Asalto al Capitolio el 6 de enero
El asalto al Capitolio, en Washington DC, llevado a cabo por unos cientos de seguidores radicales del Presidente Trump el día 6 de enero, constituye un gravísimo error de quienes han participado en esos actos intolerables.
Aún mucho peor, mucho más irresponsable, ha sido la clara intervención del Presidente Donald Trump, en tanto que alentador de un ambiente de casi insubordinación frente al funcionamiento normal de las instituciones democráticas de Estados Unidos. Todo esto constituye una enorme y dolorosa ignominia para Estados Unidos.
Todos hemos escuchado durante casi dos meses las constantes acusaciones de Donald Trump (y de su círculo más cercano, no del resto) sobre un supuesto fraude generalizado en el recuento de las votaciones de las elecciones del pasado 4 de noviembre. Hasta mediados de diciembre Trump tenía derecho a plantear en los tribunales sus quejas y solicitar recuentos y otras medidas.
Pero, a mediados de diciembre, más de diez sentencias de diversos tribunales federales fueron rechazando las denuncias que había presentado el equipo judicial de Trump. A partir de aquellos días, la obligación de Trump era claramente reconocer en público la victoria de Joe Biden y cesar en sus acusaciones de fraude.
Trump podía haber acabado con honra y responsabilidad su presidencia el día 20 de enero
El día 20 de enero, dentro de menos de dos semanas, se va a producir la transferencia de poderes al nuevo presidente (como establece la Constitución). Trump habría podido conservar el prestigio y reconocimiento que se ha ganado entre sus seguidores y votantes, y el respeto y apoyo de la gran mayoría de los dirigentes del Partido Republicano.
Todo esto ha quedado definitivamente deteriorado por la exclusiva irresponsabilidad y soberbia del propio Presidente Trump. Sólo él es responsable del gran daño que está causando al país, a las instituciones nacionales y, desde luego, al Partido Republicano.
Participación de Trump en los hechos
A lo largo de las pasadas cuatro semanas, el Presidente Trump ha seguido repitiendo, ya sin fundamentos, la acusación de fraude, extendiendo entre sus seguidores más exaltados el sentimiento de que “les habían robado” las elecciones, o sea, que las instituciones estaban fallando gravemente.
En ningún momento, hasta los disturbios del día 6, ha reconocido Trump claramente la victoria de su contrincante, lo que hubiera puesto fin a cualquier tentativa –de quien fuera- de evitar el nombramiento del demócrata Joe Biden.
Por el contrario, Trump organizó un nuevo intento de hacer descarrilar, el día 6 de enero, el nombramiento de Biden en la sesión conjunta de ambas Cámaras del Congreso, que estaba teniendo lugar anteayer, día 6. Convenció a varias decenas de congresistas y a unos pocos senadores republicanos para llevar a cabo dicha obstrucción, sin sentido alguno.
Trump alentó concentraciones de exaltados seguidores suyos
Durante estas pasadas semanas, Trump ha saludado calurosamente diversas pequeñas concentraciones que han tenido lugar en el país en contra del supuesto fraude electoral. Con ello, incitaba a que se siguieran organizando este tipo de actos, en un ambiente irresponsable que hacía temer lo peor. Y lo peor ha llegado.
El sumun de la irresponsabilidad fue que el Presidente Trump saliera de la Casa Blanca el mismo día 6 de enero, y se dirigiera en persona a una marcha cercana, que reclamaba que sólo él –Trump- debía seguir siendo el presidente otros cuatro años. Allí, además, pidió a los asistentes que se dirigieran a la colina del Capitolio para “presionar” a los congresistas y senadores.
Durante estas cuatro semanas Trump estuvo jugando con fuego, debilitando la credibilidad de las instituciones y, de este modo, en cualquier momento se le iba a escapar de las manos el comportamiento de sus seguidores más exaltados. Y así sucedió.
Dicho claramente, Trump ha sido responsable de creer un ambiente enrarecido, exaltar los ánimos y estimular iniciativas muy irresponsables, como concentrarse ante los edificios del complejo del Congreso, cuando las cámaras estaban reunidas el 6 de enero para proclamar la victoria de Joe Biden.
Lo que Trump no hizo
No he encontrado ninguna referencia, creíble, a que Trump alentase, abiertamente, a sus seguidores a asaltar el Capitolio, el día 6. Ni tampoco parece lógico pensar que ese fuera su propósito.
Pero quien juega repetidamente con fuego –como ha hecho él- se puede quemar y, de paso, hacer mucho daño a su país y a su partido, si ocupa un alto cargo público. Eso es lo que ha sucedido.
Lindsey Graham, un poderoso senador republicano (por Carolina del Sur) que ha estado defendiendo activamente al Presidente Trump todos estos años, declaró ayer, día 7, que “El Presidente [Trump] debe comprender que sus actuaciones [del 6 de enero y de los días anteriores] fueron el problema y no la solución [a los problemas existentes], que la marcha de ayer [día 6] era innecesaria, y se le escapó de las manos”.
