país.
Esto, a su vez, provocaría una enérgica reacción del régimen de los ayatolás, empleando todos los medios militares, organizaciones terroristas de su órbita, así como sus capacidades para llevar a cabo ciberataques, realizando acciones ofensivas en múltiples países durante un cierto periodo de tiempo.
Llegados a dicho punto, varios países de la región podrían decidir que sólo desarrollando sus propias capacidades nucleares, estarían seguros. Arabia Saudí, Turquía y, quizá, Egipto podrían seguir este camino, elevándose la inestabilidad regional.
Además, el desenlace en Irán mucho dependería de cómo reaccionara el pueblo iraní ante estos acontecimientos. Asimismo, dependería de las posturas que tomasen China y Rusia. El riesgo de una escalada bélica general, no podría descartarse, aunque Estados Unidos está buscando todo lo contrario.
Conclusiones
Trump y su nuevo equipo de seguridad nacional, parecen estar confiando enteramente el éxito de su operación con Irán al efecto de las restablecidas sanciones. Pero, también es cierto, que –aunque no lo proclamen ahora muy abiertamente- están dejando una puerta abierta a una salida negociada, pero en términos mucho más exigentes para Irán.
Las sanciones serían la palanca para forzar al régimen islamista a sentarse a la mesa negociadora y así evitar las consecuencias que podrían ocasionar las sanciones, sabiendo Irán que le esperaría un nuevo acuerdo con restricciones mayores y duraderas.
Como ya va quedando claro de la actuación de Trump en otros campos (la presión máxima sobre Corea del Norte, la imposición de aranceles proteccionistas contra productos de China, etc.) la táctica negociadora de Trump comienza por coaccionar con fuerza a sus contrincantes, haciéndoles temer por la senda aventurada a las se ven abocados, esperando que esto les haga ceder y optar por un proceso negociado, con una actitud algo claudicante.
La finalidad última es alcanzar un acuerdo, en condiciones favorables a Estados Unidos, sin llegar al conflicto bélico, aunque éste no es descartado en ningún momento para elevar la presión sobre el adversario.
Por ahora, esta táctica le está dando resultados a Trump, pero los momentos críticos están aún por llegar. Dar una imagen de determinación –y no sufrir ninguna derrota sonada-, es clave para el éxito de estas operaciones. Desenlaces positivos en un litigio reforzaría la suerte en otros … y viceversa.
Volviendo al actual conflicto con Irán, los siguientes podrían ser varios de los principales elementos de un nuevo acuerdo nuclear.
1) Práctica eliminación de la cláusula ocaso. Las obligaciones iraníes se prolongarían en el tiempo de forma casi indefinida, en lugar de vencer totalmente trascurridos 10 (2025) 0 15 (2030) años (según qué limitaciones).
2) En el sistema de verificación intervendrían, junto a los inspectores internacionales, de la Agencia Internacional de la Energía Nuclear (IAEA), intervendrían inspectores de EE.UU. Además, el régimen iraní no podría excluir de las inspecciones ningún tipo de instalaciones, ni militares ni civiles.
3) El ámbito del acuerdo se expandiría para abarcar el programa de misiles balísticos, desmantelando gran parte del mismo, de forma que ningún país de Oriente Medio (Israel, Arabia Saudí, Turquía …) se sienta amenazado por Irán.
4) Restricción a las actividades de Irán en apoyo de multitud de grupos terroristas de Oriente Medio, así como a la desestabilización de países de la región como Yemen, Irak, Líbano y otros.
Deja una respuesta