Entre la elección de Donald Trump, el 8 de noviembre de 2016, y el acto de su inauguración, el 20 de enero de 2017, lo único que se podía hacer era especular sobre sus verdaderas intenciones, sobre el programa que “parecía” dispuesto a aplicar … cruzar los dedos y, quien supiera hacerlo, rezar, rezar mucho. Cruzar los dedos porque casi nadie se hacía muchas ilusiones de lo que podría suceder a partir de ese momento. Nadie estábamos seguros de que no fuese a actuar como un verdadero populista.
El establishment del Partido Republicano, de algún modo, decidió arropar todo lo posible al nuevo presidente, estimular la incorporación de personajes responsables y experimentados a la nueva Administración, proporcionarle proyectos legislativos conservadores adaptados a las circunstancias, etc. Todo ello con la esperanza de encauzar y reorientar al nuevo presidente, evitando un vacío de poder o que cometiera disparates cada vez mayores. 26 meses más tarde, nuestra tranquilidad es infinitamente mayor; claro, que se partía de un nivel muy bajo.
La táctica de los conservadores, se ha demostrado exitosa, el país claramente progresa y sólo en un sentido difuso, impreciso, coloquial, puede llamarse populista al Presidente Trump.
26 meses de acción de gobierno es tiempo suficiente para juzgar a un nuevo gobernante. También en este caso. Apartando de nuestra vista, eso sí, todo el humo creado a diario por la infinidad de medios progresistas, el juicio es concluyente, con sus claros y sus sombras.
Los términos con los que se califique algo, importan. Por ello, es relevante definir de partida qué es lo que se conoce en la teoría política por populista.
La Fundación FAES y el populismo
La Fundación FAES, presidida por José Mª Aznar, publicó a mediados de 2017 una amplia obra titulada Geografía del Populismo. Se repasan en ella las principales experiencias populistas del último siglo y mucho pico, desde el incipiente populismo light en EE.UU., a mediados del siglo XIX (con el Presidente Andrew Jackson), pasando por los estudiantes burgueses populistas (narodniki) rusos de finales del s. XIX, el caso emblemático de Juan Domingo Perón en Argentina (en los años 1950) … acabando de nuevo en Estados Unidos, año 2016.
Como ilustración del carácter moderado del populismo tradicional en EE.UU., en comparación con los casos clásicos, extremos, de Perón, Hugo Chávez en Venezuela, los Kirchner en Argentina, Marine Le Pen en Francia, etc., baste la siguiente anécdota, relatada en aquella obra.
En una cumbre en Canadá de los presidentes de las tres naciones de Norteamérica, en junio de 2016, el aún Presidente Barack Obama se autodefinió de populista, para asombro del mandatario canadiense, el inmaduro Justin Trudeau, y del mejicano, Enrique Peña Nieto. Obama razonó que “ser populista es estar cerca de la gente y querer dar beneficios a los más pobres”.
Meses más tarde, Obama se desdijo de aquello, pero esta anécdota da fe de la gran diferencia entre lo que se entiende por populista en EE.UU., por un lado, y en Europa e Hispanoamérica, por otro.
Criterios identificatorios de los populistas
1) En el sentido fuerte del término, “el populismo es el uso demagógico de la democracia para acabar con ella”, en palabras de Enrique Krauze, historiador mejicano, especializado en el estudio del populismo (en el capítulo Conclusión, del libro de FAES). Esta es la cuestión decisiva.
2) Según establece la citada obra (en el mismo capítulo), cuando el populismo llega al poder “en general se aboca a la corrupción y al autoritarismo”.
La presidencia Trump, durante estos más de dos años, no se ajusta a estos dos criterios, más que de manera marginal, como multitud de otras Administraciones.
Sin embargo, los clásicos personajes ya mencionados arriba (Perón, Hugo Chavez, los Kirchner …) se adecuan perfectamente a dicha definición, como también lo hacen ahora Vladimir Putin, el sucesor de Hugo Chavez Nicolás Maduro, el nicaragüense Daniel Ortega, el boliviano Evo Morales, y aquí, en España, el dirigente de Unidos Podemos, Pablo Iglesias.
También se amolda a aquel criterio, en gran medida, el actual presidente del gobierno de España, el dirigente del PSOE Pedro Sánchez, aunque sus pecados políticos van más allá de ser populista. Un PSOE que fue decisivo para la Transición democrática (aunque la iniciativa política del cambio de régimen procedió de la derecha, no de aquel partido), pero que desde Rodríguez Zapatero (a comienzos de este siglo) quiere acabar con la concordia nacional, fomentando el guerracivilismo cainita.