Las instituciones han desempeñado sus funciones de la mano de gobernantes republicanos
A pesar del efecto disruptivo que produjo el bárbaro asalto al Capitolio, en la madrugada del día 7 (en torno a las 4:30h) la sesión conjunta de las dos cámaras del Congreso cumplió su cometido, proclamando a Joe Biden presidente electo, quien tomará posesión el día 20 d enero. Esto sucedió sólo unas 12 horas después del descabellado asalto.
Y, ¿quién presidió dicha sesión tan importante e hizo públicas sus decisiones? Mike Pence, el político republicano que ha sido el vicepresidente de Donald Trump.
Los más próximos colaboradores de Trump intentaron que Mike Pence se acogiese a una ley en vigor, pero en desuso, del siglo XIX e iniciara un complejo proceso para anular la validez de las elecciones e intentar que Trump permaneciera en su puesto. Pero Pence se había negado ya rotundamente. “Las atribuciones y obligaciones que me fija la Constitución, no me permite hacerlo”, había declarado ya con anterioridad a aquel vergonzoso suceso.
Mike Pence ha sido un leal y eficaz colaborador de Trump estos cuatro años, pero –muy acertadamente- se ha negado a emprender aquella disparatada aventura. Con ello, Pence ha salvado su honra y también la de su partido.
Numerosos dirigentes republicanos se están apartando de las irresponsabilidades de Trump y también de él
Prácticamente todos los congresistas y senadores que tenían intención de tratar de obstaculizar el nombramiento de Joe Biden como presidente electo el día 6, han abandonado esa errónea posición, permitiendo que dicho nombramiento se produjera con toda facilidad en la madrugada del día 7.
El poderoso senador republicano Mitch McConnell, que ha sido el jefe del Senado durante años, hasta hoy mismo, es una persona muy tranquila y de declaraciones equilibradas. No obstante, ante la ignominia del asalto al Congreso declaró su absoluta condena de lo sucedido y llamó a que el Presidente reconociese, de una vez por todas, el triunfo de Joe Biden.
Los días 6 y 7 de enero, empezaron a producirse varias sonadas dimisiones en el Gabinete nacional y en la Casa Blanca. Mick Mulvaney, que durante 2,5 años fue el jefe de gabinete en la Casa Blanca (esto es, el número dos de la maquinaria presidencial, tras el propio presidente), quien trabajó de manera muy estrecha con el presidente, ha dejado ayer su actual cargo.
También lo han hecho dos miembros del Gabinete: la Sra. Betsy de Voes, quien ha sido la Secretaria de Educación durante toda la presidencia de Trump y la Sra. Elaine Chao, Secretaria de Transportes durante estos cuatro años.
El Consejero de Seguridad Nacional, Robert O’Brien, estaba considerando dimitir ayer día 7, y así lo expresó en público, pero aún no se conoce su decisión final.
A un nivel algo inferior, siguen produciéndose varias dimisiones de gobernantes republicanos.
Durante cuatro años los demócratas han estado desestabilizando las instituciones
Por mucho que los hipócritas dirigentes demócratas quieran ahora aparecer con rostros de impecable democracia y responsabilidad, esa actitud no ha sido cierta, en absoluto.
Llevan 4 años, desde la victoria de Trump en noviembre de 2016, tratando de cuestionar la validez de esa elección de 2016 e insinuando en todo momento que Donald Trump ha carecido de legitimidad para ocupar las Casa Blanca y que lo suyo había sido prácticamente un golpe de estado.
Primero organizaron el montaje sobre la supuesta colaboración del equipo de campaña de Trump con las autoridades de Rusia para manipular aquellas elecciones de 2016.
Los demócratas emponzoñaron durante años el ambiente político nacional, agudizaron la desconfianza ciudadana hacia el funcionamiento del sistema electoral y el descrédito de las instituciones en general. Para ello, desde el FBI (James Comey) y la CIA (John Brennan), aun en manos de Obama, pusieron en circulación en noviembre de 2016 un supuesto informe de gran trascendencia: el informe del exespía británico Christopher Steele.
En realidad, ese ignominioso dossier Steele había sido encargado y pagado por el equipo de campaña de la –corrupta- candidata demócrata Hillary Clinton, esto es, por la contrincante del candidato Trump en las elecciones en marcha. De eso, nada mencionaron ni el director del FBI ni el de la CIA (John Brennan).
Tras más de dos años de este complot de la izquierda, obstaculizando en todo momento la acción de gobierno de la nueva Administración republicana, el fiscal especial Robert Mueller concluyó en su informe definitivo, en marzo de 2019, que no había encontrado prueba alguna sobre aquella supuesta colaboración entre Trump y el Gobierno de Rusia.
Luego emprendieron un irresponsable proceso de destitución y una ola de locura destructiva en el verano de 2020
Medio año más tarde, en otoño de 2019, los demócratas montaron el numerito del proceso de impeachment contra Trump, como nueva fórmula de desalojarlo de la Casa Blanca, por un asunto menor en relación a Ucrania. Finalmente, en febrero de 2020, no prosperó en el Congreso la destitución de Trump.
