El autoproclamado Califato Islámico está viviendo sus últimos meses al perder el control de un mínimo de territorio. La transformación del Estado Islámico en un grupo terrorista e insurgente clásico, operando desde la clandestinidad, no disminuye la importancia de su actual derrota en Siria e Irak. La Administración Trump ha sido decisiva en conseguir esta victoria, aunque la izquierda pretenda lo contrario. Trump e Isis se enfrentan decisivamente.
Conforme a los luchadores sirios, han conseguido un total control de la ciudad de Raqqa, la capital de ISIS
En la actualidad, el Estado Islámico (conocido por EI, ISIS o Daesh) ha pasado a controlar apenas el 20% del territorio bajo su poder a mediados de 2015, momento de máxima expansión del autoproclamado Califato Islámico, aunque los cálculos son difíciles y están en constante revisión, a la baja.
En términos de población, la caída de su poder debe haber sido todavía más intensa. Durante 2015 y comienzos de 2016 casi 6 millones de personas, en Siria e Irak, habían quedado bajo su control, ocupando gran parte de las orillas densamente pobladas del río Eúfrates en la mayoría del territorio sirio y a su entrada en Irak.
Esta situación –de millones de personas sometidas durante años a una organización terrorista- no se había dado nunca en el mundo moderno, así como tampoco su dominio sobre un extenso territorio, que llegó a superar el de un país como Holanda.
En el norte de Irak ISIS conquistó la segunda ciudad del país, Mosul (con 1,8 millones de habitantes en el momento de su conquista por el EI, en junio de 2014). El Califato fue proclamado en junio de 2014, en la ciudad siria de Raqqa, al norte del país (teniendo en ese momento una población de unas 220.000 personas).
Hoy en día han perdido ambas ciudades y, prácticamente, todos los demás centros urbanos, salvo los de unos pocos miles de personas, a ambos lados de la frontera entre Siria (en la provincia de Deir Ezzour) e Irak, así como en unos pocos enclaves aislados del interior de Siria, lejos de las fronteras.
Los mapas reproducidos a continuación dan idea del drástico retroceso de las fuerzas de ISIS.
Retroceso de ISIS en Irak y Siria. 2015 – 2017
El 10 de julio de 2017 el Primer Ministro de Irak, Haider al-Abadi, declaró liberada la ciudad iraquí de Mosul, cuya ofensiva había comenzado en octubre de 2016.
El 17 de octubre de 2017, las Fuerzas Sirias Democráticas, aliadas de EE.UU. y dirigidas por los contingentes sirio-kurdos, liberaron Raqqa (Siria), que había actuado de capital fáctica del Califato. El asalto se había lanzado cuatro meses antes. En Raqqa habían sido instalados los altos tribunales del Califato, servía de vía de entrada y entrenamiento para la mayoría de los miles de yihadistas atraídos de Europa y de todo el mundo islámico. En esta ciudad, se cree, se planificaban los principales atentados realizados en Europa y se cometieron muchos de los más viles asesinatos para mostrar al mundo su poderío: decapitaciones, quema de prisioneros, uso de niños soldados para cometer atrocidades en público, etc.
La intervención de la nueva Administración. Trump e Isis
Cuando la nueva Administración estadounidense se formó a finales de enero 2017, el Estado Islámico seguía fuertemente atrincherado en sus principales ciudades y zonas sirias e iraquíes, aunque ya se encontraba en posición estratégica defensiva.
Rusia mantenía su intervención aérea pero, como se ha comprobado repetidamente, su principal objetivo ha consistido en sostener y fortalecer al régimen de Bashar al Assad, bombardeando a las fuerzas rebeldes que –las más de las veces- estaban siendo apoyadas por EE.UU. y respaldando desde el aire a las ofensivas de las fuerzas del presidente de Siria. Solo marginalmente se ha enfrentado al Estado Islámico. Quienes pusieron sus esperanzas en el poder ruso para solucionar esta grave crisis en Siria, se equivocaron, empezando por el Presidente Barack Obama.
Las fuerzas aéreas de Estados Unidos y de sus aliados occidentales y de las monarquías árabes (suníes) del golfo Pérsico prosiguieron su campaña de desgaste y destrucción desde el aire contra el EI, que el Presidente Obama había iniciado en septiembre de 2014 pero de una forma muy indecisa y escasamente efectiva.
Las reglas de enfrentamiento (rules of engagement) que fijó la Administración Obama desde 2014 a sus fuerzas aéreas eran tan restrictivas que únicamente la ¼ parte de los aviones que salían en misión llegaban a arrojar sus bombas.
Es conocido que la Administración Trump modificó enseguida dichas reglas, lo que le ha permitido elevar con intensidad el efecto ofensivo de la campaña contra el Estado Islámico manteniendo casi el mismo número total de salidas de sus aeronaves.
Respecto a las fuerzas sobre el terreno, la Administración Obama tenía a finales de 2016 unos 500 efectivos en Siria y unos 7.000 en Irak. Nuevamente, su capacidad de aconsejar y dirigir a las fuerzas locales se veía muy aminorada por la principal preocupación de que no se produjese ninguna muerte estadounidense en combate. El nuevo Secretario de Defensa Mattis fue autorizado por Trump en abril a efectuar un despliegue de esas fuerzas mucho más cerca de las líneas de combate, incrementando realmente su efectividad respecto a su anterior papel de casi observadores. Además, unidades de artillería de EE.UU. pudieron aproximarse al frente para preparer las ofensivas iraquíes y sirias contra ISIS.
La polémica en Estados Unidos
Las fuerzas de izquierda en EE.UU. están ahora pretendiendo negarle al Presidente Trump cualquier mérito en la derrota del Califato Islámico. No porque, como es evidente, la organización terrorista Daesh estará pasando a la lucha clandestina, como en su día hizo al Qaeda. Nadie duda que ISIS proseguirá su actividad terrorista durante años.
Lo que la izquierda mediática estadounidense pretende es adjudicar la victoria a todo tipo de otros agentes, excepto a Trump. Se lo achacan al anterior Presidente Obama, a las fuerzas kurdas, a las fuerzas especiales de EE.UU., etc.
En esta guerra, como en cualquier otra, aquellas y muchas otras fuerzas y personalidades desempeñan un papel en la victoria, pero negar que el impulso decisivo en este caso ha procedido de la Administración Trump solo puede explicarse por el radical sectarismo de la izquierda estadounidense en la actualidad.
Cuando en 2011 el líder de al Qaeda, Osama bin Laden, fue abatido por las fuerzas especiales estadounidenses en pleno territorio de Pakistán, bajo la Presidencia de Obama, nadie pretendió negarle su éxito a pesar de que la búsqueda había comenzado intensamente a finales de 2001, bajo George Bush, tras el atentado de las Torres Gemelas.
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