Como se irá viendo, hay una diferencia decisiva, conceptual, entre la forma de gobernar de Donald Trump y los gobernantes verdaderamente populistas que hemos mencionado y de quien en la primavera de 2015 proclamaba que «El cielo no se toma por consenso, sino por asalto«; gracias por aclararnos tus planes, Pablo Iglesias (dirigente de Unidos Podemos).
Vayamos paso a paso.
Cómo está gobernando Donald Trump
“Uso demagógico de la democracia”. Un elemento esencial de esta práctica es el continuo engaño y manipulación de “las masas”, empezando por las campañas electorales y el trato posterior desde el poder a lo prometido.
Pues bien, según un columnista del diario de centro-izquierda The Washington Post, “Donald Trump podrá ser recordado como el presidente más honesto de la historia moderna de América” [esto es, de EE.UU.]; y eso lo decía a los 20 meses de presidencia, en octubre de 2018.
Trump está cumpliendo escrupulosamente sus promesas electorales
Y aclaraba el sentido de sus palabras: “No me malinterpreten. Trump miente todo el tiempo …” Afirmando que lo que él hace es mejor que lo hecho por cualquier otro presidente. “En parte, esto es algo [característico] de [la ciudad de] Nueva York [donde Trump vivió]: todo tiene que ser lo más grande y lo mejor. Pero cuando tiene que ver con un verdadero barómetro de la sinceridad presidencial -si cumple sus promesas- Trump es de una honestidad sin paragón”.
En mis artículos de los dos pasados años, he ido tomando nota de algunos de los casos en que eso ha sucedido. A la semana de ocupar la Casa Blanca, emitió una orden ejecutiva para anular el bloqueo de Obama a la construcción de dos importantes oleoductos desde Canadá: “Trump cumple una de sus promesas electorales”, dije.
En junio de 2017, al sacar a EE.UU. del ruinoso Acuerdo climático de Paris, relaté que “el Presidente había cumplido limpiamente una de sus promesas electorales, a diferencia de lo que suelen hacer los políticos al uso, y por cierto una promesa nada fácil de cumplir …” ya que su melifluo Secretario de Estado de entonces, Rex Tilleron, y otros secretarios se oponían a dar este paso.
Similares comentarios merecieron el balance del primer año de presidencia (enero de 2018), la salida de EE.UU. del Acuerdo nuclear con Irán (en mayo de 2018) y sobre la promesa electoral de mejorar el empleo de los trabajadores industriales (febrero de 2019).
Al analizar en noviembre de 2018 “Por qué tantos estadounidenses apoyan a Trump”, observé que “tras casi dos años, está demostrando … que cumple rigurosamente con sus compromisos electorales (Promises Made. Promises Kept)”. Ésta es una de las consignas que aparece entre el público en casi todos sus actos de partido.
¿Se asemeja este comportamiento de Donald Trump al de un Perón, un Hugo Chávez, un Pedro Sánchez o Luiz Inácio Lula da Silva: “Vamos a mejorar la seguridad ciudadana”: 60.000 asesinatos al año en Brasil, más que en muchas guerras civiles?
Trump no está «acabando con la democracia»
Un segundo paso: “el populismo es el uso demagógico de la democracia para acabar con ella”.
Al ser elegido presidente (en noviembre de 2016) y hasta el día de hoy, la prensa de izquierda y bastante de la de derecha de Europa, auguró mil veces que Trump destruiría la democracia estadounidense. 26 meses después, nadie es capaz de señalar convincentemente ni un solo destrozo mayor al sistema político de EE.UU., por parte de Trump.
El daño causado por Trump está siendo su excesivo enfrentamiento con los opositores políticos -su actitud de polarizar la sociedad- aunque fue Barack Obama quien emprendió ese camino en 2009 (tras un rostro que pretendía mostrar amabilidad y moderación). Otro pequeño destrozo está siendo el muy mal estilo de Trump en varios sentidos, lo que deteriora el ambiente y las costumbres sociales en el país. Esta negatividad derivaba de su forma de gobernar, no llega al punto de permitir hablar de “destrucción de la democracia” estadounidense.
El sistema judicial está siendo reforzado no debilitado
El sistema judicial conserva actualmente su respeto ciudadano y su envidiable independencia frente al ejecutivo. Eso sí, gracias a los numerosos y acertados nombramientos de jueces y magistrados federales efectuados por Trump, este poder -por fin- está virando hacia las concepciones conservadoras. Este va a ser, probablemente, el logro más duradero de la herencia (heritage) Trump.