Finalmente, en el verano de 2020, los demócratas aprovecharon el asesinato del ciudadano negro George Floyd a manos de la policía local de Minneapolis, para promover una campaña nacional de desestabilización política –con un inaudito nivel de violencia y destrucción– cuando iba a comenzar la campaña electoral, amenazando a los discrepantes, destruyendo innumerables estatuas y símbolos históricos nacionales, etc. Campaña que se prolongó unos dos meses y medio, hasta mediados de septiembre.
¿Invalida esta actuación de Trump las políticas de sus cuatro años de gobierno?
En absoluto. Eso es lo que desearía la izquierda que hicieran las organizaciones y ciudadanos conservadores estadounidenses.
Pero, como ya he relatado en varios artículos, la acción de gobierno de Trump ha tenido grandes éxitos y ha creado una gran satisfacción en amplios sectores de la sociedad, que antes se sentían ignorados por el propio Partido Republicano.
Además, Trump ha introducido una serie de transformaciones en el programa político del conservadurismo que –en gran medida-, con él o sin él, permanecerán una serie de años en EE.UU. El “trumpismo”, como proyecto político (no como estilo de actuación), ha venido para quedarse, gracias a Dios.
Únicamente quienes juzgan a Trump como una pura anomalía, constituida enteramente de políticas erróneas, pueden pensar que el Partido Republicano volverá a lo que era antes de 2016. Eso no va a suceder, salvo en una muy pequeña medida.
El imperdonable oprobio del asalto debe costarle a Trump el liderazgo del Partido Republicano
La gravísima irresponsabilidad de Trump y el asalto al Capitolio el día 6 de enero, tiene que tener contundentes consecuencias negativas para el futuro político del propio Donald Trump.
Hasta ese día 6, se daba por descontado que Trump, fuera de la Casa Blanca, iba a continuar desempeñando un papel muy destacado en el Partido Republicano. Esa preeminencia entre los conservadores podría haberse prolongado, seguramente, dos, tres o más años.
Tras los terribles sucesos del día 6, parece claro que Donald Trump va a perder para siempre su posición como cabeza del Partido Republicano y así debe ser. La transición hacia un nuevo liderazgo no va a ser corta, ni fácil.
Pero lo que está sucediendo ya en estos días indica con claridad que un considerable número de destacados dirigentes republicanos, que hasta el día 6 reconocían el futuro papel de Trump, le están dando ahora la espalda y lo harán todavía más en cuanto abandone la Casa Blanca y pasen unos pocos meses.
En la nueva situación creada tras el asalto, resulta extremadamente necesario que Trump vaya siendo desplazado de la primera fila del partido, progresivamente si no hay más remedio, o a toda prisa si fuese posible.
Debe preservarse la unidad del voto conservador
No es este un asunto baladí, ya que todavía millones de estadounidenses conservadores siguen confiando en Trump y es imprescindible no ahondar la división en este sector de la sociedad, para no facilitar la reacción en avalancha del izquierdismo estadounidense que se está poniendo en marcha.
Millones de votos que son imprescindibles para que en noviembre de 2022 el Partido Republicano trate de recuperar una mayoría en el Senado, que actualmente tiene una distribución de escaños 50 a 50, pero que la Vicepresidente Kamala Harris puede hacer oscilar hacia el Partido Demócrata, gracias a su voto de calidad … siempre que algún senador demócrata no vote en algún asunto con los republicanos.
Los principales medios de derecha empiezan a pedir la retirada de Trump
Sólo en las páginas de opinión del principal diario nacional conservador, el Wall Street Journal (WSJ), del día 7 –que en España aparecen ya por la noche de ayer jueves- se ha empezado a pedir la cabeza de Trump, en aras de no perjudicar más al país y al Partido Republicano. Esto era impensable (y, en realidad, innecesario) hasta el día 6.
La aguda y bien informada analista del WSJ Kimberly Strassel abre así su columna:
“Un político tiene que esforzarse mucho para conseguir destruir en un solo día su herencia [de gobierno] y su futuro político. El Presidente Donald Trump lo ha conseguido”.
Ese no es el camino ni las tácticas apropiadas
Con todo el dolor y la vergüenza que provoca el asalto al Capitolio entre los ciudadanos conservadores de todo el mundo, que nada puede hacer que desaparezcan, muy al final de los debates, de las reflexiones, aparece una pequeña –pero decisiva- conclusión de cordura.
Para quienes somos partidarios de una nueva derecha en los países occidentales, de una derecha que no asuma como suyas las radicales posiciones de la identidad de género, de la corrección política, etc., los muy tristes sucesos del 6 de enero encierran una lección que nunca debemos olvidar: el radicalismo en las formas de intervenir en política y la irresponsabilidad en las tácticas emprendidas no suponen una senda de avance y de éxito frente al izquierdismo.
Los vergonzosos modales de Donald Trump, el eventual incumplimiento de las disposiciones constitucionales de cada país, no sólo conducen al descrédito de nosotros mismos sino a concederle una victoria a la izquierda radical en alza a la que nos estamos enfrentado en todos los países occidentales.
Deja una respuesta