En esta nueva etapa del poder judicial, con mayoría conservadora, se está comenzando a poner coto a los excesos judiciales (judicial overreach) del anterior periodo. La izquierda fomentó la suplantación parcial de competencias del Congreso por actos judiciales, cuando no lograban que se aprobaran sus proyectos por el poder legislativo, pero contaban con una influencia predominante en el Tribunal Supremo.
A esto se le llama también legislar desde los tribunales (judge-made law), principalmente desde el Supremo, lo que ha venido sucediendo desde mediados de los años 60. Se le conoce también como legislar valiéndose de las penumbras, de los espacios grises entre las disposiciones constitucionales.
El poder legislativo, el Congreso, no ha mejorado la pésima valoración que merece a los ciudadanos, pero tampoco ha empeorado sensiblemente.
Como hemos dicho, va a ir recuperando de hecho el poder de interpretación de los estatutos de las agencias federales, que Obama fue entregando a los directores de las agencias federales que él iba nombrando, en un gesto claramente burocratizador y de centralización administrativa, en detrimento del Congreso.
Tampoco está centralizando el poder ejecutivo como hace un populista
En el poder ejecutivo, por último, no hay signo significativo alguno de la centralización y autoritarismo que cabe esperar de un gobernante populista, como señalaba FAES.
Donald Trump está haciendo justo lo contrario, como expliqué en el verano de 2018 en mi artículo titulado “Trump restringe el poder federal en EE.UU”. Lo resumía del siguiente modo:
“Reducción del protagonismo de la Administración federal, en favor de la sociedad en general y, en particular, del sector privado de la economía. Descentralización del poder desde Washington, D.C. a los Estados, condados y municipios; en EE.UU. se da una situación muy distinta a la de España [al tratarse, en realidad, de una confederación de estados]. Mayor respeto y sometimiento de la Administración y agencias federales a la legislación y normativa aprobadas por el poder legislativo [nacional], sin interpretarlas libremente. Recorte de las prerrogativas de las burocracias federales, que Obama extendió cuanto pudo. En conjunto, Trump está promoviendo un programa de corte antiautoritario (descentralizador y liberalizador) en lo económico, lo político y lo social”.
En resumen, el Presidente Trump está siguiendo en buena medida el programa tradicional de los conservadores de EE.UU. de reducir el sector público (lo contrario al Big Government de los demócratas), liberalizar la economía, ceder más iniciativas a los empresarios y entidades privados, elevando la competencia y la libertad de los ciudadanos. Todos esto no tiene nada de populista clásico.
Que alguien intente casar esta actuación general, en multitud de ámbitos, con lo que cabe esperar de un gobernante populista, que es justo todo lo opuesto.
El error de los autores de FAES
Aunque sea de modo muy sucinto, he de expresar mi desacuerdo con el modo en que la citada obra promovida por la Fundación FAES juzga la gobernación de Trump y al propio personaje. Francamente, en esto hicieron un mal trabajo, como buena parte de la derecha europea. Y, si no se comprende el fenómeno Trump en EE.UU. (la nación líder del mundo libre) no se comprenderá qué es lo que realmente está pasando en Occidente -lo que, de todos modos, no es fácil de interpretar-.
El gran fallo de los autores de FAES ha sido colocar a Trump, de hoces y coces, en la misma bolsa que los Perón, Hugo Chavez, los Kirchner y demás populistas clásicos. Eso es, ahora, totalmente insostenible , y ya lo era también cuando a mediados de 2017 la obra vio la luz.
Todos tuvimos muchas dificultades y dudas en determinar cómo reaccionar, cómo escribir, sobre el electo presidente Trump. ¿Y si hubiese empezado a gobernar como un populista? Lo expresé al comienzo, con toda franqueza; estábamos con congoja. ¿Qué más puedo decir?
Es normal equivocarse en dichas coyunturas de bruscos e inesperados cambios, en un gran número de países, pero algunos se han equivocado mucho más que otros. Deberían enmendar, como hemos hecho otros; yo, justo después de la elección del 8 de noviembre de 2016, tras haber estado criticando a Trump durante toda la precampaña y campaña electorales, como puede leerse en mis artículos anteriores a aquella fecha que, naturalmente, he mantenido en mi blog.
La columnista Peggy Noonan
La columnista del Wall Street Journal, Peggy Noonan (una de las redactoras de discursos del Presidente Reagan), me ayudó a mí a medio entender qué estaba sucediendo, así como a muchos miles más; por ello recibió en 2017 un premio Pulitzer. Como se decía antes: ¡que Dios te lo pague, Peggy!
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